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Tecmovia

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El periodo de prueba del vehículo eléctrico llegó a su fin ¿Hablamos de mentiras o medias verdades?

Esta semana nos hacíamos eco del que parece haberse convertido en el primer expositor físico de la evolución del vehículo eléctrico a lo largo de su vida y uso. Nos situamos en Osaka, Japón, un lugar donde el Gobierno nipón lanzó una iniciativa para los trabajadores del taxi donde se les permitía adquirir un Nissan Leaf bajo todos los beneficios que representaría la incorporación de la propulsión eléctrica a baterías a un modelo de negocio como es el transporte de pasajeros.

A priori, la cada vez más extendida fórmula del proyecto piloto para el desarrollo de la movilidad eléctrica se ha ha convertido en una solución muy rentable para los fabricantes de cara a mostrar al público las posibilidades de la tecnología. Sin embargo, como al paso del tiempo nada ni nadie escapa para bien o para mal, está resultando que en Osaka la adopción del vehículo eléctrico no es tan favorable como en un principio se podía pensar.

Antes de emitir juicios desproporcionados que lapiden a la tecnología, es justo resaltar que hablamos de un sistema de movilidad en ciernes al que se le está exigiendo un mismo nivel de prestaciones que a los motores convencionales hartos de evoluciones. Este punto de mira no es justo en absoluto, pues de igual modo podríamos aplicar este baremo a otros aspectos tanto o más relacionados como el aquí propuesto y el juicio sería más justo.

Así y todo, la propuesta de los fabricantes, con marcas como Nissan, Renault o Tesla como las más visibles, ha sido apostar por completo por la fórmula de movilidad eléctrica como esa tecnología imperecedera que, aunque muestra grandes hándicaps en su uso, la oferta de beneficios es plena y atemporal. Del lado del usuario, ante la movilidad eléctrica sólo nos ha quedado encomendarnos a la fe para que el transcurso del tiempo nos de la razón en nuestra compra.

¿Mentiras o medias verdades?

Esta es la primera pregunta que sobreviene al usuario cuando el tiempo de prueba de la tecnología ha transcurrido y la novedad ha pasado a ser cotidiana para revelar respuestas a todas nuestras preguntas que antes nadie sabía responder. Las baterías se destapan, una vez más, como el gran problema con mayúsculas del vehículo eléctrico. No, no sólo pierden capacidad, sino que pierden rendimiento, reducen su tolerancia a los ciclos de carga y la reducción de eficiencia en su recarga es cada vez más preocupante.

Todavía hoy resulta misión imposible extraer a los fabricantes respuestas concretas sobre aspectos tan relevantes como el comportamiento de la baterías, el verdadero índice en pérdidas de capacidad o si los sistemas de recarga serán capaces de mantener los ratios de eficiencia con el paso del tiempo. La respuesta más difundida, que no reconocida, tiene que ver con algo así como con la juventud de la tecnología y la necesidad de vehículos en movimiento para poder cosechar datos reales de funcionamiento.

Hasta cierto modo, nosotros, los encargados de filtrar y difundir toda la información que llega a las redacciones, nos creemos en según que casos que realmente los fabricantes no son capaces de conocer hasta cierto punto cómo evolucionará la tecnología. Sin embargo, hasta otro cierto punto, la falta de respuesta nos lleva más a creer que el déficit de información obedece más al conocimiento absoluto o suficientemente fundado que permite poder valorar qué es necesario hacer saber y qué no es tan necesario conocer por el momento.

La razón que sólo es capaz de otorgar el tiempo

El vehículo eléctrico es la herramienta de movilidad del futuro pero, que lo sea tal cual lo entendemos hoy en día… es harina de otro costal. Cuando muchos veíamos el vehículo eléctrico a baterías como una apuesta contundente por parte de algunos fabricantes, rápidamente veíamos cómo los tubos de escape desaparecían y las gasolineras se convertían en electrolineras. Bonito ¿No?

La primera generación de vehículos eléctricos pueblan ya algunas regiones a lo largo de todo el mundo, la madurez de esta primera apuesta por la movilidad eléctrica a baterías comienza a hacer acto de presencia y mucho me temo que los datos en referencia a su tiempo de uso, comenzarán en breve a poblar más y más párrafos revelando las respuestas que nunca se quisieron conceder de antemano.

Habrá aspectos positivos que se confirmen y otros negativos que salgan a la luz, pero el problema no estará en el vehículo eléctrico, sino en el papel a desarrollar por los fabricantes. Vender que un coche eléctrico alcanza «x» prestaciones pero que, con el paso de tres o cuatro años y un determinado uso, ese vehículo eléctrico habrá mermado sus prestaciones un 20% no es de recibo cuando no sólo se trata de vender un producto, sino que se trata de convencer de que el cambio es a mejor.

No seré yo quien hable de medias verdades o mentiras en el peor de los casos, pero la realidad no es otra de que la falta de veracidad en según que aspectos puede convertirse en una losa demasiado grande para seguir vendiendo tal y como se ha hecho hasta ahora. Lo que no ofrece margen a dudas es el hecho de que los fabricantes deberán hilar muy fino en este asunto cuando los usuarios comiencen a hacer públicas sus experiencias.

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