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Mi velada en un óvalo corto de Estados Unidos

Nunca había estado en Estados Unidos. Hay tantas cosas que me interesan, en especial a nivel deportivo, de aquel país, que siempre que había tenido tiempo o dinero para permitirme un viaje hasta allí nunca me había cuadrado el calendario con todos los eventos que quería presenciar. Al final terminé cayendo con las 500 Millas de Indianápolis de este año. Y no había NFL, la NBA y la NHL estaban en la recta final, la MLB pillaba lejos… Pero alguna actividad anexa a las 500 Millas podía cumplir, como por ejemplo asistir a una carrera en óvalo corto.

Indianápolis es una ocasión inmejorable para acabar borracho de carreras. Todas las noches hay evento en alguno de los múltiples óvalos del estado de Indiana. La USAC organiza un triplete en las noches del miércoles, jueves y viernes. Otra carrera célebre, la Little 500, se celebra el sábado. Y el domingo y el lunes tras las 500 Millas tienen lugar dos carreras más. El plan elaborado junto a Carlos Barazal (Cadena COPE) consistía en asistir a la Hoosier Hundred el jueves y la Little 500 el sábado, al tratarse además de dos de las pruebas con más solera.

La Hoosier Hundred es una prueba que hasta 1970 compartía hueco en el calendario del campeonato USAC con las 500 Millas, si bien solía disputarse en otras fechas. Por ello en su palmarés figuran los grandes nombres del automovilismo estadounidense. Se trata de una carrera organizada en un óvalo improvisado en los terrenos de la Feria de Indianápolis. Pero nuestro plan quedó arruinado por una tormenta. Aunque no llovió en la tarde del jueves, lo caído durante la noche anterior fue suficienta para que todo quedara hecho un barrizal. Adiós a nuestras entradas, dado que la carrera será reprogramada en otras fechas.

Nuestra única opción de saborear lo que es el automovilismo estadounidense de base era por lo tanto la Little 500. Se trata de una carrera que imita a las 500 Millas, con 500 vueltas previstas a un óvalo asfaltado de cuarto de milla (400 metros) y 33 participantes. Este año Tony Stewart había decidido correr y las entradas se estaban agotando. Dado que la web no disponía de un sistema de compra muy avanzado (un PDF a enviar por correo o un número de teléfono eran las únicas opciones), mi compañero se animó a solicitar acreditación de prensa. Y sorprendentemente nos la dieron. Por mucho que la carrera arrancara a las 20:00 en un circuito a 60 kilómetros de Indianápolis y al día siguiente nos aguardara un madrugón espectacular para acudir al Indianapolis Motor Speedway, no podíamos hacerle ese feo al Anderson Speedway. Y fuimos.

El circuito no aparecía en el GPS de nuestro coche de alquiler. Llegamos a Anderson y no había rastro de circuito alguno. Yo, que pierdo los nervios con facilidad, empecé a desesperarme. Al final logré que el GPS nos guiara a una dirección cercana. Y nos lo encontramos. O mejor dicho, nos encontramos con un alucinante atasco por el cual llegué a sugerir la posibilidad de aparcar en un cercano club de striptease, dado que corríamos serio riesgo de llegar tarde. Al final la policía nos redirigió hacia un aparcamiento de camiones dado a que la enorme explanada anexa al óvalo estaba totalmente llena, tal era la expectación despertada tanto por la propia carrera como por Smoke.

Tras un corto paseo tocaba buscar la zona de acreditaciones. Hubo que preguntar hasta a tres personas distintas hasta dar con una caseta propia de una granja en la que los locales nos miraban como recién llegados de Marte. Una señora nos hizo apuntar nuestros nombres y nuestro medio para terminar poniéndonos una pulsera de papel. Estábamos dentro. Sólo quedaba buscar la sala de prensa, ver si había wifi y dónde podíamos sentarnos como acreditados que éramos. Ja. El paddock se encontraba en mitad del óvalo y para llegar a él sólo se podía cruzar la pista, algo vetado ante el imminente inicio de la carrera. La sala de prensa o el wifi eran pura ciencia ficción. Así que hubo que hacer el sacrificio de adaptarse y disfrutar: hora de comerse una hamburguesa y comprar unas camisetas de Tony Stewart, para posteriormente sentarse en primera fila de una de las curvas. El único sitio libre en esos momentos.

Antes incluso de empezar la Little 500 ya tenía claro que ésta iba a ser una experiencia dificilmente olvidable. Pero una vez nos sentamos todo lo que hasta ese momento podía haberme repelido de aquel evento pasó a enamorarme. Tras escuchar el Back Home Again in Indiana sonó el himno estadounidense, durante el cual un hombre en evidente estado de embriaguez soltó un escupitajo al suelo que cerca estuvo de acabar en pelea en las gradas ante tal falta de respeto… Pero lo más alucinante ver a los midgets ser arrancados de cinco en cinco a empujones por parte de pick-ups, formándose poco a poco la parrilla de 33 coches mientras un modesto marcador alternaba los nombres de los participantes y el orden de salida con mensajes de los patrocinadores y de familias enteras en homenaje a allegados fallecidos.

Y pronto cayó la bandera verde. El bronco sonido de los motores de estos midgets imponía pero no resultaba doloroso pese a la cantidad de coches en pista. Más molesta resultó la razón por la que encontramos asiento en primera fila con tanta facilidad: no sólo los 33 coches levantaban mucha suciedad de la pista, sino que además nos iban alcanzando auténticos chuletones de goma procedentes de sus enormes neumáticos Hoosier (cómo no). Pero el espectáculo merecía ese castigo. La aceleración de estos bichos asusta, pero aún más increíble es ver a los pilotos de cabeza luchar en tráfico, teniendo que adelantar o al menos intentarlo en cada curva. Lo siento, no me sale ser poético: son increíbles las pelotas que le echan algunos para adelantar, llegando a verse apuradas de frenadas dignas de motociclismo o llegadas a la curva de cuatro coches en paralelo. No es de extrañar incluso que un largo duelo entre coches de ritmo similar acabara en toque, cuando no en vuelo.

Las vueltas de apenas doce segundos permitían un ritmo trepidante, sólo interrumpido por las banderas amarillas (menos de las que uno podría pensar ante semejante tráfico) y el elemento diferenciador de la Little 500: las paradas en boxes. La autonomía de los midgets es limitada y para completar 200 kilómetros es vital cuadrar la estrategia y tener algo de fortuna dado el peculiar sistema de arrancado de los coches (a empujones con los pickups, en serio, no era una licencia literaria) y el carril de boxes con forma de equis en el interior del trazado. No resultaba raro ver a mecánicos gritar y alzar los brazos para pedir ayuda y perder el menor tiempo posible en regresar a pista. Pese a la locura que puede parecer una carrera así, al final se trata de una carrera de resistencia individual en la que pesa más tener la cabeza bien amueblada.

Llegados al ecuador de la prueba la mitad de la parrilla ya había desaparecido. Tony Stewart apenas llamó la atención pese a ser la gran atracción, lo cual no le impidió acabar tercero. El favorito, Kody Swanson, dominador de la especialidad los últimos años, se vio envuelto en un par de accidentes que le hicieron perder dos vueltas y acabar cuarto. Sólo dos pilotos completaron las 500 vueltas, Kyle Hamilton y Bobby Santos III, llevándose la victoria el primero, uno de los pocos que estuvo arriba durante toda la noche. Pero para un ignorante en la materia como yo lo de menos era el resultado. Volveré.

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