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El primer martes de marzo

Mis dos mayores frustraciones como periodista del motor llegaban todos los años el primer martes de marzo, el día que se abre el Salón de Ginebra a la prensa.

Imaginaos lo que sentiría un niño que descubre un parque de atracciones entrando por una puerta de servicio. Eso fue lo que sentí en 1987 y, desde entonces, todos los primeros martes de marzo que estuve allí.

Ginebra es gris y, de repente, luces, colores y coches. Coches relucientes, coches que casi nadie ha visto hasta ese momento. Una cantidad de información concentrada como en ningún otro salón del mundo. Todos los años, la misma pregunta y la misma frustración ¿cómo transmitiros esta sensación vosotros, los que disfrutaríais de estar allí tanto como yo? Nunca lo conseguí.

Hubo un tiempo en que Ford cedía bicicletas en Fráncfort para poder cubrir el Salón

Ginebra es un salón muy pequeño. Cubrir Barcelona o Fráncfort implica andar muchos kilómetros. Ginebra no es mucho más grande que salones de segundo orden, como Londres, Bruselas o Turín. De hecho, hubo un tiempo en que Ford cedía bicicletas en Fráncfort para poder cubrir el Salón. También hubo una edición de Turín en la que SEAT nos prestó unos patinetes eléctricos. Creo que no se volvió a repetir la experiencia porque algunos periodistas no nos pudimos sustraer a la tentación de hacer carreras de patinetes por los pasillos.

En Ginebra no hace falta nada de eso y, además, hay que ir despacio porque la densidad de información es extraordinaria. Hay mucho que ver y tocar, muchos coches que examinar.

Eso es una constante en Ginebra y no ha cambiado en todos estos años. La principal diferencia es que, antes de que existiera Internet, a una marca le resultaba más fácil guardar su secretos. Ahora es más difícil que te sorprendan.

Si quitamos la emoción de lo incierto, Internet ha hecho mucho por los periodistas.

Si quitamos la emoción de lo incierto, Internet ha hecho mucho por los periodistas. En mis primeros salones, cuando no había ni documentación en CD, algunos arrastrábamos diez o doce kilos de papeles. Parte del equipo de salonero recogepapeles, como yo, era una carrito de la compra.

La tecnología también ha hecho distinta la puesta en escena de las presentaciones. Pero, como ocurre en todas las áreas de creación, el talento y la imaginación no mejoran con el progreso técnico. He visto presentaciones con series de diapositivas mucho más evocadoras que los vídeos más refinados técnicamente en su producción y exhibición.

Una muestra de ingenio, aunque no relacionada directamente con la presentación de productos, ocurrió después del vuelco del Mercedes-Benz Clase A, en la “prueba del alce” de la revista sueca Teknikens Värld.

Por entonces, Mercedes-Benz y Volvo tenían stands contiguos. Alguien de Volvo tuvo la genialidad de adornar su stand con una formidable cabeza de alce. Poco después, en el stand de Mercedes apareció un catalejo; al mirar por él, se podía ver un flamante Volvo C70 del stand de al lado y, sobre la lente, un letrero que decía: «sin ESP». Ahora que estamos en tiempos de corrección de todo tipo, ya no se ven esas cosas.

Después del vuelco del Mercedes-Benz Clase A, alguien de Volvo tuvo la genialidad de adornar su stand con una formidable cabeza de alce

Supongo que ninguno de vosotros, los que leéis esto, conoce el mundo sin ordenadores. Yo empecé mi carrera con una máquina de escribir (Olivetti Lettera 32, heredada en la redacción de mi ahora colega Jorge Silva). Para mí el teléfono portátil y el ordenador móvil siguen siendo un avance definitivo; gracias a ellos y a los compañeros que me iban trayendo la documentación, alguna vez he podido llegar a Ginebra a las 8:00 e irme a las 13:00, con el Salón casi escrito (había que volver pronto a la redacción para llevar las fotos).

En un Salón de Ginebra, cuando el teléfono y el ordenador muebles eran relativamente nuevos, estaba sentado en el suelo, hablando con la redacción mientras escribía con la otra mano (mis textos siempre están llenos de erratas, da igual con cuántas manos escriba). Uno de los grupos de japoneses que siempre pululan por los salones tomando medidas y escribiendo cosas de los coches de la competencia se acercó a mí, se me quedaron mirando y uno de ellos me hizo una foto. Luego se fueron marcha atrás haciendo esas genuflexiones tan graciosas. Si supiera cómo se pone en japonés “español currando”, me buscaría en google.jp.

Ese es el problema de ir a Ginebra como periodista: que tienes que currar (bueno, hay de todo, si yo os contara de algunos colegas…). Y esa la segunda frustración del primer martes de marzo. Habré ido a Ginebra unas quince veces y jamás he tenido tiempo para ver de verdad el Salón.

Vosotros -que como lectores tenéis fuerza- convenced a los muchachos de Diariomotor de que, en vez abonarme la suma colosal que me han prometido por este artículo, la utilicen para organizar un viaje a Ginebra. Yo me apunto, a ver si de una vez puedo ver el Salón.

Juan Manuel Pichardo ha sido periodista del motor en medios de papel desde 1985, en Internet desde 2000 y, desde 2008, dirige la productora audiovisual Motordemo.
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