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La opinión de
Firma de Javier Montoro

Petrolheads vs Talieléctricos con las redes sociales como campo de batalla

Han pasado más de 10 años desde que Elvira Lindo publicase en el diario El País una columna lapidaria, «Hacer y destruir«. En aquel texto, la escritora gaditana ya advertía sobre la facilidad que brindaban las redes sociales y, en general, la realidad virtual, para criticar o juzgar cual experto, aunque con poco fundamento, el trabajo de los demás.

«Hacer supone un riesgo. No siempre los resultados son como uno espera. Sea como fuere, me merecen mucho más respeto los que hacen que los que, protegidos por su inactividad, se dedican solo a reaccionar ante las obras de otros», señalaba la autora. En 2024, a poco que uno se dedique a comunicar cualquier producto, uno se da cuenta de lo memorables que fueron sus palabras.

No hace falta ser muy astuto para comprobar que vivimos en un momento de altísima crispación y polarización social, donde las ideologías no parecen tener el más mínimo punto de encuentro. En este escenario, con el atrezo servido por la política, cualquier tipo de periodismo se vuelve complicado y el del motor, con los cambios que tienen lugar en la industria del transporte actualmente, no es una excepción en absoluto.

Desde que el automóvil eléctrico penetrase de una manera más o menos artificial en el mercado, basta con aplaudir o reprobar el trabajo de un fabricante de coches con alguno de sus modelos, no sin el debido razonamiento, para recibir la ira visceral de una parte de los aficionados a este mundo.

Se trata de una animadversión irracional que se retroalimenta entre bandos. Por un lado, los «petrolheads», personas con miedo al cambio, incapaces de entender que el coche eléctrico está en una fase incipiente y que no tiene que cubrir, al menos por ahora, las necesidades de todos los conductores. Por el otro, los «talieléctricos», gente no menos absurda en sus planteamientos sobre la eficiencia y la ecología de los BEV.

El resultado es una auténtica pelea con Instagram, TikTok o X como campo de batalla donde los comunicadores salimos salpicados e incluso tildados de mercenarios por ambas facciones, cuando nuestro humilde papel es informar con el mayor criterio posible (amparado por nuestros conocimientos y argumentos) sobre un sector que, en realidad, nunca ha dejado de evolucionar.

Eso, por supuesto, cuando no se nos falta al respeto tanto en lo profesional como en lo personal, fruto de la arrogancia (por querer saber más) o del resentimiento (por haber logrado vivir de nuestra pasión, si bien no es oro todo lo que reluce). Pero, ¿acaso es viable defenderse de esta clase de afrentas?

Ante un sistema que censura cierta información por no cumplir con una determinada línea de pensamiento, pero que sin embargo permite usar las redes sociales como un cubo de basura o una vía de escape emocional y donde se protege el anonimato frente a las injurias arbitrarias, uno se plantea si debería existir una especie de permiso para escribir comentarios con sensatez y cortesía.

Hablo de algún carnet o herramienta que garantice, previo examen, que una persona está habilitada para abrirse al debate sano y justo que merece la afición por las cuatro ruedas. De paso, sería una licencia donde el analfabetismo no tendría cabida y donde la incitación al odio, al conflicto y a la creación de ambientes agrios sería susceptible de causar baja en cualquier plataforma digital.

No obstante, lejos de ensoñaciones sobre una tolerancia que parece inalcanzable, yo tiendo a refugiarme en las frases de aquel gran ensayo de Elvira, como esas con las que lo concluye: «Hacer siempre es difícil; reaccionar, sencillo. Hay personas que viven reaccionando. Y me pregunto cómo hay tantas reacciones en horario laboral. ¿No será que quienes reaccionan tan iracundos ante lo que hacen otros no están cumpliendo adecuadamente con su propio trabajo?»

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