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Coitus interruptus, o una defensa de los coches ligeros, simples y menos potentes

Los que rondamos los 30 años en estos momentos tenemos una buena visión de la evolución de la industria automovilística. Vivimos los años 80 y especialmente los 90, nos criamos viendo en las calles aquellos pequeños GTI, que marcarían nuestra orientación automovilística para siempre. En nuestras paredes colgábamos pósters de los Ferrari F40 o Porsche 911, que soñábamos con tener algún día. Pero lo que la industria nos ha legado ha sido una generación de coches con exceso de peso, exceso de potencia y una alarmante carencia de emoción. Este artículo no es un lloro más, es una crítica constructiva a la industria. Quedaos conmigo y os lo explico.

¿Por qué echamos de menos aquellos deportivos de antaño? ¿Por qué 150 CV nos parecían una potencia enorme y hoy en día ni nos inmutamos?

Ya os lo explicaba en «¿Hemos enterrado la diversión al volante?«. Salvo excepciones muy honrosas, los coches modernos carecen de verdadera implicación, de verdadera emoción al volante. Los deportivos o incluso los GTI actuales son máquinas extremadamente potentes y extremadamente rápidas. Tomad como ejemplo un compacto deportivo como el Volkswagen Golf R. Tiene 300 CV de potencia y tracción total. Es capaz de enviarnos a la cárcel en un abrir de ojos si de verdad queremos exprimir a fondo su potencia y su bastidor. Y hacerlo de forma segura y sensata no es algo que esté al alcance de todos los conductores, por mucha experiencia que tengan al volante.

Y hablamos simplemente de un compacto deportivo. Si nos vamos a máquinas como un BMW M4, la situación es aún más peliaguda. Fuera de circuito, estirar la tercera marcha hasta el corte supone un delito contra la seguridad vial. Tiene 430 CV de potencia, pero su explosividad y sus prestaciones son más propias de una máquina de más de 500 CV. Es tan extremo, que BMW lo vende acompañado de una niñera electrónica, que nos hace creer que estamos en control y evita que nos propasemos. No te recomiendo desconectar las ayudas electrónicas de un coche así, a no ser que estés en circuito y sepas muy, pero que muy bien el animal temperamental que tienes entre manos.

No tenemos los recursos económicos, el tiempo y la cercanía de un circuito para poder divertirnos al volante de forma segura.

Cualquier coche hoy en día es infinitamente más seguro que hace unos años. Pero también los ha hecho más grandes, y mucho más pesados. Ambos ejemplos anteriores rondan la tonelada y media, una cifra hace años sólo reservada a las grandes berlinas de representación. Los deportivos de antaño apenas superaban la tonelada, y si lo hacían debían justificar su peso con un motor de seis o más cilindros, y una dosis de potencia superior a la media. La triste conclusión de este devenir de la industria automovilística actual es que el petrolhead – el quemadillo, el adicto a la gasolina medio – vive una situación permanente de coitus interruptus.

Coitus interruptus

Coitus interruptus, porque no puede exprimir de forma segura un coche picante en nuestras carreteras – que presentan un lamentable estado de conservación. Coitus interruptus, porque acceder a un deportivo es cada vez más caro. Coitus interruptus, porque la conducción deportiva está cada vez más vigilada y criminalizada – porque nuestros coches son cada vez más rápidos. Coitus interruptus, porque nos sentimos como forajidos o terroristas medioambientales cada vez que pisamos a fondo el acelerador. Coitus interruptus, porque apenas existen «deportivos escuela» que nos permitan desarrollar nuestras habilidades de conducción de forma sensata.

Ir «ágil» con un coche picante moderno suele (desgraciadamente) venir acompañado de un serio conflicto interno.

