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Olvidemos la diversión, lo importante es ganar

¿Cuántas veces hemos oído aquello de que ‘lo importante es participar’ y que lo primordial es pasarlo bien y que los resultados llegarán si deben hacerlo? ¿Miles? Quizás. ¿Millones? Eso sería una exageración. Pero lo que está claro es que es un mantra que se acaba enseñado a los niños, jóvenes, a deportistas prometedores que no acaban de tener la mentalidad adecuada… Nico Rosberg nos demostró con el anuncio de su retirada que todo eso es falso en el mundo del motorsport. Lo importante no es divertirse, es ganar.

A veces olvidamos que la Fórmula 1, el Campeonato del Mundo de Resistencia, el Campeonato del Mundo de Rallyes y todas las demás competiciones de élite están reservadas para grandes deportistas, auténticos profesionales de esto. Ello implica que el objetivo primordial de todos ellos o por lo menos en un 90% de los casos y a pesar de lo hedonistas que puedan parecer los deportistas de élite, es ganar y no pasarlo bien. Otro tema es que pilotar los coches de carreras sea uno de los mayores placeres que estos hombres y mujeres tengan, pero no acaba siendo el objetivo.

Cuando un piloto sigue dietas increiblemente estrictas o trabaja incansables horas en el gimnasio, no lo hace por diversión. Lo hace por optar al éxito y para eliminar cualquier pequeño obstáculo que pueda tener por delante. Se trata, a pesar de todo, de una vida muy dura. Los aficionados ven el glamour de los fines de semana de gran premio -y aún así vemos sólo los ratos televisados, no las reuniones con ingenieros y los trabajos menos interesantes- y se acaba olvidando que el piloto no tiene un trabajo de 80 o 90 días al año sino de un aproximado de 330 o 340 como poco. Se trata de un esfuerzo que anula toda vida fuera de ese trabajo y ello tiene un desgaste.

Pero ojo, no hay que demonizar el trabajo de piloto. Quienes lo hacen, es por decisión propia y por sentir que lo bueno pesa más que lo malo. Pero a medida que uno va escalando la montaña, se da cuenta que la vida avanza y las circunstancias personales cambian. Lo que parece aceptable a los veinte años puede no serlo a los treinta. El éxito es el único objetivo por el que se dedican vidas completas. Las de los pilotos, las de los mecánicos e ingenieros e incluso los jefes de equipo. Todos ellos mantienen la maquinaria de un equipo de carreras en marcha y sin ellos, no habría victorias. Sin victorias, no habría dinero y sin dinero, nada de carreras.

Se puede disfrutar mucho en un kart o incluso se puede disfrutar mucho al más alto nivel del automovilismo… pero cuando un piloto forma parte de una competición, la presión se dispara. Como Max Verstappen ponía de manifiesto en un el famoso «Live» de F1 el pasado Gran Premio de Abu Dhabi mientras charlaba con David Coulthard, el piloto de Fórmula 1 -y aunque en menor medida, habría que hacerlo extensivo a otras categorías- está en una situación donde cualquier acción suya es juzgada, valorada y escrutada. Una carrera de karts con los amigos, una presencia en una fiesta, una copiosa cena que alguien pueda ver… todo.

Ninguno de los pilotos que llegan a la cima del automovilismo es realmente débil emocionalmente, para los estándares de la ‘gente corriente’. Pero tampoco están sometidos a una presión corriente. El deporte es un mundo de pasiones y es evidente que todo lo que tenga relación con él va a tener a todo tipo de aficionados. Respetuosos, expertos, grandes seguidores… pero también maleducados, rabiosos, gente con mucho tiempo libre. Esto acaba teniendo un efecto sobre la prensa, pues este último grupo resulta ser el que más movimiento genera tanto en las redes como en el consumo de periódicos y noticias sensacionalistas.

Los pilotos, por lo tanto, se enfrentan a una plétora de preguntas sin sentido que buscan a menudo el titular fácil, la interpretación sesgada de las palabras o incluso un sensacionalismo basado en frases equívocas. Un campo de minas para el aficionado donde la explosión no daña al lector sino al elemento sobre el que se habla. Que se lo pregunten a Casey Stoner, el otro mejor ejemplo de los últimos años. El australiano lo dio todo en su vida por llegar a ser campeón del mundo -dos veces- de MotoGP. Parecía camino a su tercer título cuando anunció su retirada. La historia cuenta que acabó lesionándose y perdiendo esa tercera corona.

