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Conduciendo el Ford Fiesta Nº1 hasta el mayor evento de clásicos de Ford, en Reino Unido

El primer Ford Fiesta fue fabricado el 28 de octubre de 1976 en la recién estrenada fábrica de Ford en Almussafes, Valencia. Aquél pequeño utilitario, en versión Ghia y equipado con un motor de 1,1 litros, fue fotografiado junto al rey y nunca fue vendido. Ford España aún conserva el coche, cuyo odómetro marca poco más de 25.000 km. Hace unas semanas nos hicieron una oferta que no pudimos rechazar: conducir el primer Ford Fiesta desde Madrid a Mallory Park (Reino Unido), para asistir al Classic Ford Show: el mayor evento de Ford clásicos de Europa. No estaríamos solos: nos acompañaría el club Ford Fiesta Adictos, en un apasionante periplo transeuropeo. Naturalmente, nos faltó tiempo para aceptar la oferta de Ford.

1.200 kilómetros con el primer Ford Fiesta de todos los tiempos

Esta profesión no es tan glamourosa como puede aparentar. Aunque viajamos a lugares exóticos a conducir coches que aún no han llegado a los concesionarios, los viajes suelen exprés y pasamos más horas en aeropuertos y aviones que al volante. Tras probar el coche, volvemos a sucesivos y largos días de pantalla y teclado. Aunque no lo cambiaría por nada, en ocasiones se echa de menos algo de épica. Este viaje es uno sueño hecho realidad para el que firma estas humildes palabras, una de esas experiencias imborrables que devoraba en revistas cuando era pequeño, soñando con protagonizarlas un día. Abro mi mano y en ella tengo las llaves del primer Ford Fiesta de todos los tiempos, que brilla ante mi en una soleada mañana madrileña.

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La diferencia de tamaño con un Fiesta moderno es patente: es 33 cm más corto, 15 cm más estrecho… y 353 kg más ligero.

El calor no aprieta, pero va a ser un día caluroso. Ante nosotros tenemos un viaje de casi 400 kilómetros hasta Bilbao, donde cogeremos un ferry rumbo Portsmouth. El motor de 50 CV del Fiesta ronronea con un ralentí pesado y rítmico, como un perro esperando a que le lancemos el frisbee. Cuando se conduce un clásico es necesario reajustar nuestro cerebro, acostumbrado a coches modernos. Aunque el Ford Fiesta tiene frenos de disco delanteros y servofreno, carece de ABS o ESP, sus neumáticos tienen 145 mm de sección y el único mecanismo de seguridad es un cinturón de seguridad. Siquiera tiene retrovisor derecho. Con todo, su encanto y su simplicidad clásica le dan cien vueltas a muchas “lavadoras” modernas.

Las primeras maniobras para abandonar la sede de Ford España – tras unas fotos con el coche y los directivos de la marca – ya dejan patentes las diferencias con un coche moderno. Cogerle el punto al embrague requiera cierta adaptación y haremos brazo con el volante, ya que no tiene dirección asistida. Al coche le han reconstruido la culata hace unos días, y está aún en rodaje. Nos recomiendan no pasar de 90 km/h, al menos hasta que notemos que el coche está más “suelto”. Aunque el coche tiene sólo 50 CV, pesa poco más de 750 kilos, y gracias a ello se mueve con una soltura sorprendente. El traqueteo de su motor carburado y el tacto de sus mandos nos recuerda en todo momento que estamos conduciendo un trozo de historia viva del automóvil. A la altura del Jarama, el calor ya aprieta.

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La visibilidad es excelente, gracias a grandes cristales y pilares muy finos. En este aspecto, los coches han involucionado.

El coche no tiene aire acondicionado, pero sí unos derivabrisas que ventilan el interior más que correctamente. Me puedo imaginar lo interesantes que serían los viajes en verano hace cuatro décadas. A una velocidad constante el coche se siente cómodo y a ritmo de camión, van cayendo los kilómetros. Es una versión Ghia, y por tanto estaba más equipada con los básicos “L”. Tiene un cuentavueltas, radio y reloj, además de una imitación de madera en el salpicadero, cromados y unos asientos color beige. Aunque no tienen reposacabezas, estos asientos no han maltratado nuestras espaldas. Aunque es un coche pequeño, su interior es sorprendentemente amplio: cuatro personas viajarán cómodamente, incluso con algo de equipaje.

