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El camino más corto para bajar el consumo es subir el precio de la gasolina, según el M.I.T.

Según un estudio realizado por el M.I.T. (Massachusetts Institute of Technology) y circunscrito a los Estados Unidos, la forma más rápida de reducir consumos y emisiones contaminantes sería subir el precio de la gasolina vía impuestos, al más puro estilo europeo. Además de ser más rápido, sería más sencillo y más barato que la normativa de emisiones aprobada en aquel país hasta 2025.

Consideran entre seis y catorce veces más eficiente en costes el incremento impositivo frente al cambio normativo

Para ser exactos, basándose en modelos de predicción a escala nacional, los investigadores consideran entre seis y catorce veces más eficiente en costes el incremento impositivo frente al cambio normativo. Las razones son múltiples, empezando porque una hipotética subida de precios afectaría a todos los vehículos desde el primer instante, mientras que la normativa anticontaminación sólo se aplica a vehículos nuevos y sólo tiene efecto en la medida en que se va renovando el parque móvil.

Cabe recordar que la normativa de emisiones (tanto en Europa como en Estados Unidos) está basada en reducir el promedio de emisiones de los vehículos nuevos para cada fabricante. Esto implica cuantiosas inversiones destinadas al desarrollo tecnológico, así como la «obligación» para todos los fabricantes de tener gamas de bajas emisiones y elevadas ventas, que les permitan reducir la media ponderada de sus ventas totales.

Todo esto significa que, vía normativa, sólo se reducen las emisiones en la medida en que se van vendiendo vehículos nuevos y no existe ningún incentivo especial para el uso de transportes públicos o para disminuir el uso del automóvil particular. Si no cambias de coche, ni te enteras.

Incentivaría por sí misma la compra de vehículos más eficientes, pero también la reducción en su uso posterior

Por el contrario, una gasolina sustancialmente más cara tendría un efecto inmediato en todos los usuarios, incentivaría por sí misma la compra de vehículos más eficientes, pero también la reducción en su uso posterior. En definitiva, una gasolina cara trasladaría el coste de las emisiones a los emisores finales, obligándoles a buscar soluciones de eficiencia energética por interés propio.

Finalmente, me atrevo a suponer que la razón por la que en Norteamérica no se aplican fuertes impuestos a los carburantes como en Europa es, sencillamente, por la enorme impopularidad que significaría para quien adoptase semejante decisión. Más allá del incremento en los costes de transporte, más allá del efecto inflacionista que tendría la medida, se trata de una cuestión cultural.

Prohibir la venta libre de armas de asalto sería igual de sensato. Y tampoco.

Fotos: Flickr de c_ambler | Flickr de ^riza^
Fuente: Green Car Congress
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