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Aquellos prototipos de General Motors que acabaron en malas manos

¿Qué sucede con los prototipos, decenas, y cientos de mulas que se utilizan para la puesta a punto y el desarrollo de un automóvil? Que irremediable, y prematuramente, acaban yendo al cielo de los prototipos. Esa es la razón por la cual acabó siendo condenado a un año de prisión, tres de libertad condicional, y 60.000 dólares de indemnización, por buscar una segunda vida para prototipos y mulas de pruebas que debían ser procesadas para su achatarramiento. La historia sucedió a mediados de los años ochenta, y era recordada estos días en Deadline Detroit por Greg Stejskal, un antiguo agente del FBI. ¿Por qué era ilegal dar una segunda vida a estos coches?

Un responsable de pruebas de General Motors descubrió cómo ganar un sobresueldo traficando con prototipos y mulas que debían ser achatarradas.

La primera razón, y la más evidente, era que el responsable de la fechoría, Jack Clingingsmith, estaba aprovechándose de un bien que no era suyo. Jack trabajaba como responsable de pruebas de Buick, en los centros de desarrollo de General Motors. Recibió el cometido de deshacerse de las mulas de pruebas que utilizaron durante aquellos años para la puesta a punto de ciertos modelos. Mulas de pruebas que debían ser destruidas por completo, de manera que su valor quedaría reducido a poco más de 90 dólares, básicamente el precio que podía tener el metal empleado en estos vehículos para su reciclado.

Evidentemente, Jack no tardó en ver en su cometido un lucrativo, pero ilegal, negocio. Los repuestos de los vehículos utilizados bien podrían alcanzar entre 1.000 y 2.000 dólares por coche.

Fue entonces cuando Jack empezó a negociar con los prototipos, en vez de proceder a su achatarramiento, entregándoselos a un concesionario de Pontiac. Imaginamos que durante años consiguió un buen sobresueldo, hasta que uno de sus clientes, que adquiría prototipos para dar salida a sus piezas, decidió que era el momento de iniciar un negocio aún más lucrativo, el de darles salida como coches completos. Dado que estos prototipos no estaban registrados como coches de calle, tendrían que iniciar un proceso aún más complejo para falsificar números de bastidor, probablemente empleando como donantes a vehículos siniestrados en accidentes muy graves. Tras la falsificación del número de bastidor, se venderían como coches completamente legales.

Hasta que uno de los propietarios comenzó a meter mano a su coche, se encontró con que una de las piezas no cuadraba con la que originalmente debía montar, y contactó con General Motors para solicitar información. La sorpresa de General Motors sería mayúscula cuando se percataron de que ese coche, y esas piezas, jamás debían haber llegado a la calle. Se trataba de componentes que habían sido utilizados en pruebas.

Tras la correspondiente denuncia de General Motors, la red de Jack fue destapada y él y sus compinches serían juzgados y condenados por fraude. No solo por aprovecharse de bienes que no les correspondían, y de engañar a sus clientes, sino por dar salida a vehículos que no estaban homologados para su utilización fuera de las instalaciones de pruebas de General Motors.

En definitiva, y por mucha pena que nos diera ver como un coche – aparentemente en condiciones de circulación – es destruido, por razones de seguridad, y legalidad, debe procederse a su achatarramiento completo.

Vía: Jalopnik
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