En cuanto dejamos atrás la meseta y entramos en País Vasco, vuelve el verde y caen las temperaturas. Nuestro pequeño Fiesta reduce su temperatura, alegrándose de llegar ya al puerto de Santurce. Antes de embarcar al ferry preguntamos a la Guardia Civil de Aduanas si es posible hacer unas fotos del coche junto al barco, y les contamos el viaje que estamos haciendo con la unidad. Fascinados por la aventura, nos permiten hacer todas las fotos que queramos, y ellos mismos aprovechan para sacar sus teléfonos y hacerle fotos. Volvemos a la cola de coches, en la que un precioso Aston Martin DB5 y un Jaguar E-Type nos preceden. Estos carísimos clásicos habían hecho un envidiable tour por Francia y España, como sus propietarios nos explicaron después.

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El coche despierta simpatía allí a donde va, y muchos conductores nos saludan y hacen gestos de aprobación desde sus coches.

Tras embarcar en Bilbao, una travesía de 24 horas nos lleva a las costas de Reino Unido. En esta travesía aproveché para trabajar, pero también hubo momento para charlar con un grupo de afables camioneros españoles, que viajaban rumbo Reino Unido. Al llegar a Portsmouth nos reciben los famosos acantilados blancos, y tras un desembarco sorprendentemente rápido y eficaz, emprendemos rumbo a Coventry, donde nos reuniremos con el club Ford Fiesta Adictos, que han cruzado el eurotúnel desde Calais hace unas horas. En vez de coger las atestadas autopistas, decidimos evitar autopistas y peajes, atravesando pequeñas ciudades y pueblos. Porque cuando se construyó el Fiesta no había ni tantos coches, ni tantas autopistas.

Ya había conducido tres veces por la izquierda, y acostumbrarme fue sencillo, pese a tener el volante en el lado equivocado. El único inconveniente era que el Fiesta de primera generación carece de espejos retrovisores en el lado del acompañante. Si bien no supondría un grave problema en Europa, al “otro lado” nos vemos obligados a confiar en las indicaciones del copiloto o girar la cabeza. A ritmos tranquilos y con un clima mucho más amable, las millas van poco a poco cayendo, mientras nos aproximamos a los preciosos Cotswolds. Una idílica campiña inglesa, cuajada de pueblos con casas centenarias, conservadas tal y como fueron construidas hace siglos. Envidio el mimo por el patrimonio histórico y nacional de Reino Unido.

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A un ritmo tranquilo, es sencillo consumir entre 5 y 7 litros a los 100 km con un clásico popular como el primer “forfi”.

Paramos en el pueblecito de Bibury, donde un anciano se vio obligado a renunciar a su Opel Corsa amarilllo, porque “arruinaba” las fotos de los turistas. Tratando de no ofender a ningún obseso de las redes sociales, fotografiamos al coche junto a unos Austin de los años treinta y unos antiguos “cottage”, antes de reemprender ruta. A medida que nos aproximamos a Coventry, a los Midlands, llegan los bosques y las colinas, que nos obligan a jugar con la caja de cambios de cuatro relaciones del Ford Fiesta. Para poder mantener un buen ritmo circulamos por encima de las 2.000 rpm, cambiando en el entorno de las 3.000-3.500 rpm, en las que el motor de dos válvulas por cilindro suena redondo – con ese sonido tan característico – y se siente cómodo.

Casi 300 km después de desembarcar en Portsmouth, llegamos a nuestro hotelito, donde ya nos esperan Ángel y Ana, Fran y Carlos, Arturo y Pipo, además de sus cuatro Ford Fiesta MkI, que habían recorrido ya más de 2.000 km. A los Fiesta Adictos no solo les une la pasión por el pequeño utilitario de Ford, son una pequeña gran familia que disfruta y atesora estos maravillosos viajes. Sin ellos, este reportaje que estás leyendo no habría sido posible. Cuando contaron a Ford España esta fantástica aventura que tramaban, la marca decidió sumar a la ecuación su patrocinio, así como el primer Ford Fiesta fabricado, el mismo que nos ha llevado a mi y a Félix Macías – el otro periodista, de Motor Clásico – hasta el «Mill on the Soar Hotel».