¿Es que acaso está todo perdido? Quiero pensar que no. Quiero reivindicar desde este espacio los coches sencillos, ligeros, poco potentes. Coches divertidos e inspiradores, que sean capaces de emocionarnos sin vaciar nuestra cartera, sin vaciar de puntos nuestro carnet de conducir y sin poner nuestra vida en grave peligro cada vez que pisamos el acelerador a fondo. Sé que soy insistente, pero sigo colocando en mi Olimpo de la diversión al volante al Suzuki Swift Sport. Y lo hago porque es un coche que ejemplifica a la perfección mi mensaje: no necesito 400 CV, tracción total y el ordenador de la NASA para divertirme con un coche.

En su anterior generación – es la que he probado – el Suzuki Swift Sport pesaba poco más de una tonelada. Su motor era un 1.6 atmosférico de 125 CV, un motor que exigía llevarlo alto de vueltas para extraer toda su potencia. Obliga a jugar con su caja de cambios, obliga a trabajar al volante: nada de pisar el acelerador y salir catapultado hacia delante. Al mismo tiempo, era pleno en sensaciones y su escaso peso nos recompensaba con un paso por curva delicioso. Tenía una de las mejores direcciones que he probado en mi vida: directa, rápida, extremadamente informativa. Porque es a través de la dirección de donde recibimos la mayor parte de sensaciones al volante.

En vez de una guerra de potencia que a nadie beneficia, debería comenzar una guerra de adelgazamiento.

¿Qué es lo que quiero decir con esto? Era un coche que demostraba que menos es más. Aún hay honrosas excepciones en el mercado, que sacan a relucir esta filosofía. El Mazda MX-5, cuyo motor de acceso es un simple 1.5 atmosférico de 131 CV de potencia. O el Abarth 595, una pelotilla con una puesta a punto espectacular, cuya versión de acceso tiene 145 CV de potencia. Son coches que son capaces de plantar una sonrisa en nuestra cara, sin atacarnos de forma viciosa ante errores de pilotaje. Coches cuyo chasis podemos exprimir en una buena carretera de curvas, sin incumplir la ley, vernos superados por su potencia o vaciar al completo nuestra maltrecha cuenta corriente.

Y son coches realmente escasos en el mercado actual, por desgracia. Los pocos que los compran tienen muy claro lo que están adquiriendo, y los demás deberíamos tomar nota. La industria del automóvil está viviendo un proceso de cambio extremadamente acelerado: en cinco años, los eléctricos y los autónomos estarán mucho más extendidos, y si seguimos al ritmo actual, los compactos deportivos rondarán los 500 CV y costarán lo que costaba hace años un Porsche 911. Pero el momento actual ofrece oportunidades únicas: los materiales compuestos – como el plástico reforzado con fibra de carbono o el acero de alta resistencia – son cada vez más baratos y sencillos de producir.

Que vuelvan aquellas versiones GT, ligeras, sencillas y baratas, mucho más plenas en satisfacción que en potencia.

Ya hemos visto que coches como el nuevo Suzuki Baleno pesan menos de 900 kilos con todas las garantías de seguridad, eficiencia y comodidad requeridas hoy en día. Los fabricantes deberían olvidar las guerras de potencia y comenzar una guerra de adelgazamiento. Sé que los atmosféricos están prácticamente extintos, y no quiero ser tildado de retrógrado: me conformaría con pequeños utilitarios deportivos con eficientes motores turbo de 100-150 CV, pesos de una tonelada o menos y plenitud de sensaciones. No quiero toneladas de equipamiento. Quiero una puesta a punto excepcional, una dirección comunicativa y tener que «trabajarme» la diversión al volante.

El problema es que lo que vende hoy en día es el dato fácil, la cifra de potencia. No vende un bajo peso o el factor subjetivo de la diversión al volante. Si lo pensamos fríamente, este «deportivo de las sensaciones» tendría un menor consumo, mayor agilidad. Sería menos problemático – gracias a una mecánica simple – y nos pondría en menos apuros. Veamos más allá de la potencia y recuperemos el tiempo perdido. Que se conviertan en años tan recordados como aquellos 80 y aquellos 90. La industria es capaz de producir coches divertidos y sencillos, pero no es una ONG: somos nosotros los que debemos comprar y demandar este tipo de coches.

¿Estás dispuesto a asumir el reto?

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