Pero no es menos cierto que Stoner -curiosamente apenas cuatro meses más joven que Rosberg- se retiró a la temprana edad de 27 años. Algunos pensaron que era una decisión tomada en caliente, que se arrepentiría y que acabaría volviendo. Cuatro años después, todo lo que el bicampeón ha hecho ha sido tomar parte en una edición de las 8 horas de Suzuka -carrera de resistencia- y probar las motos de Honda y Ducati para el mundial. Ese podría ser un camino para Rosberg: probar en la medida de lo posible -aunque la normativa actual lo hace harto difícil- y tomar parte en alguna carrera de menor importancia.

Ver dos casos de campeones del mundo de las categorías más mediáticas del automovilismo y motociclismo anunciar sus retiradas en el punto álgido de su carrera deportiva en apenas cuatro años debería hacernos pensar. Más allá de todo lo que se ve por televisión, por debajo de esa capa de brillantina existe un mundo muy difícil. Jenson Button -quien deja la categoría reina en principio de forma definitiva- había llegado a tomar parte en una carrera sin haber comido desde 24 horas antes y Felipe Massa -retirado de la Fórmula 1 para 2017- se pasó toda su carrera deportiva respondiendo a rumores de su despido a pesar de ganar carreras y luchar por un título.

El mundo de la Fórmula 1 no es apodado como el «Club de las Pirañas» por nada. Es un lugar que destroza las personalidades más débiles -que no son débiles en absoluto- del paddock sin ningún tipo de piedad. Demuestra la más mínima pizca de fragilidad y puedes ser víctima de un ataque por varios sitios a la vez. Los pilotos son, más allá de pilotos, seres humanos. Y como seres humanos que han elegido su camino en la vida, no quieren que este camino les acabe pesando tanto que les haga infelices. Porque al final, de eso se trata, de buscar esa felicidad incluso si está fuera de la competición.

Alguno podría decir que este es un caso más propio de Nico Rosberg que del propio mundo del motor. Que ha sido el piloto, quien ha cedido ante la alta presión del mundo de la competición y ha decidido apartarse de ella cuando ha conseguido su objetivo, incapaz de aguantarla más tiempo -o en todo caso, sin necesidad de hacerlo-. Algo de verdad habrá en ello, aunque es un error subestimar a cualquier piloto que llegue a la Fórmula 1, se mantenga en ella más de diez años, consiga ganar carreras e incluso se lleve un título de campeón del mundo. Le faltará la ambición de Lewis Hamilton o Sebastian Vettel, pero no es ningún pardillo.

En todo caso e incluso si Rosberg tuviera ‘problemas’ de ambición -y seamos sinceros, es evidente que no tiene el mismo hambre que algunos de sus rivales-, la realidad es que su retirada demuestra que todo lo bueno que tiene la Fórmula 1 no está compensando por todo lo malo que hay detrás. En su día, la categoría reina del automovilismo era para pilotos, para amantes del riesgo, de la gasolina o de los coches que preferían ser deportistas allí que en otro lugar. Hoy en día, la sobreexposición de la prensa ha convertido a la Fórmula 1 en un circo con infinidad de focos sobre la vida de cada piloto.

Puede que eso se pueda aguantar durante diez años bajo el pretexto de estar buscando ser campeón pero una vez se ha logrado, ¿qué queda? Volver a ganar, claro. Pero nunca otro título llega a producir las sensaciones del primero y al final el exceso de atención sobre la propia vida se mantiene, quizás magnificado por la importancia del título. ¿Le sale a cuenta entonces a Rosberg seguir en activo con estas condiciones? A todas luces, su respuesta es que no. Que prefiere volverse a casa con su mujer y su hija y seguir con su vida, sin olvidar que fue piloto y campeón de Fórmula 1 pero sin dejar que eso le defina como ser ser humano.

La conclusión es simple. Como seres humanos, lo que cuenta es participar, pasarlo bien, disfrutar y llevarse experiencias valorables y valoradas en la vida. Pero como pilotos, tal y como dice el personaje de Niki Lauda en la película «RUSH», la felicidad es un enemigo. Hay que trabajar mucho y muy duro para llevar a ser campeón del mundo. Puede que Lewis Hamilton parezca ser un «playboy» moderno pero es innegable que detrás de sus éxitos hay también una enorme cantidad de trabajo. Como la hubo en el caso de Fernando y como la ha habido en este 2016 para Nico Rosberg. Para ser feliz, sigue con tu vida. Pero si te quedas en la Fórmula 1, será para ganar.

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