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Los Ford Fiesta MkI que nos acompañan desde España son tres versiones L, con abundantes modificaciones, y un precioso XR2 deportivo. Todos han llegado a Reino Unido sin un solo problema mecánico.

Nos acostamos pronto. Pese a que apenas 300 km separan Coventry de Portsmouth, todos fueron hechos en carreteras secundarias, que demandan toda nuestra concentración. Al día siguiente, tras un sueño reparador y un buen «english breakfast» entre pecho y espalda, los cinco Fiesta MkI nos ponemos en marcha. El Classic Ford Show no es hasta el domingo, así que decidimos explorar la campiña inglesa. Aunque los Midlands no son la parte más bonita de Reino Unido, el campo está trufado de pequeños pueblecitos cargados de personalidad, carreteras serpenteantes y bosques dignos de Robin Hood. Lo que ignorábamos era que acabaríamos siendo las estrellas de un museo de tranvías.

El Crich Tram Village es un apasionante museo de tranvías. Un museo en forma de pequeño pueblo, en el que todos sus tranvías de época son funcionales, transportando a sus visitantes a otra era. Incluso tienen un pub del siglo XIX, trasladado de Escocia a Crich, piedra a piedra, y reconstruido en su corazón. Cuando les contamos a los vigilantes de la entrada que veníamos desde España con cinco Ford Fiesta clásicos, nos abrieron las puertas de su museo, y de forma gratuita nos dejaron aparcar los coches delante del pub. Allí, fueron objetivo de la curiosidad de los visitantes y fueron fotografiados hasta la saciedad. Reino Unido nos demuestra el aprecio que guarda a su patrimonio industrial y técnico, un envidiable aprecio al que España debería aspirar.

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Temperaturas en torno a los 20 grados, cielos cubiertos y pequeñas carreteras secundarias. Los pequeños Fiesta se sienten en casa en la coqueta campiña inglesa.

Tras un par de horas visitando el museo y perdiéndonos entre sus tranvías, reemprendemos camino, buscando un pub para repostar nuestros cuerpos. El Ford Fiesta bebe gasolina de 95 octanos con aditivo sustitutivo para el plomo, nosotros preferimos una buena «sheperd’s pie» con su salsa de carne. Nuestras conversaciones versan inevitablemente sobre coches, y es así como aprendo que el Ford Fiesta «S» de Arturo es su coche de diario desde hace más de una década, o como Fran tiene nada menos que seis Ford Fiesta en el taller mecánico de su padre. Historias de verdaderos apasionados al motor, humildes y con los pies en la tierra, que han invertido su tiempo y recursos en esta aventura transeuropea.

Volvemos al hotel, y nos acostamos pronto. Al día siguiente hemos de estar bien pronto en Mallory Park, donde tendrá lugar el Classic Ford Show. Antes de llegar al hotel, engalanamos los coches en un autolavado, para que presenten su mejor cara: en un evento al que asistirán más de 1.500 coches, serán los únicos de procedencia extranjera. El hecho de que sea el mayor evento de Ford clásicos de Europa – está organizado por la revista británica Classic Ford – y apenas haya representación extranjera es la evidencia de la increíble pasión por el motor que se vive en Reino Unido. Os prometo que nos sacan no años, si no décadas de ventaja en este aspecto. En comitiva, llegamos al acceso a Mallory Park, y nos encontramos con el mejor atasco en el que hemos estado en mucho tiempo.

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El club Ford Fiesta Adictos tiene su propio espacio, junto a un club de Ford Sierra. No puedo quitar la mirada del RS 500 aparcado junto al XR2 de Ángel.

Frente a mi tengo un Ford Sierra Cosworth, y a mi lado un Ford Capri 2.8 S. Poco más adelante, un Ford Escort RS Mexico amarillo trata de acaparar mi atención. Es posible que el nirvana de un petrolhead se parezca bastante al Classic Ford Show. Los comisarios nos dirigen hasta nuestro espacio, delimitado en campo junto a los clubs «Ford Sierra’s R’Us» – sí, el nombre va en serio – y el «Ford All The Way». Aparcamos los coches y comenzamos a recorrer la explanada de hierba y asfalto donde todos los coches están aparcados. Todos los Ford clásicos que te imagines y cualquier subcultura del mundo de los coches están representadas en Mallory Park. Te puedes encontrar un impecable Ford Fiesta MkI con motor de Fiesta RS Turbo, un Ford Anglia preparado para trackdays o un Ford Granada limusina absolutamente impecable.

