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ESPACIOS
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El Supra fantasma

En una noche sin luna, un puñado de militares juega a las cartas en un puesto fronterizo. Entre sus charlas anodinas y el sonido de alguna radio, comienza a distinguirse un estruendo que eleva su volumen más y más.

Unas luces que se encienden.
Ellos cegados.
Motor y ruedas repicando.
El suelo tiembla.
Estallidos de un escape retumbando en el pecho.
Y una nube de polvo que les hace toser.

Cuando recuperan la visión, las luces ya no están. El estruendo se marcha y solo queda la figura de un monstruo engullida por la lejana oscuridad.

Nadie se atrevía a cruzar por esos puestos fronterizos desde que las cosas se habían puesto tan peliagudas. Miles de personas desplazadas, desaparecidas, o algo peor, eran el resultado de una palabra que no quiero pronunciar.

Todo comenzó como un juego. Yo me dedicaba a los coches. Siempre fueron mi pasión y, con las redes sociales, logré convertirlos en lo que me daba de comer. Se me daba realmente bien y tenía grandes ideas, pero desde hacía un par de años, lo que hacía ya no me llenaba.

Estaba mejor que en cualquier otro trabajo, eso lo sabía, pero no encontraba motivación en dónde acabé llevando las cosas.

Un día leí una noticia en Diariomotor sobre un tipo que usó un Chevrolet Camaro para ofrecer ayuda humanitaria en una situación parecida a esta. Decidí tomar acción y hacer lo mismo, pero mezclado con lo que hacían mis ídolos en sus programas de televisión sobre coches.

Una aventura.

Ni corto ni perezoso, me documenté y preparé un dossier del proyecto. Como suele ocurrir, me sentí estúpido. ¿Quién en su sano juicio trataría de hacer algo así? ¿Cómo me iban a mirar bien las personas a las que les presentara el proyecto? Seguro que ni contestaban.

El miedo sonaba profundamente razonable en mi cabeza, pero igualmente, lo hice.
Un mes después de contactar aquí y allá, Toyota me dio la oportunidad de hacerles una presentación. Las tripas me ardían de nerviosismo. Me trabé hablando en más de una ocasión y me quedé en blanco también.

Cuando todo terminó, respiré aliviado. Pero esto no significaría nada con respecto a lo que estaba por venir. El proyecto se aceptó. Supongo que el millón y pico de seguidores de mi comunidad en redes sociales era un público bastante jugoso, o el que me escuchó estaba tan loco como yo.

Al mes siguiente empezaron los preparativos. Al al otro, casi sin darme cuenta, como cuando el mar te traga poco a poco, estaba en mitad del desierto, al volante de un Toyota GR Supra pintado con pintura militar color arena mate y cristales mate. Era, en teoría, invisible a las cámaras infrarrojas. No era el coche más adecuado para la misión de llevar ayuda humanitaria a diferentes regiones, pero sí mucho más impactante de ver, a la par que ágil.

El motor era el 6 cilindros de 340cv de serie, con caja de cambios manual. Solo se había modificado la entrada de aire para evitar que entrase agua y arena con tanta facilidad. Los paneles de las puertas se habían blindado, el cristal trasero era una plancha de metal, como la que protegía los bajos. La suspensión se había suplementado para ganar altura y se montaron neumáticos de tacos antipinchazos.

Le pusimos una jaula de seguridad que recorría la carrocería por fuera, haciendo las veces de defensa delantera y trasera. En ella se sostenían varios focos en todas direcciones y una baca para cargar lo que hiciera falta en el techo. El asiento del copiloto se quitó para ganar espacio y en el maletero se instaló un segundo depósito de combustible. No podía llevar ni la sexta parte de la ayuda humanitaria que un camión, pero no me atraparían. De eso estaba convencido. Aunque no sé cómo pude estarlo.

Puse mis cámaras y el GPS a funcionar. Era la hora de comenzar la aventura. Una aventura que, por primera vez en mucho tiempo, sentía más para mi disfrute que el de mis seguidores.

En una reunión previa con un grupo de seguridad paramilitar que estaba a favor de ayudar a quien debíamos, me recomendaron actuar de noche, usando la visión nocturna y evitando todos los controles siempre que tuviera oportunidad.

Durante los primeros dos días, solo me topé con gente de a pie, pero la cosa fue cambiando conforme me acercaba a la zona conflictiva. Comencé a encontrarme con lugares derruidos, gente que no tenía dónde ir y otras cosas que no puedo contar. Muchos ni siquiera me miraban y los que lo hacían, quedaban estupefactos ante la presencia del Supra.

Fui entregando los víveres, que iban desde comida y medicinas, hasta jabón, pañales e incluso libros. Cuando se terminaban, regresaba a la base paramilitar. Cargábamos el material que había sido subvencionado Dios sabe quién y salía de nuevo.

Lo que estaba pensado para hacerse en una sola semana, se convirtió en todo un mes. Fui aprendiendo y pasando cada vez más de mi tiempo libre planificando la siguiente entrega, en lugar de editar contenido. Cuando pillaba algo de internet hacía algún directo breve para explicar la situación, pero no quería explicarla. Sé que la difusión de lo que ocurría era necesaria, pero yo solo quería subirme al Supra y surcar el desierto para llegar cada vez más lejos. Porque cuanto más lejos llegaba, más ayuda necesitaba la gente.

Entonces me acerqué demasiado a donde no debía. Un control que no pude eludir. Aquellos tipos se habían enterado de lo que hacía y me estaban esperando a la salida de un pueblo donde entregué 200 litros de agua potable. No era difícil saber que era yo con un coche tan llamativo. Además, cometí el error de moverme de día.

Bloquearon mi camino con un par de camionetas y me apuntaron con sus armas, pero como si no fuese dueño de mi pie derecho, este se hundió hasta el fondo el pedal del acelerador.

Pie a tabla.

Los 340 caballos se desbocaron levantando una nube de polvo mientras embestía la trasera de una de las camionetas. Pasé por debajo como si nada. Otros dos vehículos salieron a perseguirme, pero no tuvieron oportunidad.

Cuando bajé del coche en la base, estaba temblando. Apenas tenía daños. Un hierro de la defensa doblado, un foco roto y abolladuras. No fue hasta que eché un vistazo a la parte trasera, que vi que me habían disparado.

La siguiente semana, la pasé encerrado en una tienda de campaña que me habían dejado los paramilitares. No salí de ella más de lo necesario. Edité todo el material y lo entregué, como habíamos acordado.

Desde entonces, solo he actuado de noche. Ya no grabo y tampoco han vuelto a pillarme en los dos años que ha durado el conflicto. Dos años en los que si te topabas con un Toyota GR Supra color arena mate y neumáticos de tacos, sabías que alguien necesitaba ayuda urgente.