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Medio siglo de evolución en las pick-up: 1970 Ford F-250 Custom frente a 2018 Ford F-150 Limited

Desde que las primeras pick-up fueran lanzadas al mercado hace un siglo – no eran más que sencillos Ford Model T a los que se acoplaba una pequeña caja de carga – su evolución ha sido imparable. Aunque en casos como el de la Ford F-150 Limited pueden ser consideradas coches de lujo, nunca han dejado de ser herramientas de trabajo. Aprovechando nuestra estancia en Estados Unidos y la amabilidad de un amigo, hemos podido comparar nuestra Ford F-150 con uno de sus antepasados más ilustres: una preciosa Ford F-250 del año 1970. Así es como ha cambiado en cinco décadas uno de los iconos de Estados Unidos.

Esta Ford F-250 no es una “reina de garaje”

La Ford F-250 que protagoniza este artículo es muy especial. Es la niña mimada de Mike Schloff, un amigo de mi familia estadounidense. La adquirió hace cerca de dos años, por cerca de 9.000 dólares. Una de las peculiaridades de esta pick-up es que nunca ha sido restaurada. Pese a tener 48 años a sus espaldas, sólo ha sido repintada una vez y solamente acumula 46.000 millas en su odómetro – ¡tiene poco más de 80.000 km! El motivo es que durante más de 30 años fue usada en una granja de caballos en Kentucky. Un clima suave y tareas de remolque de corta distancia han permitido su excelente estado de conservación.

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Sobre su capó Mike ha colocado una herramienta para el trabajo de la madera, un adorno de regusto clásico que la diferencia de otras pick-up.

Para Mike, esta pick-up no es solamente un clásico de disfrute. Es una pick-up que se usa para lo que fue diseñada: transportar carga de un lado a otro. Concretamente, los kits de carpintería que vende a escuelas y centros formativos, que luego usan en sus programas de aprendizaje y formación profesional. Esta Ford F-250 es una excelente tarjeta de presentación: está rotulada de forma discreta con el logotipo de su empresa, y estoy seguro de que ya ha cerrado varios negocios cuya primera frase fue “eh, bonita pick-up”. No podemos olvidar que su batalla supera los 3,3 metros y es capaz de acarrear sobre sus lomos la friolera de una tonelada de carga.

Llego a casa de Mike con mi flamante Ford F-150, mientras él termina de lavar su F-250 a mano. Estéticamente no podrían ser coches más diferentes, pese a que ambos siguen el principio de “función sobre forma”. Su F-250 tiene una cabina sencilla, con un banco corrido en el que podían sentarse tres personas. Por aquél entonces, una pick-up de cuatro puertas y cinco plazas era algo que nadie se planteaba: era un vehículo de trabajo puro y duro, ¿por qué íbamos a reducir su capacidad de carga? Sus líneas eran muy simples, sin florituras. Solo en la calandra y los paragolpes se permitía algún adorno decorativo en forma de unos sencillos cromados.

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Aunque es más corta que mi F-150, es más ancha. Tenía que ser estable a la hora de remolcar, soportando cargas muy pesadas.

“Abre el capó”, le digo a Mike, mientras limpia el salpicadero. “Ábrelo tú”, me dice. No estaba siendo maleducado, el capó se abre desde la calandra delantera, sin mecanismo alguno que lo proteja de los amigos de lo ajeno. Tiene todo el sentido del mundo: eran coches que casi todos sus propietarios mantenían por sí mismos, en los que la apertura del capó debía ser lo más rápida y sencilla posible. Abro el pesado capó, y un motor V8 de los de antes me saluda: 360 pulgadas cúbicas de hierro fundido de Detroit. De aspecto descuidado, con pérdidas de aceite, pero en plena forma mecánica. Nunca ha sido reconstruido, y por el momento, ninguna falta le hace.