Una importante parte de los coches tenían preparaciones de diferentes calados, fruto de unas ITV muchísimo más permisivas y una cultura del automóvil vibrante. Los swaps están a la orden del día, así como modificaciones estéticas y al tren de rodaje. Algunos coches expuestos llegaron al Classic Ford Show en remolques, otros cruzando Reino Unido rodando. Los propietarios y aficionados se saludan, se dan cumplidos acerca de sus máquinas, comparten trucos, explican modificaciones o intercambian piezas. Es un ambiente sano y cercano, en el que no nos sentimos extraños ni extranjeros. Entre petrolheads nos entendemos y comprendemos, sin importar nacionalidad, preferencias o coche elegido.

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Varios miembos del club Ford Fiesta Adictos se llevaron varias piezas para sus coches, a mucho mejor precio que en Europa o eBay. El mercadillo es un paraíso para cualquier propietario de un clásico.

Al mismo tiempo, tiene lugar en el circuito un track-day para los asistentes. En pista conviven coches diferentes, pero me llaman la atención poderosamente varios participantes. Un Ford Escort RS Cosworth y un Ford Sierra Cosworth abandonan la pista tras varias vueltas a un ritmo endiablado. Slicks, jaulas, baquets, interior vaciado, un turbo gigantesco… «están dando unos 600 CV», me dice el conductor. Sin tiempo a recuperarme, me doy de bruces con un Ford RS200 y un Ford Escort RS1700T, dos iconos del Grupo B con valores cercanos al medio millón de euros. Me doy la vuelta, y diez o doce Ford Sierra Cosworth RS500 me saludan. Si eres un verdadero amante de los clásicos, te temblarán las piernas.

Los puristas están representados por coches con un detalle enfermizo por la originalidad – incluso se regalvanizan sus tornillos – mientras que el extremo contrario está representado por un Ford Escort con motor de Mazda MX-5 o un Ford Sierra con motor de Lexus LS400. Entre tantas fotos, tanta información y tanto síndrome de Stendahl, comienza a llover. Una lluvia ligera y fina, que pronto se convierte en un buen chaparrón. Acabamos metidos en nuestros coches, comiendo algo, mientras muchos asistentes comienzan a abandonar el evento. Por fortuna, sucedió al final, cuando ya habíamos podido disfrutar de un espectacular día de motor clásico. La propia meteorología nos obliga a despedirnos de los Ford Fiesta Adictos, que debían emprender camino, rumbo al eurotúnel de Dover.

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Muchos aficionados dan la enhorabuena al club Ford Fiesta Adictos y reconocen la importancia histórica del primer Ford Fiesta. Nos sentimos arropados y bienvenidos.

Tras las fotos de rigor y la despedida, Félix y yo comenzamos nuestra ruta de camino a Londres. En Londres dormiremos, y al día siguiente devolveremos el coche en el parque de prensa de Ford. Nos hemos ganado un «Sunday Roast» y una noche de reparador sueño. Al día siguiente devolvemos el Fiesta, y nos trasladan al aeropuerto en un Ford Focus. Un coche que junto al primer Fiesta nos parece gigantesco, rapidísimo y muy silencioso. El Fiesta volverá en camión a España, días después de que hayamos llegado a nuestras casas. A los Fiesta Adictos aún les quedaban dos días de viaje para volver a sus respectivas casas. Algunos de los coches llegaron a cubrir 7.000 km, 7.000 km en los que no hubo una sola avería, un solo contratiempo o una sola preocupación. ¿Quién dice que los coches clásicos no son fiables?

Gracias Fiesta Adictos, por esta increíble experiencia. Gracias por acogernos como si fuéramos parte de vuestra familia, y por hacernos partícipes de vuestra amistad y vuestro buen rollo. Gracias Ford España por hacer que todas las piezas encajaran y por dejarnos para esta aventura un coche tan importante como el primer Ford Fiesta fabricado.

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