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Corea del Norte debe 300 millones a Suecia por mil Volvo 144 que jamás pagó: esta es su historia

Corea del Norte nos fascina y aterroriza a partes iguales. Es uno de los últimos países verdaderamente herméticos del mundo, un reino comunista en el que una élite hereditaria mantiene el poder con un puño de hierro, mientras su población sufre el tremendo aislamiento internacional del país. En Diariomotor hemos dedicado un especial a su peculiar industria automovilística, y en esta ocasión hemos querido ahondar en una de sus historias más surrealistas, que antes habíamos mencionado de pasada. La historia de las 1.000 unidades de Volvo 144 que Corea del Norte compró a Suecia y jamás pagó: Suecia sigue sin olvidar la deuda de Pyongyang.

Corea del Norte era una economía boyante

Para conocer esta historia debemos remontarnos al pasado. Tras la Guerra de Corea, la parte norte – que sabemos es la buena y auténtica, dirigida por un Gran Líder – se sumió en un profundo aislamiento internacional. Repudiada por occidente, pasó a convertirse en un estado satélite a la Unión Soviética. El «telón de acero» dividía ambas coreas, igual que dividía a Europa occidental y oriental. Durante las primeras décadas, la influencia soviética se tradujo en grandes inversiones extranjeras, un ejército en constante crecimiento y una boyante industria minera. Increíble pero cierto.

Los empresarios suecos vieron en Corea del Norte un buen destino para las exportaciones de bienes industriales y automóviles.

Corea del Norte crecía a un ritmo endiablado, con crecimientos interanuales del PIB que llegaban al 25%, fruto de su relación completamente dependiente con la Unión Soviética. A mediados de los años 70, el mundo sabía que el pequeño reino comunista – aún gobernado por Kim Il-sung, el «Líder Eterno» – poseía interesantes recursos mineros. En Suecia, los socialistas empujaron al gobierno a reconocer formalmente a Corea del Norte. Tras este reconocimiento, los empresarios suecos creyeron ver una excelente oportunidad de negocio. Como podéis intuir, la oportunidad no se materializó: todo terminó en una gran estafa internacional.

En su momento, a Corea del Norte le interesaba ser reconocida por occidente, y los periodistas internacionales que visitaron la nación en los años 60 y 70 quedaban admirados con el desarrollo del país. Un desarrollo que era un espejismo, ya que la doctrina Juche de Kim Il-sung acabaría sumiendo al país en la ruina absoluta en las décadas venideras. A principios de los años setenta, Suecia estrechó lazos diplomáticos con Corea del Norte, y Volvo fue una de las primeras empresas en aventurarse a este mercado virgen. Mostraron a Corea del Norte sus nuevos 144, robustas y elegantes berlinas, de las que Kim Il-sung se enamoró.

Los mil Volvo de la discordia

Tras consultar sus materiales promocionales, en 1974, el gobierno de Corea del Norte – en una economía planificada, sólo el gobierno tiene la potestad de importar bienes – encargó nada menos que 1.000 unidades de Volvo 144. Empresas como Atlas Copco y Kockum también aprovecharon la coyuntura para vender sus productos en el pequeño reducto comunista. Por suerte, tuvieron a bien contratar seguros a la exportación, avalados por el propio estado sueco. Al año de entregar los coches a Pyongyang, Volvo comenzó a aceptar que Corea del Norte no tenía intención alguna de pagar los 1.000 vehículos que les habían enviado.

Corea del Norte habría pagado a Suecia – principalmente – en recursos minerales. En 1976, el precio de los minerales se desplomó, y jamás pagaron sus deudas.

Corea del Norte había fundido sus fondos en proyectos megalómanos de nula rentabilidad, y no tenía dinero para pagar a los inocentes suecos. O quizá nunca pensaron pagar sus importaciones. Esa es la versión sencilla, la versión más compleja y realista es que Corea del Norte esperaba pagar en cobre y zinc sus importaciones, en las que se incluía el equipamiento minero para extraerlas de la tierra. En una feria comercial se destapó un grave escándalo de espionaje industrial – que implicaba a oficiales norcoreanos – y para más inri, el precio internacional de estos recursos naturales había caído en picado.

En cualquier caso, el resultado es que Volvo nunca vio el dinero, pero acabó recuperando el valor de los coches gracias al seguro a la exportación que habían firmado con el estado. Volvo se olvidó del tema, pero Suecia jamás lo ha dejado pasar: al fin y al cabo, es Corea del Norte quien le debe dinero. Sí, más de cuarenta años después, aún les deben dinero. De forma bianual, funcionarios suecos calculan el montante que Corea del Norte les adeuda, sumando los correspondientes intereses y penalizaciones. El valor de esos mil Volvo 144 asciende actualmente a unos 300 millones de euros, tras ajustar la inflación.

Al parecer, Corea del Norte también debe unos 5 millones de euros a Rolex, que les vendió 2.000 relojes con la inscripción «regalado por Kim Il-sung». Verídico.

De forma pragmática – y en verdad ilusa – comunican bianualmente a Corea del Norte el montante que deben. Estas comunicaciones deben ser ya consideradas una especie de comedia en Pyongyang, que jamás pagará por estos coches. Newsweek calculó que si Pyongyang vendiera los 1.000 coches a su valor de mercado – estimado en tablas en unos 2.000 euros unitarios – conseguirían pagar aproximadamente el 0,6% de su deuda. Teniendo en cuenta que son ya coches clásicos relativamente cotizados y quizá en subasta – porque soñar es gratis y son coches con cierto pedigrí – los norcoreanos obtuviesen más que 2.000 euros por coche.

Todos ellos eran de color verde oscuro, y una gran parte de ellos aún circula, testimonio vivo de su fiabilidad y dureza. Muchos de ellos están impecablemente mantenidos, dentro de estándares norcoreanos, y los pocos extranjeros que han conseguido montarse en alguno, atestiguan su excelente estado. No nos sorprende, ya que con sus cuatro discos de freno, cinturones de seguridad y robustos motores old-school, siguen siendo coches muy superiores a cualquiera de los productos de Pyeonghwa Motors. Aunque a Kim Jong-un le encanten los Mercedes, muchos años pasarán hasta que estos Volvo desaparezcan de Pyongyang.

Estos Volvo 144 se han convertido ya en parte inseparable del paisaje urbano de Corea del Norte. En su mayor parte han sido usados como taxis en la capital, así como coches privados para altos cargos del partido.

Volvo debería aprovechar la ocasión para explotar la excepcional imagen de marca de estos Volvo 144. Aunque asociaciones con Corea del Norte no sean las mejores para una empresa cuyo mercado principal es Estados Unidos, que estos coches sigan rodando – 43 años después de haber sido entregados, sin una red de mantenimiento adecuada y con carreteras en mal estado – es un testimonio que Volvo debería aprovechar. Lo dejamos caer.

Fuente: Newsweek | Drivemag | Magnet

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