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No solo se ha salvado a sí mismo, Fernando Alonso nos ha salvado la vida a todos

Aún habrá quien piense que la Fórmula 1 no es más que una maquinaria de marketing, publicidad, y un desperdicio de dinero alimentado por nosotros, los espectadores. Pero también hay quien piensa que no tiene sentido invertir en estaciones espaciales, en viajes a la Luna y a Marte, o en enviar sondas a los confines del sistema solar, cuando aún hay hambre en el mundo. Pero en días como hoy queda patente que la Fórmula 1 no es únicamente un ejercicio de entretenimiento, amado por algunos, e incomprendido por muchos. Fernando Alonso no solo ha salvado su vida, o como el propio Asturiano ha reconocido, ha gastado una de las vidas que le quedaban (ver crónica del Gran Premio de Australia 2016 en Diariomotor Competición). Fernando Alonso nos ha salvado a todos.

Y es por eso que incluso en la terrible desgracia de un piloto fallecido, de Jules Bianchi, de Ayrton Senna, de Ratzenberg, de María, y de tantos otros que dejaron su vida en la Fórmula 1, aún existe un mensaje optimista. Fernando Alonso le debe la vida a todos ellos. Nosotros también.

El progreso no es otra cosa que ver a un piloto estrellarse a 310 km/h, y hablar tranquilamente con los periodistas unos minutos más tarde. El progreso no es otra cosa que saber que cada coche que veas por la calle esconde, en cierta medida, un Fórmula 1 en su interior.

Alonso le debe la vida a un monoplaza capaz de desintegrarse, y a la vez mantener intacta la célula de seguridad en la que él estaba alojado, así como deberíamos dar gracias porque nuestro coche se deforme con cualquier impacto que suframos (ver artículo: La arruga es bella, la importancia de la deformación controlada en un coche). Alonso debe dar gracias a Senna por haber dejado su vida en Imola, porque gracias a él un piloto puede salir ileso de un terrible accidente, con múltiples vuelcos, como el sufrido por Fernando este fin de semana, o el sufrido por Robert Kubica en Canadá en 2007.

Fernando también debe darle gracias a los 10 centímetros de grosor de las protecciones del habitáculo y a la velocidad de más de 50 km/h a la cual debe resistir un impacto un monoplaza, así como nuestros coches se estrellan adrede para obtener una calificación en estrellas homologada por EuroNCAP. Fernando, los espectadores, y los comisarios, deben dar gracias a Graham Beveridge, que aunque nadie recuerde su nombre dejó su vida en el Gran Premio de Australia de 2001. Gracias a él no hemos visto ruedas volando contra las gradas.

Fernando también ha de dar gracias a una columna que se erige 7 centímetros sobre su cabeza, capaz de resistir un peso de 2,4 toneladas sin deformarse, así como nuestros coches son capaces de volcar sin aplastarnos en su interior.

La transferencia tecnológica, en ambos sentidos, entre la industria del automóvil, de calle, y la competición, salva vidas a diario, en accidentes que no verás abriendo telediarios. Tal vez por eso debiéramos ver también las carreras con otros ojos, no solo como un entretenimiento, como deporte, e ingeniería. Y es por eso que hoy, más que nunca, no solo diremos que Fernando Alonso ha salvado su vida gracias a la FIA y a otros muchos que dejaron la suya en más de un siglo de competición, porque esos mismos son los que en algún momento también nos han salvado la vida, o nos la salvarán.

En Diariomotor:

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