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Panda Raid: un Dakar low-cost

El deseo de conocer nuevos mundos es innato al ser humano. Otra cosa es que es que se desarrolle más en unas personas que en otras, o que lo vayamos perdiendo con el paso del tiempo a medida que nos cuesta más salir de nuestra zona de confort. A veces, a este deseo se le suma el componente del reto, de conseguir objetivos de superación en entornos desconocidos que nos ayuden a romper las barreras que nosotros mismos nos hemos puesto. Eso es lo que comúnmente conocemos como aventura.

Lo que ocurre es que, en muchas ocasiones, esos retos van acompañados de presupuestos que están al alcance de muy pocos. Por ejemplo, un rallye-raid como el Dakar, antaño una competición que unía las ciudades de París y Dakar en un periplo en el que lo principal no era, ni mucho menos, llegar el primero. El hecho en sí de llegar al Lago Rosa ya constituía un objetivo al alcance de muy pocos. Hoy las cosas han cambiado mucho. Ni el Dakar acaba en Dakar – ahora se desarrolla en Sudamérica –, ni la aventura es tan importante como la competición.

Este tipo de historias nacen del deseo de sus creadores de compartir experiencias que para ellos han supuesto un punto de inflexión en sus vidas. Así ocurrió con el París-Dakar, con Thierry Sabine a la cabeza, y así empezó hace ahora siete años la empresa Panda Raid. De un viaje de amigos a Marruecos, con lo mínimo, surgió la idea de crear una reproducción a escala del París-Dakar, pero con unos medios mucho más parecidos a los de los inicios para poder reducir costes, popularizar al máximo la prueba e inclinar la balanza más hacia el lado de la aventura que al de la competición.

El Panda Raid dura aproximadamente una semana y se desarrolla en Marruecos.

En realidad, el Panda Raid comienza en el momento en que decides que lo vas a hacer. A partir de ahí, es una carrera de preparación que resulta tan emocionante como el propio viaje. Lo primero es el coche. Hay que buscar una base que cumpla con los requisitos de mecánica y fiabilidad para poder afrontar algo más de una semana por zonas intransitables, y qué mejor que un Fiat Panda (o el posterior SEAT Marbella), con esa imagen tan sencilla, simpática y a la vez ruda, presente en el imaginario de cualquiera que haya vivido en las últimas décadas del pasado siglo.

Encontrar un Panda de segunda mano es relativamente fácil, pero todo depende del tiempo y las ganas que cada uno quiera echarle. Como es una carrera muy democrática, hay desde mecánicos que lo compran por dos “duros” y acaban convirtiéndolo en todo un coche de carreras, hasta abogados o pilotos de línea aérea regular, sin tiempo para dedicárselo al coche durante los meses previos, que compran unidades ya preparadas que han participado otros años, con una media de precio algo más alta, en torno a 1.500 euros.

No hay que invertir mucho en el coche, esa es una de las claves de esta aventura.

La preparación que se exige es mínima. Apenas lo que se refiere a seguridad, como el extintor o los depósitos auxiliares de gasolina y agua para casos de emergencia, pero se aconseja, dependiendo de cómo esté planteado el trazado, elevar un poco las suspensiones y, por supuesto, ir con unos neumáticos adecuados, con taco. Nosotros, por ejemplo, le añadimos a nuestro coche unos asientos bacquets de competición (para que nuestra espalda no sufriera más de lo necesario) y una toma de aire con snorkel para poder vadear zonas de agua con cierta tranquilidad. Lo que está expresamente prohibido es retocar el motor o cualquier componente mecánico que tenga como objetivo obtener más prestaciones. Se trata de que todo el mundo participe, más o menos, en las mismas condiciones.

El viaje

El reto de cruzar Marruecos al volante de un Panda es ya de por sí exigente, mucho más si se lleva a cabo con los de tracción delantera y por tramos por los que hace años pasaba la caravana del París-Dakar africano. Más de 5.000 km en total y un nivel de dificultad alto si tenemos en cuenta que la “tecnología” que utilizamos es la de hace más de veinte años, es decir, ninguna. Sin duda, si algo juega un papel importante es la navegación porque se circula por zonas sin ningún tipo de indicación y con los libros de ruta y la brújula como únicos instrumentos válidos. No está permitido, en ningún caso, cualquier sistema que se pueda conectar vía GPS.

También es una aventura solidaria, los participantes entregan material escolar a las escuelas con menos recursos.

