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¿Estamos diciendo adiós a la cultura del automóvil?

La semana pasada leíamos un artículo en Jot Down encabezado con el siguiente título «El irremediable adiós a la cultura del coche». No es un tema nuevo. Es más, es un tema de candente actualidad, incluso en medios que como el nuestro, además de tratar el producto en cuestión, dedican una amplia cobertura a lo que bien podríamos denominar como «cultura del coche». Que el tema es hasta cierto punto polémico, y genera numerosas opiniones encontradas, lo demuestra la acogida que tuvo en Menéame, con más de 400 comentarios. Ahora bien, y desde un punto de vista objetivo, con todo lo objetivo que puede ser alguien para el que una de sus mayores pasiones son los coches, ¿estamos diciendo adiós a la cultura del automóvil?

La pérdida de interés por el automóvil entre los jóvenes ha sido mencionada por muchos como una prueba irrefutable de ese adiós a la cultura del automóvil que tantos llevan años pronosticando.

El tema de Jot Down venía a cuento, tal y como reza en el propio artículo, de una acción patrocinada para el Ayuntamiento de Madrid y las jornadas de la movilidad sostenible. Con ello quiero decir – y sin restar validez al artículo – que su enfoque no se basa únicamente en algunos de los aspectos culturales y sociales que ya hemos venido observando en la juventud, como el hecho de que muchos adolescentes tengan una mayor aspiración a adquirir el último teléfono de la manzanita, que a obtener el carné y conseguir cualquier coche de segunda mano.

No son pocos los estudios que han apuntado en esa dirección. Y en el fondo esa cuestión sigue formando parte del propio concepto de movilidad sostenible y de cómo buena parte de la población española se ha afianzado en el estilo de vida urbanita.

La culpa de los problemas del tráfico en las grandes ciudades no solo son culpa del regidor de turno, o de una mala planificación de las infraestructuras.

Hablaban en Jot Down de un concepto que, a mi juicio, es el más importante de todos. Creemos que los atascos son culpa del regidor de turno, del agente de movilidad que regula el tráfico en una intersección, del semáforo, de las obras. Pero no hay mayor verdad que reconocer que la culpa del tráfico es nuestra, de los conductores.

A menudo se suele confundir el placer de conducir por el derecho a desplazarnos en coche a cualquier sitio. Y es probable que el mejor favor que le podamos hacer a esta nuestra afición, y a la cultura del automóvil, sea precisamente el de comprender que a menudo existen alternativas al coche privado. Cada vez que nos empeñamos en ir al centro en nuestro coche para cenar, aún sabiendo que habrá atascos, que nos costará aparcar, o que pagaremos por un parking lo que nos hubiera costado un taxi o tomar un coche compartido (servicios como Car2go) estamos contribuyendo un poco más a que el modelo de coche privado en la ciudad sea menos sostenible. Y por ende, estamos contribuyendo a que algún día el centro esté vetado para nuestro coche, o restringido a lo que con sorna denominamos lavadoras, a coches eléctricos, o incluso coches compartidos.

La cantidad de alternativas existentes al coche privado en las ciudades es cada vez mayor. Con sus pros, y sus contras, hasta un aficionado a los automóviles como yo, de los que antaño iba en coche hasta a comprar el pan, ha acabado acostumbrándose a un plan de movilidad urbano sin coche privado, en el que alternativas como el Car2Go y las bicicletas de Bicimad son más rápidas que cualquier otro medio de transporte.

Hoy, por cierto, era un buen día para recordar alternativas como Bicimad, en el momento justo en el que el Ayuntamiento de Madrid anunciaba la remunicipalización de un servicio que, por unas u otras razones, ha fallado a la hora de ser rentable y poder prestar un servicio de calidad a sus clientes.

¿Es lo mismo hablar de la cultura del coche, que hacerlo de la necesidad de un automóvil?

El problema quizás esté en no establecer una distinción clara entre cultura del coche, y necesidad de un automóvil privado. Lo primero tiene que ver, y mucho, con la pérdida del carácter aspiracional de un automóvil, y la falta de interés en el coche que ha ido cultivándose en la juventud. Lo segundo, la necesidad de un automóvil privado, viene impuesto por un aspecto puramente práctico y en el que probablemente haya influido el estilo de vida urbanita.

En su artículo sobre el Peak-Car, mi compañero Luis Ortego nos daba la clave: «si la tendencia actual es el acceso a la información en lugar de la posesión de sus fuentes, en el caso del transporte se valora más el viaje que la posesión del medio físico que lo realiza».

Como bien mencionaban en este artículo de Jot Down, la ciudad del siglo XX se construyó para el automóvil. El gran problema al que nos enfrentamos está precisamente en que las ciudades hayan dejado de ser adecuadas para el automóvil, ya sea por la concentración de la población en una extensión muy limitada del terreno, la contaminación, o alternativas que por aspectos puramente prácticos, ya sea la economía, o el tiempo, que en el fondo es también un aspecto económico, hayan remplazado al automóvil.

Y aquí, nos encontramos con un problema adicional, y quizás una razón de más para pensar en que la cultura del coche o, mejor dicho, la necesidad de un automóvil privado, seguirá presente por muchos años. Aunque en las grandes ciudades comiencen a imponerse alternativas de movilidad al automóvil deberíamos huir de la visión urbano-centrista para entender que hay vida más allá de las grandes ciudades y que, por suerte, o por desgracia, el automóvil privado sigue siendo la solución de movilidad más razonable, y quizás la única, en muchas poblaciones.

Y es que mientras nuestras grandes ciudades seguían creciendo, hacia arriba, y hacia los lados, la expansión demográfica de las urbes se trasladó a localidades, también conocidas como ciudades dormitorio, en muchos casos a una hora de viaje, en las que muchas familias optaron por establecerse, aún asumiendo que el coche sería su única solución para ir al trabajo cada día. De nuevo, asumimos una concentración de la población alrededor de las grandes ciudades. Huelga decir lo importante que sigue siendo el coche privado en el ámbito rural.

Con lo cual, más allá de la pérdida de interés en el automóvil, de la irrupción de alternativas que están transformando los hábitos de muchos conductores, entre los que me incluyo, y del hecho de que por unas y otras razones el automóvil haya dejado de ser una alternativa sostenible en la ciudad, quizás deberíamos preguntarnos si de verdad estamos ante el fin del coche o ante una transformación.

Una transformación en la que quizás la única solución pase por conducir coches más eficientes, menos contaminantes, y hacer un uso más sostenible del automóvil. Pero una transformación en la que, con mayor o menor cultura del automóvil, el coche seguirá siendo por muchos años uno de los ejes fundamentales alrededor de los cuales girará nuestra vida.

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