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Ferrari FX: el Ferrari más exclusivo, enigmático y tecnológico de los noventa, que encargó el sultán de Brunei

Que una familia, como la encabezada por el patriarca, el sultán de Brunei, atesore una colección de miles de automóviles, muchos de los cuales son piezas únicas encargadas por varios millones de euros a la propia marca, a algunos les parecerá impresionante. A otros tal vez les parezca una extravagancia. A muchos, seguro, les parecerá un ejercicio de ostentación insultante, a tenor de la situación del mundo. Para Giani Agnelli, otrora máximo representante del Grupo Fiat, propietario de Ferrari, «es una suerte tener a clientes así», como la familia real de Brunei. Para Paolo Garella, ingeniero y diseñador en Pininfarina, una oportunidad única para realizar creaciones grandiosas. Y es que fue la propia familia del sultán de Brunei la responsable de que Garella crease uno de los Ferrari más misteriosos de las últimas décadas, el Ferrari FX. Una de las primeras aplicaciones de un auténtico cambio secuencial robotizado de competición en un deportivo de calle. Y una exquisita pieza de ingeniería y diseño, a partes iguales, que hasta ahora muchos desconocíamos.

The Verge, un medio referencia en lo que a tecnología se refiere, preparaba este año un reportaje que deberías anotar en tus favoritos para leer con mucha calma, acerca del Ferrari FX, uno de los Ferrari más impresionantes y enigmáticos que se crearon allá por los años noventa.

Impresionante, por el hecho de que recurriera a soluciones que hoy en día son comunes en deportivos de altos vuelos, como una carrocería moldeada en fibra de carbono, o un cambio secuencial con levas en el volante, pero que allá por los años noventa eran una visión del futuro que nos esperaba. Enigmáticos, porque lejos de ser un proyecto liderado por Ferrari, nos encontramos con un encargo secreto y especial de la realeza de Brunei en el que no solo estuvo involucrado Pininfarina, sino también los equipos de competición Prodrive y Williams.

Con una fortuna multimillonaria, fruto de la riqueza petrolífera de esta pequeña nación enclavada al sur del Mar de China (localizar Brunei en Google Maps), el sultán de Brunei y su familia han atesorado miles de automóviles en colecciones que muchos describen como infinitas hileras de coches en hangares que podrían alojar aviones destinados a vuelos transoceánicos. Su obsesión por los automóviles llevaría al sultán de Brunei a organizar la colección por colores, por marcas, o incluso atesorar colecciones enteras del mismo modelo, con unidades decoradas en diferentes colores, con toda la paleta de colores y acabados que figuraba en el catálogo del producto.

Tras más de 50 encargos especiales, Pininfarina recibió la responsabilidad de crear un Ferrari a la medida de las necesidades del principe Abdul Azim, hijo de Hassanal Bolkiah, más conocido como el sultán de Brunei. Y entre esas necesidades, se incluía el reto de que ese Ferrari contase con un cambio secuencial, con un dispositivo que automatizase el proceso de desembragado y embragado, para que bastase con un toque en un botón, o una leva, para cambiar de marchas. Una solución muy común en estos tiempos que corren, en los que el estándar de un deportivo es un buen cambio automático con tecnología de doble embrague, pero también una idea casi descabellada, por lo complejo que resultaría conseguir un rendimiento óptimo y refinado, cuando Azim realizó el encargo a Pininfarina, en 1994.

Sería el propio Paolo Garella, responsable de prototipos y proyectos especiales de Pininfarina, el que se pondría manos a la obra, y el que encargaría la tarea de adaptar su cambio secuencial, al motor de doce cilindros en uve del Ferrari Testarossa – que sería la base de esta creación – a Prodrive. Más tarde, tras un nuevo encargo de Azim, Williams se encargaría de refinar aún más este cambio, con su propia tecnología, para crear uno de los deportivos más impresionantes de los años noventa, tal y como lo definirían algunos de los pocos que han tenido ocasión de probarlo.

Y son pocos los que lo han probado porque de las seis unidades que se construyeron (desde ciertos medios se menciona que se produjo alguna más), solo un Ferrari FX acabó fuera de la colección de la familia real de Brunei. Un Ferrari FX que, a diferencia del resto, estaba decorado con un acabado en azul zafiro. El mismo Ferrari FX que utilizó Williams en su desarrollo de la transmisión robotizada, y que atesoró en sus instalaciones – por toda una serie de catastróficas desdichas, y problemas económicos y legales en la familia de Brunei – hasta que un coleccionista estadounidense, Dick Marconi, se hizo con él por 1.3 millones de dólares. Hoy en día dicen que habría rechazado la oferta de muchos coleccionistas que ofrecían más de diez millones de dólares por este Ferrari.

Aquel Ferrari FX contaría, como no podía ser menos, con un carrozado completamente nuevo, obra de Pininfarina. El estudio italiano se encargaría de crear una carrocería completamente ensamblada en fibra de carbono, una solución que, de nuevo, era toda una sorpresa a comienzos de los años noventa, entre otras cosas por lo complejo, y costoso, que resultaba el proceso para crear los paneles que componen un deportivo como este.

Su estética difícilmente podría ocultar que bajo él se esconde un Ferrari Testarossa y un Ferrari 512 TR, con las mejoras que Ferrari aplicó sobre la base del Testarossa original. Y probablemente te sorprenda, y mucho, que en su diseño, especialmente en su frontal, ya nos encontremos con detalles como unas generosas entradas de aire muy redondeadas, en contraste con los trazos afilados del Testarossa, que ya se asemejan, y mucho, al Ferrari 360 Modena que no conoceríamos hasta 1999.

Mientras cinco de los seis Ferrari FX que se ensamblaron seguirán escondidos en alguno de los hangares en los que el sultán de Brunei guarda su colección de coches, el número cuatro, aún puede contemplarse en el Museo Marconi, en California. Un museo que, por cierto, goza de entrada gratuita (con donación de 5 dólares sugerida por adulto), y que incluso puedes visitar en Google Maps.

Fuente: The Verge
Fotografías: Paul Barshon
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