Este motor de 5,8 litros y aspiración atmosférica está alimentado por un sencillo carburador de doble cuerpo. Tiene dos válvulas por cilindro y ningún tipo de sistema anticontaminación. No hay más accesorios que el alternador y la bomba de la dirección asistida, un extra que en un vehículo clásico de trabajo, es de agradecer. No tiene aire acondicionado, para eso están unos pequeños ventanucos, que dejan pasar la brisa… si el coche está en movimiento. Mike acciona el contacto y el V8 despierta al instante, más rápidamente que muchos coches modernos. Su establo de 215 caballos comienza a desperezarse, mientras yo me deleito con el sonido de su pesado ralentí.

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No tiene cuentavueltas, y la palanca de cambios mide literalmente un metro. La única concesión al “ocio” es una radio con un casete 8-track.

“Plo, plo, plo, plo”… la melodía del ocho cilindros es tan embriagadora como el aroma a gasolina que poco a poco inunda el habitáculo. Me aúpo al puesto de pilotaje… y los 50 años que separan a ambos coches me golpean en la cara con toda su fuerza. Los coches siguen teniendo un motor, cuatro ruedas y un volante, pero sus interiores no podrían ser más diferentes. El aro del volante es muy fino y tiene un diámetro enorme. El único ajuste posible en la posición de conducción es desplazar longitudinalmente el banco corrido donde estoy sentado. Un precioso banco de color verde, tapizado en “skay”, como lo llamaban entonces. Gélido en invierno, pegajoso en verano.

La aparente ausencia de equipamiento llama la atención, y su sencillez es realmente encantadora. El salpicadero es de chapa vista, la instrumentación carece de cuentavueltas y solo una pequeña radio nos mantendrá entretenidos. En vez de hacer streaming de nuestra playlist favorita en Spotify, ¿por qué no hablar con nuestros acompañantes? Olvido la maravillosa ergonomía de la Ford F-150 en la que he llegado, y me abrocho el cinturón de seguridad que Mike ha instalado hace apenas una semana. Una pequeña pero – en mi opinión – imprescindible concesión a la modernidad.

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Un detalle curioso, las luces largas se accionan con el pie izquierdo.

Aunque muchas Ford F-250 de la época ya estaban equipadas con un cambio automático de tres relaciones, la unidad de Mike tiene un cambio manual. Su primera y su marcha atrás no están sincronizadas, y el punto muerto no se percibe de forma clara. “¿Quieres conducirlo?”, me pregunta Mike. Afirmo ilusionado, mientras por dentro los nervios me devoran. “Trata de no calarlo”, me digo, mientras engrano la primera marcha. Sin una palanca tan larga no tendría fuerza suficiente para meter la marcha. El embrague tiene un recorrido larguísimo, es muy duro y el punto de fricción está muy alto. Aún con práctica, no es sencillo arrancar suavemente.

La primera marcha es cortísima, casi parece una primera marcha de reductora. A 5 km/h el V8 ya pide a gritos otra marcha. “La primera está hecha para tirar de un remolque o arrancar un árbol”, bromea Mike. Termino saliendo por sistema en segunda. El V8 tiene tanto par motor que incluso podría salir en tercera o en cuarta. Su experiencia de conducción es la que cabría esperar en una herramienta de trabajo de hace 50 años: hay que pisar con mucha fuerza los frenos, el motor llena con su sonido el habitáculo y todo son grillos y crujidos. Su eje trasero es rígido, y su suspensión trasera es de ballestas. El coche rebota de forma seca y brusca en cada bache.

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Una vez te acostumbras a sus peculiaridades y el “efecto” del tiempo, su conducción no es tan diferente de la de cualquier coche de hoy en día.

Es el mullido del asiento el que evita que nuestros riñones sufran en exceso. Y seguro que sería aun más violento si el coche no montara llantas de 15 pulgadas con neumáticos de perfil 75 para uso comercial. La Ford F-150 Limited es a su lado una alfombra voladora, digiriendo los baches con eficacia, pese a montar llantas de 22” y neumáticos de perfil bajo. Los asientos ventilados, calefactados y con masaje de la F-150 sujetan mi cuerpo a la perfección. En la F-250 el soporte lateral es la chapa de la puerta y mi cabeza va a centímetros de la ventanilla trasera. No hay reposacabezas, no hay zonas de deformación programada. Al menos la visibilidad es excelente.

