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Ni con gasolina, diésel, o electricidad, cuando el motor del futuro era nuclear

¿Quién no estaría encantado de viajar con un reactor nuclear tras la espalda? Hubo un tiempo en que Ford creyó que el sueño de recorrer 8.000 kilómetros sin parar a repostar era posible. Y que la gasolina sería remplazada irremediablemente por el átomo. Sin duda, hubiera sido un buen negocio para la humanidad.

No era diésel, gasolina, o eléctrico, sino nuclear

Era un tiempo en que, como diría el propio Albert Einstein, la humanidad consiguió que fuera más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Eran los albores de la Era Nuclear. La humanidad ya había sido testigo de los horrores y las terribles consecuencias de desatar la energía nuclear. Pero también contemplaba con esperanza cómo se dibujaba un futuro brillante, de prosperidad, en el que la energía nuclear podría estar presente en todos los ámbitos de la economía.

Fue en aquellos años en los que Ford concibió su coche atómico, que en vez de un motor al uso empleaba un reactor nuclear. El pionero reactor nuclear de Shippingport había comenzado a producir electricidad para iluminar los hogares de Pennsylvania y la carrera armamentística de la Guerra Fría, que ya se había iniciado, aún no había infundido los temores en la población que se desatarían años más tarde con aquellos intensos, y tensos, 13 días de la crisis cubana.

En los albores de la Era Atómica, Ford imaginó que el futuro podía ser un coche atómico, con un reactor nuclear

Un coche con un reactor nuclear a tu espalda

En 1958 se desvelaba uno de los proyectos más descabellados, y sin duda ambiciosos, de Ford. El Nucleon nos presentaba su idea del coche atómico. Un vehículo que portaría en su trasera un reactor nuclear, muy compacto, eso sí, que debería generar vapor, que a su vez propulsaría una turbina y que, en última instancia, dotaría de movimiento a este vehículo.

Hipotéticamente, el Ford Nucleon sería un vehículo de más de 5 metros de longitud, en el que buena parte de su planta estaría dedicada al receptáculo en el que iba instalado el reactor, en una suerte de «bañera» que podría asemejarse a la de un pick-up. Decimos bien hipotéticamente, porque lo que presentó Ford fue un modelo a escala 3 a 8.

Imaginemos lo emocionante que debía resultar en aquellos años este proyecto, por mucho que hoy nos parezca un disparate. Ford anticipaba que podríamos recorrer más de 8.000 kilómetros sin parar a repostar, tras los cuales tan solo tendríamos que acudir a una estación de servicio para adquirir una nueva cápsula de material fisible y seguir circulando sin emitir un gramo de CO2.

Ford deseaba que este coche recorriese 8.000 kilómetros sin parar a repostar, tras los cuales debía remplazarse su combustible, una cápsula de material fisible

La seguridad de viajar con un reactor nuclear

¿Por qué no prosperó este proyecto? Sencillo, te estarás pensando. Porque la idea de viajar en coche mientras a nuestra espalda se están descomponiendo isótopos fisibles, en una reacción en cadena que, por muy controlada que este, sabemos emite energía en forma de radiación, no parece demasiado confortante. No hablemos ya de la posibilidad de sufrir un accidente de tráfico.

La contención de la radiación y de materiales que pudieran ser dañinos para la salud, sin duda, es una razón de peso para constatar que, antes de nacer, este proyecto estaba condenado a no prosperar, y era inviable.

Pero existe una aproximación aún más interesante a la idea del coche atómico, propulsado por un reactor nuclear, que nos revela por qué el proyecto carecía de sentido.

La preocupación por cuán seguro podía ser viajar con un reactor nuclear a cuestas fue tan solo una de las razones que lo hacían inviable

La energía nuclear en el automóvil

El doctor Dale Thomas, Director Adjunto del Centro de Investigación de la Propulsión de la Universidad de Alabama, expresó claramente su visión del proyecto de coche atómico a The Drive, apuntando a un aspecto que generalmente no se tiene en cuenta cuando se habla del Ford Nucleon. Más allá de la integración de un reactor nuclear a escala, que pudiera acomodarse en un coche, existía un problema aún más acuciante, cómo manejar la energía resultante de la fisión.

Un reactor nuclear como el propuesto generaría una gran cantidad de energía térmica que, a su vez, tendríamos que transformar en movimiento, para propulsar el vehículo, o para transformarla una vez más en energía eléctrica, que después se transformaría en movimiento con un motor eléctrico. Imaginemos también las dificultades para gestionar la energía térmica, que probablemente hubiera implicado el empleo de radiadores enormes, sobre todo si tenemos en cuenta que el vapor generado por la acción del reactor debía mantenerse en un circuito cerrado.

Decía el doctor Thomas unas palabras muy sabías: «las conversiones de energía son como el cambio de divisas en los aeropuertos – siempre pierdes».

Manejar la energía térmica generada en un reactor nuclear y transformarla para mover un coche sencillamente no era posible

Que Es Un Reactor Nuclear

Reactores pequeños, presente y futuro de la energía nuclear

El coche atómico de Ford no prosperó, ni ningún otro. Visto con perspectiva, tampoco parece que tenga ningún sentido que utilicemos la energía nuclear para mover nuestros coches, al menos directamente. Utilizar energía nuclear para recargar la batería de nuestros coches eléctricos, en cambio, sí parece tener mucho sentido y, para muchos, será necesario como complemento a las energías renovables.

Por otro lado, la idea de generar energía del átomo en aplicaciones miniaturizadas, en comparación con lo que entendemos por una central nuclear, no es tan descabellada y, de hecho, dibuja uno de los futuros más brillantes para la energía nuclear. Los reactores nucleares pequeños han permitido que existan incluso submarinos y buques que funcionan con energía nuclear. Y muchos países y compañías están invirtiendo en el desarrollo de centrales que, basadas en reactores pequeños, ofrezcan un complemento a la energía renovable para llevar a cabo el proceso de descarbonización de la economía en el que se encuentran inmersas las naciones desarrolladas, como los miembros de la Unión Europea.

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