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El ESP de los coches en 1899 era una cabeza de caballo postiza

Los albores del automóvil fueron una época apasionante. Aunque eran un juguete exclusivo para los ricos, debían enfrentarse en las calles a un denso tráfico de caballos, carros y peatones. Se estimaba que en las calles de Nueva York había unos 180.000 caballos, a finales del Siglo XIX. Dos millones de toneladas de excrementos al día no eran el único problema: los accidentes provocados del tráfico de caballos causaban unas 200 muertes al año en la Gran Manzana. Cuando los primeros automóviles se lanzaron a las calles por aquél entonces, una complicación se añadió a su novedad: caballos desbocados, huyendo despavoridos de esos ruidosos engendros mecánicos.

Para todo problema hay una solución, y un ingeniero que propone soluciones… diferentes.

¿Una cabeza de caballo postiza como medida de seguridad?

Se pensaba que un caballo asociaría un coche a otro caballo si se ponía una cabeza postiza de caballo en su frontal.

Increíble pero cierto. Cuando los caballos veían un automóvil por primera vez, solían asustarse de manera considerable. Algunos se desbocaban, otros se negaban a moverse y otros reaccionaban de manera agresiva ante una máquina extraña, foránea en el mundo de la tracción animal. No en balde, el automóvil cumplía sólamente 12 años de edad en el lejano año 1899. Fue en aquél año 1899, cuando el señor Uriah Smith – ingeniero y predicador religioso a partes iguales – patentó una novedosa carrocería para los primeros coches. Llamada «Horsey Horseless» (algo así como «caballito sin caballo»), añadía una cabeza postiza de caballo al frontal del coche.

La idea era que los caballos advirtiesen esta cabeza y pensaran que los coches eran simplemente otro carro tirado por caballos, a los que ya estaban plenamente acostumbrados. De esta manera, los caballos evitarían colisiones o problemas con el primitivo coche, actuando como si de un ESP primitivo se tratara. Su funcionalidad no terminaba aquí: se pretendía que fuese además un ornamento estético y que pudiese albergar el tanque de combustible para los vehículos. Al menos, sobre el papel de la patente, es lo que el señor Uriah Smith predicaba. Pero de manera predecible, el Horsey Horseless no fue un éxito. Y hubo varios motivos para ello.

Si los caballos no se hubiesen acostumbrado al automóvil, es posible que hoy estuviesen extintos o viviendo de forma salvaje únicamente.

El más importante, fue que Uriah Smith subestimó la inteligencia de los caballos. En su patente decía que cuando el caballo se hubiese dado cuenta del engaño, el peligro – es decir, un coche en movimiento – ya habría pasado de largo. Lo que no supo fue que los caballos se guían más por el olfato a la hora de reconocer a los nuevos elementos que le rodean. Un coche iba a seguir oliendo a aceite y gasolina, aunque tuviese una cabeza de caballo hecha de madera plantada en su frontal, como si de una proa de barco se tratase. Por otra parte, los caballos son animales que se acostumbran muy rápidamente a las novedades, siempre que no sean dañinas para ellos.

Tras un segundo contacto con un automóvil sin incidentes, un caballo simplemente ignoraría al coche, pues lo identifica como un objeto que no amenaza su existencia de forma directa. Y es precisamente esto lo que ha permitido la coexistencia directa del caballo con el automóvil, en grandes ciudades, en el campo, etc. Una historia interesante, cuando menos.

Fuente: Xataka via Wired
En Diariomotor: Reconstruyendo un accidente de tráfico de hace 93 años

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