Mike ha hecho viajes de varias horas en su Ford F-250 Custom, y afirma que es cómoda y no tan ruidosa, una vez mantiene una velocidad de crucero. El control de velocidad de crucero adaptativo son sus pies y sus ojos, y la alerta de vehículo en punto muerto es su prudencia y sentido común. “¿Cuánto consume?”, le pregunto. Una carcajada es su primera respuesta. “Unas 10 millas por galón”, con mucho cuidado y mimando el acelerador. Estamos hablando de un consumo mixto de cerca de 25 l/100 km. La F-150, pese a ser más pesada, llevar rodillos por neumáticos y tener un motor turbo de 375 CV consume unos 10-11 l/100 km a velocidades moderadas.

El V8 de 360 pulgadas cúbicas de la F-250 necesita ligeros ajustes de carburación. Si pisas a fondo, el motor tiende a ahogarse.

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La Ford F-250 que conduzco es una “bomba” rodante. Tiene dos depósitos de combustible, con una capacidad total cercana a los 40 galones. Llenos, estamos hablando de casi 140 litros de gasolina. Uno de sus tanques está situado tras el asiento. Pienso en un impacto trasero por alcance y me estremezco un poco. Si tuviera que resumir en una reflexión los 50 años que separan a ambas pick-up, sería que tras los asientos traseros, la F-150 Limited tiene un subwoofer y un amplificador, mientras que la F-250 tiene un depósito de combustible de 70 litros. La F-250 no mimaba a sus ocupantes, no era el propósito para el que había sido diseñada.

La F-150 tiene tanto equipamiento como una berlina premium, y es tecnológica a más no poder. De hecho, te emplazo a que leas la prueba que hemos publicado sobre la “reina” de las F-150, el vehículo más vendido de EE.UU. por más de 37 años consecutivos. Mike se da una pequeña vuelta en la pick-up moderna y queda impresionado por la experiencia. Alaba especialmente el rendimiento de su motor 3.5 V6 EcoBoost y la cantidad de “gadgets” que monta. No es capaz de creerse que este monstruo de casi seis metros de longitud pueda superar las 20 millas por galón con facilidad. Abrimos su capó, y un mar de plástico nos recibe.

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La mecánica de la Ford F-250 es sencilla a más no poder. Poco es susceptible de romperse. Diagnosticar y reparar cualquier avería es juego de niños.

Su Ford F-250 apenas tiene piezas de plástico bajo el capó: todo está a la vista y es sencillo de reparar o mantener, incluso con muy poca experiencia mecánica. No sabría ni donde empezar para cambiar las bujías del EcoBoost de la F-150. La cultura americana valora mucho el “DIY”, el “házlo tú mismo”. Por desgracia, cada vez es más complicado mantener y reparar un coche moderno sin herramientas especiales o un ordenador de diagnóstico electrónico. Volvemos a la pick-up clásica, y antes de llegar a casa de Mike hundo el pedal derecho. El par motor estremece su carrocería y el coche se retuerce, mientras se lanza hacia delante de forma ruidosa y rápida.

Pronto supero el límite de velocidad y levanto el pie del acelerador. Un aroma a gasolina impregna todo el habitáculo, mientras una sonrisa bobalicona ilumina mi cara. Una experiencia visceral, directa y ruda, una maravillosa sensación que ya se ha perdido en cualquier coche actual. Por fortuna, aún quedan amantes de los clásicos, que no tienen miedo a ensuciarlos o usarlos para lo que fueron diseñados. Desde Diariomotor, un enorme agradecimiento a Mike Schloff y Maplewoodshop por permitirnos llevar a cabo esta retrocomparativa. Disfrutad de la galería de imágenes en alta resolución que os ofrecemos bajo estas mismas líneas.

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