Me ha vuelto a suceder. Y estoy seguro que a ti te ha pasado recientemente. Un conductor quiere abandonar la rotonda por la salida que le toca, y lo hará pase lo que pase. Si eso implica cortar el paso desde el carril interior, casi provocar un accidente, y provocar que la circulación de la rotonda se interrumpe, lo hará. Porque él o ella necesitan abandonar la rotonda. ¿Cómo van a pasarse su salida? Faltaría más.
Hay también una cara B de la obcecación por coger la salida que les corresponde. Y es la de pisar líneas continuas, cortar el paso a otros vehículos o provocar peligrosos frenazos. Esta suele ocurrir cuando el conductor detecta que está a punto de saltarse su salida en plena vía rápida. En una autopista, puede ser mortal de necesidad.
Lo peor de todo es que el conductor que está provocando estas disrupciones no piensa que está haciendo nada malo. Piensa que está circulando correctamente, y que tiene todo el derecho del mundo a salir por la salida que le corresponde. Y lo mejor de todo es que posiblemente piensa de sí mismo que es un gran conductor. Claro, ha salido por quería salir, a pesar de todos esos coches que estaban en medio, «molestando».
Y es que como me dijo mi padre hace mucho tiempo, un mal conductor jamás se salta su salida. Una frase lapidaria que tiene todo el sentido del mundo.
Porque un buen conductor es capaz de dar otra vuelta a la rotonda si no puede abandonarla por la salida que desea – algo que mucha gente parece no entender.
Un buen conductor es capaz de salir por otra salida si se ha equivocado o el tráfico no le ha dejado coger la salida con seguridad, y puede callejear durante unos minutos si no ha podido girar en el semáforo a causa del tráfico.
Un buen conductor es capaz de hacer todo esto sin ponerse en peligro, sin poner en peligro a otros usuarios de la vía, y manteniendo la calma, sin que perder unos segundos o unos minutos le suponga una debacle emocional.
Repetid conmigo: un buen conductor puede, y en ocasiones, debe saltarse su salida.



