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Huella de carbono, sostenibilidad y el mayor engaño del "ecologismo" de la industria

Coches ecológicos, sostenibilidad, CO2 neutral, huella de carbono, términos que, de tanto pronunciarse, han dejado de tener sentido, de guardar una mínima relación con su verdadero significado, con la razón por la que fueron acuñados. Me irrita la facilidad con la que la industria del automóvil habla de coches ecológicos, de huella de carbono, hasta el punto en que entiendo que más de uno piense que se trata de una falacia más, de un argumento que solo sirve para lo que a menudo se utiliza, para promocionar coches, para vender más. Y es que lo sostenible, lo ecológico, vende.

¿Qué es la huella de carbono?

La huella de carbono no solo es aplicable a tu coche, también a nuestra propia vida. Un controvertido estudio británico aseguraba que optar por una dieta vegetariana equivalía, en reducción de CO2, a renunciar al coche.

Dicho lo cual habrá que empezar enunciando el significado de la huella de carbono, el impacto ambiental, la huella de CO2, o como prefieras llamarlo, puesto que en el fondo se trata de una traducción literal del inglés carbon footprint. La huella de carbono es en esencia un proceso teórico para hallar la totalidad de gases de efecto invernadero producidos por un individuo, por un producto de consumo, o por una organización o empresa. Digo teórico porque la naturaleza del cálculo es tan extensa y su cálculo tan complejo, que en la práctica solo podríamos lograr una vaga aproximación a la realidad.

Los humanos hemos conseguido convertirnos en los mayores generadores de gases de efecto invernadero, en auténticos devoradores de energía. Cualquier actividad que realizamos conlleva ingentes cantidades de energía, consumida en diferentes procesos, hasta el punto que los avances de que disfrutamos hoy en día en los países desarrollados se sustentan en base a grandes desigualdades con otras poblaciones mayores de humanos. De otra forma no sería sostenible. No me considero ecologista, aunque sí preocupado por ciertas cuestiones medioambientales, tampoco soy de los que reniega de cualquier avance que requiera contaminar. En el fondo somos más longevos, llevamos una vida más cómoda y estable, y tenemos un mayor acceso a la información, gracias a esos avances que requieren contaminar tanto. Contaminar no es malo, forma parte de la evolución que durante siglos ha experimentado nuestra civilización. Pero el error es pensar que nuestra civilización puede progresar sin comenzar a revertir todos esos daños que hemos causado en este tiempo.

La huella de carbono, como os decía, no solo afecta a productos de consumo que emitan gases contaminantes, como un coche. El mero hecho de que nuestra alimentación se base en una combinación de lacteos, vegetales y carne, ya eleva irremediablemente nuestra huella de carbono. Por poner un ejemplo, la huella de carbono de un chuletón se debe a todos los procesos que se han llevado a cabo hasta llegar a su plato, empezando por la cría y engorde del animal, un consumo de energía, agua, vegetales y pienso que a su vez han requerido energía y agua. Hay estudios (ver noticia en The Guardian) que han llegado a estimar que la dieta de un británico supone 7,2 kilogramos diarios de CO2, exactamente lo mismo que recorrer más de 50 kilómetros diarios con un utilitario moderno. Pero esa huella medioambiental generada por nuestro coche también habríamos de sumarla a la cuenta total para obtener nuestra propia marca medioambiental.

El mayor error, la mayor falacia a la hora de calcular la huella de un coche

Huella de carbono

Primer error, un coche eléctrico no puede presumir de cero emisiones si su energía eléctrica proviene de combustibles fósiles.

Resulta muy común hablar de coches de cero emisiones, de coches eléctricos, que a juzgar por esa definición podríamos pensar que solo se recargan de energías renovables o de energía que viene de la nada, incumpliendo las leyes más básicas de la termodinámica. Ese sería el primer error que cometeríamos al hablar de cero emisiones, el mismo que ya expliqué con mayor detenimiento en un artículo que reza “¿De dónde proviene la energía con la que recargas tu coche eléctrico? ¿Existen las Cero Emisiones?“.

No voy a profundizar más en el tema, porque ya está todo dicho. Cualquier eléctrico que se recargue en una toma de corriente común, a la red eléctrica nacional, conlleva unas emisiones mínimas de CO2. Es cierto que la eficiencia del motor eléctrico es superior a la que alcanzarán en mucho tiempo los motores térmicos y que nuestra red energética se sustenta en base a cada vez más fuentes energéticas renovables. Pero en cualquier caso, salvo excepciones muy puntuales de autoconsumo en base a renovables, esas cero emisiones no existen.

La huella de carbono de un coche comienza mucho antes de que empiece a rodar

Huella de carbono

El mayor error lo cometemos al pensar que la ecología de un coche depende de sus emisiones directas y el coste energético de su funcionamiento, pero no en el coste energético y medioambiental de su producción y reciclado.

Pero el mayor error no es ese, sino pensar que la huella de carbono, el gasto energético y el daño medioambiental que pudiera provocar un automóvil, solo es el relacionado con su utilización, con el coste por kilómetro, con el g/km de CO2 que todas las marcas intentan rebajar para cumplir con los compromisos de la Unión Europea y beneficiarse del tratamiento fiscal de los menos contaminantes. Nos hemos olvidado de que la huella de carbono de un coche debería empezar calcularse en el momento en que comienza a producirse en la fábrica, o incluso mucho antes, en el momento en el que la materia prima se extrae de la tierra, el acero, el aluminio, el petróleo, etcétera, para su posterior transformación.

Incluso en los casos en los que un fabricante estudia su huella de carbono, por ejemplo para obtener una referencia bajo estándares como el ISO 14064-1 (más información en AENOR), a menudo se simplifica la huella de producción de un automóvil a un cálculo aritmético sencillo, a la energía consumida dividida entre el número de vehículos producidos. En este caso se estaría obviando que un coche requiere un traslado hasta el país en el que se va a entregar, que cada suministro, cada pieza, viene de un proveedor, o de una fábrica de la casa, que a menudo se encuentra a miles de kilómetros de distancia de la fábrica de ensamblado, y también del lugar en el que se va a entregar.

Pensad que un Renault Clio que compra un palentino, o un sevillano, puede montar un motor o una transmisión que se ha fabricado al lado de su casa. Y ese mismo motor y esa misma transmisión ha viajado, primero, hasta Francia para convertirse en el coche que al final recogerá en un concesionario al lado de su casa. Y este, la verdad, es un ejemplo bastante favorable de las peculiaridades en la logística para producir un coche.

La huella de carbono de un coche no termina en el momento en que dejamos de utilizarlo

Huella de carbono

Por último, esa huella de carbono de un coche que, como ya hemos visto, no solo se debe al consumo de combustible, o energía, no termina en el momento en que nuestro querido amigo ha cumplido con su vida útil y decidimos que ha llegado la hora de su jubilación, de retirarlo de la circulación y sustituirlo por un coche nuevo aprovechando las ofertas del Plan PIVE. Aún queda otro proceso no menos importante, el de proceder a su destrucción definitiva y reciclado, no sin antes recuperar y tratar como es debido todos aquellos componentes químicos altamente contaminantes. Otro proceso complejo que también requiere elevadas cantidades de energía y una metodología de trabajo concreta para asegurarnos de que este coche no afecte nunca más al medioambiente o incluso para que sus materiales acaben reencarnándose en otros coches, o en latas de refresco.

En fin. El ciclo de la vida.

En Diariomotor: ¿De dónde proviene la energía con la que recargas tu coche eléctrico? ¿Existen las “Cero Emisiones”?

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