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ESPACIOS
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De regreso a casa

Se supone que parar a estirar las piernas tras conducir varias horas debería ser un descanso. Había pensado comer aquí, en esta venta junto a la gasolinera que parece más vieja que el sol.

—No lo haré.

Acaban de aparecer tres autocares. Uno lleno de críos y dos llenos de ancianos. El silencio se ha convertido en un escándalo.

El baño ha colapsado.

—Tenía que haber entrado al llegar.

Tres días en carretera y sin nadie con quien conversar, convierten a cualquiera en ermitaño. Solo he hablado lo justito como para pedir comida, gasolina o una habitación.

Parezco un gruñón, lo sé, pero no siempre soy así. De hecho, me encanta viajar en mi coche, un Alfa Romeo Giulia del año pasado. Nunca había reparado en este modelo, pero un día y como aparecido de la nada, un conocido desconocido me dejó probar el suyo. Pude sentir el veneno dentro de mí. El resto es historia y, como decía, me encanta viajar en ese coche.

—Pero esta no es la vez que más deseo llegar a mi destino.

Espero a que los autocares retomen el rumbo. No tengo prisa, la carretera no irá a ninguna parte.

—Ya os pillaré por el camino.

Pago al amable mesonero. Es agradable volver a escuchar tu idioma natal después de tanto.

El escape del Giulia retumba en la ahora tranquila área de servicio. Aguardo un poco a que el motor coja temperatura y me voy.

Vengo de Dinamarca. Allí terminé por trabajo. Toda mi familia se quedó en España, claro está. Al principio venía en avión porque era lo más rápido.

—Pero lo más rápido, no siempre es lo mejor.

Viajar en coche te da el tiempo necesario para pensar. Pensar en lo que has hecho la última semana, pensar en lo que vas a hacer la próxima, o darle vueltas a cualquier tontería del curro que te molestó.

Como decía, no me apetece especialmente volver a casa. Es la boda de mi mejor amigo.

—La boda de mi mejor amigo con mi exnovia.

Ellos se hicieron amigos a raíz de tenerme en común cuando me fui hace años. Me centré tanto en mi carrera, que la relación con ella se enfrió en un santiamén. Inevitablemente, lo dejamos.

Me sentí mal. Muy mal, pero el trabajo me mantuvo realmente ocupado, reescribiendo todos los espacios de memoria sobre mis momentos junto a ella. Entonces, en una de esas visitas en avión, se sinceraron conmigo.

—Fue como si pidieran permiso.

Mentiría si dijera que me sorprendió. De hecho, aquella noticia casi ni me afectó. Seguimos el resto de aquellos días como si nada. Quedamos con otros amigos de la universidad y pasé buenos momentos con mi familia. Todo era como siempre, solo que diferente.

—¿Era yo el que había cambiado?

Eso fue lo que pensé en cuanto subí en el vuelo de regreso. Todo, familia y amigos. Todo como siempre, pero todo diferente. Dicen que si te alejas lo suficiente de un punto, te moverás a distinta velocidad.

—Mi perspectiva había cambiado.

Comencé a ser consciente de mi soledad, de la falsa relación con la mayoría de compañeros de la empresa, de que no conocía el nombre de ninguno de mis vecinos, ni del portero del edificio que tan educadamente me saludaba cada mañana con su inagotable sonrisa.

—Era el momento de reformular mis días.

Recuerdo estar decidido a conocer de verdad a mis compañeros y de ser yo quien saludase primero si me cruzaba con el portero. En ese preciso instante, con ese pensamiento en mente, caminaba por el parking de la oficina. Un rugido reverberó entre las columnas de aquel sótano.

—Me detuve.

Un coche rojo con un morro sobrecogedor se acercó como a cámara lenta. Pasó por delante y aparcó dos plazas más allá de donde me encontraba.

Uno de los tipos que trabajaba en recepción bajó de él.

—Hola —me dijo en danés.

Salí de mi ensimismamiento. Aquellas líneas de la carrocería me habían atrapado.

—Hola, perdona —respondí—. ¿Qué coche es?

—Es un Alfa Romeo Giulia.

Comenzamos a hablar del coche camino al ascensor. Me dio varios detalles, pero resumió que ese coche podría ser la berlina por excelencia. Preguntó si me gustaban los coches.

—Y lo cierto era que sí. Es que sí.

Me gustaban cuando era más joven. ¿A caso esta obsesión por progresar laboralmente también había soterrado eso en mi memoria?

Le conté que tuve un Mitsubishi Eclipse GS-T de segunda generación. No era el mejor, ni el más fiable, pero para mí resultaba toda una delicia. Tuve que venderlo para pagar los estudios que me llevaron hasta Dinamarca.

—Le dije que me arrepentía de haberlo vendido.

Pero ya no. Ahora no. Gracias a todas las decisiones que tomé, pude llegar a ese momento. Pude darme cuenta de que todo lo que había estado ahorrando sin saber para qué, también podía disfrutarlo. Ya tenía el piso pagado, ayudé a mis padres con el suyo y a mi hermana con la universidad.

Había estado solo y auto-reprimido. Quería cambiar eso, así que quedé con aquel tipo después del trabajo. Pude sentir, como decía antes, el veneno en el cuerpo mientras probaba su Giulia. La patada de los 280cv, la precisión de la dirección y el bello sonido del sistema de escape.

Me ayudó a encontrar una unidad en condiciones, que pude pagar sin problema. Comenzamos a quedar para salir con los coches tras el curro. Fuimos a concentraciones donde conocí a más gente y hasta pedimos que nos cambiaran las plazas del parking de la oficina para ver los dos cacharros aparcados juntos.

—Hice un amigo.

Empecé a crear nuevas conexiones, a sorprender al portero del edificio sonriendo primero, a descubrir lo buenas personas que eran algunos de mis vecinos y compañeros de trabajo. También me acerqué más a la familia y comencé molestar a mi distante hermana contándole si había ido a no sé dónde, o si le había montado no se qué al coche.

Y sí, solo era y es un coche, pero se trata del resultado de un cambio. El de darme cuenta de que ir deprisa no es mejor que, simplemente, ir.

—Aunque esta vez no me apetezca demasiado llegar a mi destino, y eso me haga un poco más huraño.