En nuestro caso salimos desde la madrileña Plaza de Oriente, dirección Algeciras, en un camino a veces agrio, con un límite máximo en ruta de 100 km/h. Un tostón, vamos. Pero lo mejor estaba por llegar, así que a primera hora del domingo cogimos el ferry hacia Marruecos, dirección Tánger, y de allí hacia la primera etapa en Ifrane donde, al acabar, montamos el primer campamento. Lo bueno del Panda Raid es que la dificultad técnica se incrementa con cada etapa, con lo que la adaptación va surgiendo efecto a medida que avanza la prueba.

De ahí que, con el paso de los días, empiezas a mirar hacia atrás casi con melancolía, deseando no haber pasado de jornada cuando te ves atrapado en una zona arenosa en la que hasta los 4×4 más preparados lo pasarían mal. Pero cuando la pasas, y lo haces bien, la “victoria” de haber llegado al final de cada etapa es mucho más placentera.

Panda Raid también tiene un componente solidario importante. Mediada la prueba, en la tercera jornada, en una zona cercana a la población de Madrid descargamos todo el material escolar para entregarlo en una escuela pública, concertada previamente por la organización. Nuestro coche, como el resto de participantes, iba cargado de carpetas, bolis, libretas y también mantas.

La asociación Camino al Sur es la encargada de repartir todo el material entre las distintas escuelas más desfavorecidas, y lo hace de la forma más transparente posible, con la posterior notificación a la organización del Panda Raid, y bajo la supervisión del delegado de Educación del gobierno marroquí, que también estuvo presente en el acto de entrega. Lejos de ser algo institucional, el encuentro con los niños fue de lo más divertido. Jugamos con ellos, al fútbol y a la comba, y todos tenían una sorpresa preparada para cada uno de los equipos, con un dibujo de nuestro coche y nuestro dorsal hecho por ellos mismos.

Sumando el viaje de ida y vuelta, en total son más de 5.000 km, la mitad de ellos por zonas tortuosas.

Pasada la resaca de la jornada tranquila, casi de descanso, volvimos a ponernos en ruta, esta vez dirección a las dunas de Merzouga. Qué paisajes tan impresionantes, tan cercanos y, a la vez, tan distantes para Europa. Continuamente teníamos las sensación de estar fuera de la realidad, conduciendo un Panda en mitad del desierto, cruzando un lago seco –Chott, en denominación árabe– o literalmente escalando piedras, a veces, sin el rumbo bien definido; algo que se hace más difícil de llevar todavía cuando te sorprenden las momentáneas tormentas de arena que no te dejan ver a un palmo de tus narices. En ese caso es mejor deshacer el camino, ir hacia alguno de los puntos iniciales marcados en el libro de ruta y volver a empezar.

En el desierto el tiempo no se mide por horas o minutos, sino por momentos. No seguir sus leyes puede acabar derivando en situaciones desesperantes. Una de ellas es que, cuando se duda con el rumbo o con la dificultad del terreno, hay que parar inmediatamente para analizar la situación. De lo contrario, quedarte atrapado en una zona puede suponer un retraso de varias horas para la llegada al campamento, con el consiguiente agotamiento físico y psicológico. Pero ahí, en esos momentos, es donde surge lo mejor de las personas. Todos, en comandita, ayudándonos para sacar los coches de la arena y continuar el camino, aunque eso suponga más y más esfuerzo a medida que van quedándose atrapados los coches. Pero, al final, nunca sabré muy bien cómo, todos salíamos.

Tras la dura aventura llega el regreso: 1.500 km de vuelta a casa.

Quizá, la parte más dura sea la de volver a casa. Y no sólo porque hay que hacer casi del tirón los 1.500 km que separan Essaouira de Madrid – o a donde quiera que se regrese – a una velocidad, muchas veces, de 90 km/h (que es a lo que llegan estos coches en subidas prolongadas) sino porque dejas atrás de golpe un cúmulo de experiencias adquiridas en un brevísimo espacio de tiempo en el que apenas se puede asimilar nada. Las playas de Essaouira, como el Lago Rosa para el Dakar, ponen el punto y aparte a una carrera que no tiene como objetivo ser el más rápido sino llegar lo más entero posible, y respetando el libro de ruta.

Pero no constituye un final, porque una vez que has participado en el Panda Raid te contagias de un virus, benigno, del que ya nunca te podrás deshacer.

Este artículo ha aparecido originalmente en la revista Curved, número 4. Curved está disponible en el Quiosco de iTunes o en el Play Store de Android, junto a otras doce revistas creadas por Mediazines.

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