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Audi RS7 piloted driving concept: corriendo en un circuito… sin manos

La mañana es fría pero muy soleada. Un día perfecto para rodar en un circuito o para darle vueltas, y no sólo en el sentido metafórico, a uno de los temas más interesantes de los últimos años en el mundo de la automoción: el coche autónomo. Algo de lo que ya hemos hablado en otras ocasiones, que genera una gran controversia, con dos bandos muy diferenciados. Unos, muy a favor de una mayor autonomía en la conducción. Los otros, por el contrario, muy reacios a que sea el coche el que determine las órdenes en marcha. La guerra está servida pero, a buen seguro, a medida que pase el tiempo habrá cambio de posiciones.

Sin manos: ¿es ese el futuro de la conducción?

Aunque va “disfrazado”, el coche que me lleva a todo trapo por Ascari es un Audi RS7 convencional, con muchos sensores, eso sí.

Para analizar el futuro en la conducción tenemos que partir del presente e, incluso, viajar hacia el pasado. Un coche autónomo no es una especie de nave espacial con ruedas que parte de cero. La unión de varios sistemas de automatización es la que hace que el coche sea autónomo. Es decir, muchos de los sistemas que hoy en día podemos encontrar casi en cualquier automóvil, actuando en conjunto y con alguna adaptación, son los que responden a la idea que tenemos de coche autónomo.

Por ejemplo, el “cruise control” (control de velocidad de crucero) junto a un radar de distancia y un sistema de alerta de carril involuntario que sea capaz de mover la dirección ya es un coche semiautónomo. Basta con que nos coloquemos detrás de un coche en la autopista, activemos la velocidad de crucero y, simplemente, dejemos que nos lleve. El radar determinará si tiene que reducir la velocidad o frenar en función de cómo actúe el coche que nos precede. Y lo mismo con la trayectoria lateral, al tiempo que va leyendo las líneas del asfalto. Este funcionamiento, que a priori parece tan sofisticado, lo podemos encontrar en un “simple” Volkswagen Polo. Es cierto que, aunque en ese momento no estemos actuando ni en los pedales ni en el volante no podemos inhibirnos de nuestras funciones.

Ir en el asiento del copiloto del coche autónomo más rápido del mundo es una sensación indescriptible, más cercana a la ficción que a la realidad.

Volviendo al principio, hace unos meses Audi presentó a la prensa internacional en el Circuito de Ascari (Ronda, Málaga) un estudio del coche autónomo sobre la base de su berlina deportiva RS7. Se trata de un proyecto liderado por dos jóvenes ingenieros de la alemana, Peter Bergmiller y Klaus Verweyen, como continuación del prototipo A7 piloted driving concept, que fue capaz de recorrer solo los 900 km de distancia que separan Silicon Valley de Las Vegas. En este caso el objetivo era ir un paso más allá.

Simular una vuelta rápida en un circuito, tal y como lo haría un piloto experimentado, y viviéndolo desde dentro para contarlo. La experiencia, desde luego, tiene su aquél. Nos retrotrae a la infancia, a las escenas de mayor acción de series como El Coche Fantástico, en las que K.I.T.T. acudía a la llamada de Michael Knight, manejándose perfectamente solo en condiciones realmente peligrosas. Aquello era ficción, pero sabíamos que tarde o temprano acabaría llegando el día en el que dejaría de serlo.

Una unidad de control situada en el maletero, con varios ordenadores, es la que registra todos los parámetros y gestiona el control del coche de forma automática. Es el cerebro de la Inteligencia Artificial.

Un sudor frío empieza a caer de mi frente cuando, sentado en el asiento del copiloto, el motor arranca. Lo han activado remotamente desde un ordenador. No puedo hacer nada desde mi posición y cuando giro la cabeza, a mi izquierda, vuelvo a confirmar que no hay nadie. El coche comienza la marcha. Poco a poco va tomando confianza y dibujando la trayectoria de las curvas de la forma más correcta, pero a una velocidad moderada. Uno no sabe hasta qué punto esta experiencia puede acabar bien… o no, pero para no tener que pensar más en ello me dejan una especie de joystick, conectado a través de un cable, mediante el que puedo desconectar inmediatamente las funciones automáticas.

Además, bajo los mandos de la climatización hay un “botón del pánico”, similar al de muchos coches de competición con el que, simplemente con aplicarle el clásico manotazo, se apaga el coche. El caso es que una vez que una vez metidos en harina, un torrente de sensaciones surge de inmediato y no te permite otra cosa que estar pendiente de lo que va haciendo el piloto fantasma. En este sentido, la evolución es tan grande que es capaz de tomar decisiones en milésimas de segundos ante imprevistos. Por ejemplo, cuando el coche amaga con derrapar, la reacción de contravolantear para corregir la trayectoria es exactamente igual a cómo lo haría un ser humano.

Peter Bergmiller y Klaus Verweyen, dos jóvenes ingenieros casi en prácticas por su aspecto, son los padres de la criatura.

Alrededor del coche, todo un conjunto de sensores van midiendo los parámetros del recorrido en cada momento que, previamente, se ha memorizado mediante señal GPS. Pero hay que tener en cuenta otra serie de valores como la temperatura del ambiente, la temperatura del asfalto, los márgenes de error, en fin, los mismos a los que nos enfrentaríamos nosotros si lo estuviéramos conduciendo y frente a los que tendríamos que actuar como lo que somos, como humanos y no como máquinas.

Para ello, hay toda una programación compleja previa que consiste, por decirlo de una forma sencilla, en enseñar al coche a conducir por sí mismo y de una forma rápida. Y, por lo que he podido comprobar, lo consiguen de una forma muy real. De momento sólo se trata de un estudio, pero ya nos enfrentamos a unos retos que no sólo se centran en el aspecto tecnológico del coche, algo que cada vez está más avanzado, sino en la parte legal y de infraestructuras.

El objetivo es mejorar la seguridad de los coches en el futuro, evitar que situaciones como la de quedarse dormido al volante acaben en tragedia.

En Europa, por ejemplo, las leyes aún no permiten que un coche circule en una vía pública por sí mismo, con lo que se hace muy difícil llevar a cabo un ensayo real en estas condiciones. No ocurre lo mismo en Estados Unidos, concretamente en algunos estados en los que hay más laxitud respecto a esto y donde se están trasladando los fabricantes europeos para poder llevar a cabo unas pruebas más certeras en vías abiertas al tráfico.

Al final, lo que se trata es de mejorar la seguridad. Como me dice uno de sus desarrolladores, Klaus Verweyen , “los seres humanos pueden distraerse pero los sistemas electrónicos están absolutamente centrados en lo que tienen que hacer”. Y si pensamos que no queremos que sea “el coche fantástico” el que conduzca por nosotros, siempre tendremos la posibilidad de desconectarlo cuando queramos.

Este artículo ha aparecido originalmente en la revista Curved, número 4. Curved está disponible en el Quiosco de iTunes o en el Play Store de Android, junto a otras doce revistas creadas por Mediazines.

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