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¿Y dónde está el piloto?

El 12 de mayo de 1956, en la ronda de clasificación para disputar el Gran Premio de Mónaco, la escudería oficial Maserati dispuso sobre la pista a sus cuatro 250F, pero solo tres de sus pilotos estaban en el circuito: Stirling Moss, Jean Berha y Césare Perdisa. Nello Ugolini, director del equipo, y Guarino Bertocchi, jefe de mecánicos, esperaron durante horas al otro piloto, el argentino Carlos Alberto Menditéguy. La preocupación por la ausencia luego se transformó en incredulidad, cuando una semana después se supo que no corrió en Mónaco porque tenía algo más importante que hacer…

Carlos «Charly» Menditéguy fue un extraordinario deportista argentino cuya particular personalidad lo llevó a ser una celebridad entre los suyos. Aristócrata y excéntrico se destacó en disciplinas como el polo, el golf y el automovilismo, de los mejores del mundo para aquel momento, pero también exhibía un respetable nivel en tenis, boxeo, esgrima, fútbol, squash y billar. Lamentablemente, le tocó en suerte correr en la Fórmula 1 en la época gloriosa de Juan Manuel Fangio, de allí que permanezca un tanto escondido bajo la inmensa sombra del gran «Chueco» de Balcarce. Además fue muy competitivo en Turismo de Carretera, pero el dominio ejercido por Juan Gálvez lo mantuvo en segundo plano.

Menditéguy vivió a plenitud, sin ataduras ni responsabilidades, así sea un compromiso para correr con el equipo oficial Maserati en la Fórmula 1. Fue el auténtico predecesor del piloto atrevido, osado, bohemio y despreocupado, modelo que más adelante popularizaría James Hunt. En su época, Menditéguy contrastó con lo que representaban los distinguidos Gentleman Riders. No obstante, no tuvo mayor impacto mediático, al contrario de Hunt, porque detestaba a los periodistas, sobre todo a los asociados a las grandes marcas y empresas que fabrican y venden ídolos a la sociedad.

Para 1956, el piloto estaba conceptuado como una potencial estrella en la naciente Fórmula 1, incluso Fangio expresó que no llegó a ser campeón porque simplemente no quiso. Y es que si se analiza la trayectoria de Menditéguy las credenciales estaban allí. Debutó a nivel profesional en 1950, con un Ferrari 166 MM y de inmediato llegó a la cima en la categoría Sport, regida por el Club de Automóviles Sport de la República Argentina. Luego, en 1952, empezó a labrarse un nombre en el Turismo de Carretera y para 1953 ya estaba en la Fórmula 1 con el equipo oficial Gordini, detrás del volante de un Type 16. Dos años después fue llamado desde Officine Alfieri Maserati para incorporarse a la alineación de pilotos oficiales de la escudería italiana.

Pero resultó que para el Gran Premio de Mónaco de 1956, Carlos Menditéguy puso en una balanza sus prioridades y decidió no asistir a la carrera porque tenía un compromiso que atender en la Rivera Francesa, una cita con una ascendente actriz de 22 años llamada Brigitte Bardot. Por supuesto que cuando Maserati se enteró del romance del piloto argentino decidió apartarlo del equipo por indisciplina e inscribir en su lugar al español Francisco “Paco” Godia.

Al enterarse de la decisión, Menditéguy declaró ante sus allegados: «No dejaría pasar una oportunidad como esa». La ausencia del piloto en el Gran Premio de Mónaco y sus razones pasaron a la posteridad. Difícil imaginar que tal situación volviera a ocurrir en los tiempos que corren, debido al escándalo que generaría, pero hay que decir que ni James Hunt, el arquetipo de «chico malo» de la parrilla, se atrevió a llegar al extremo de Menditéguy, quien con tal aventura incrementó la fascinación que el público sentía por él en su país natal.

Menditéguy regresaría a las filas de Maserati en 1957 y alcanzaría el podio en Argentina, al llegar en tercer lugar en la carrera que iniciaba el calendario. Por tal razón la escudería decidió contar con él para la gira europea, pero su participación llegó hasta el Gran Premio de Gran Bretaña. Posteriormente, tanto en 1958 como en 1960, se inscribiría solamente en la carrera de Argentina con Maserati y luego con la escudería Centro Sud respectivamente, sin mayor suerte en ambas ocasiones.

Para resaltar en la trayectoria del piloto su victoria, junto a Stirling Moss, en los 1000 Km de la Ciudad de Buenos Aires, en un Maserati 300S. También con ese mismo coche, pero haciendo equipo con Cesare Perdisa, sufrió un pavoroso accidente mientras corría las 12 Horas De Sebring, incluso muchos lo daban por muerto al observar al piloto tendido a un lado de la pista. Pero sobrevivió, aunque pasó tres meses en terapia intensiva por una doble fractura de cráneo, contusiones y heridas tanto en la cara como en los brazos. Una vez recuperado volvió a ser el de antes y regresó al automovilismo, a la categoría que más le apasionaba, el Turismo de Carretera argentino, donde los pilotos eran ídolos populares y héroes venerados por la inmensa multitud que se asentaba a cada lado del camino.

Cuentan que en 1963, después de recorrer cuatro mil kilómetros, cuando dominaba la carrera y estaba a punto de llegar a la meta, su vetusto Ford no aguantó y se detuvo. Al preguntar su copiloto ¿Qué hacemos ahora?, Carlos Menditéguy le entregó un encendedor y, con toda la grandeza y el desparpajo que le caracterizaba, contestó:

—Quémelo.

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