El Siglo XX vivió los primeros años del automóvil como una herramienta perfecta para poder explorar hasta el último rincón del mundo. Mientras que algunas marcas nacieron en el marco de la competición, otras, como en el caso de Citroën, aprovecharon ese primer tercio del siglo para poder asociar su nombre al de la exploración. Las conocidas ‘Crosières’, que se llevaron a cabo previas al inicio de la Segunda Guerra Mundial, permitieron a que la marca de los dos chevrones tomara una relevancia mundial, llegando a lugares tan recónditos como la ruta entre Colomb-Béchar y Madagascar en África, así como otros destinos en Oriente Medio (Líbano y Siria) y el Lejano Oriente (Indochina y Tonkín).
Fue la oportunidad perfecta para recolectar documentos etnográficos en un momento en el que la tecnología no disponía imágenes satelitales ni mucho menos, por lo que estas expediciones o incursiones supusieron un inmenso interés científico, apoyados en la ambición y determinación de André Citroën y que incluso tuvieron que lidiar con decisiones políticas como el cierre de fronteras de la URSS en una época convulsa por los conflictos militares sucedidos… y los que estaban por llegar.
En un contexto mucho más amable se dieron otros proyectos por parte de la firma francesa como fue el de participar en el Rally de Monte-Carlo de 1934 no con una montura cualquiera, sino con su Citroën Type 45 S (S de Surbaissé, Rebajado en francés), que no se trataba ni más ni menos que un autobús. Evidentemente eran otros tiempos. La competición no era al sprint como es actualmente y su formato de puntos de control y regularidad permitía que otro tipo de vehículos se pudieran dar cita con una motivación simplemente experimental o como forma de hacerse publicidad a su paso por las distintas ciudades desde su punto de partida en Varsovia.
Y es que estamos hablando de un itinerario con 2.456 kilómetros que atravesaba enclaves tan importantes como algunas de las principales capitales europeas, entre ellas Cracovia o Praga, así como otros grandes núcleos poblacionales como Frankfurt o Estrasburgo. La base estaba creada, y es que muchos de los participantes en el proyecto fueron integrantes de las famosas Croisières, por lo que todos estaban muy acostumbrados a afrontar estos retos como nuevas aventuras de vida.
Con el dorsal #144, el Citroën T45 parecía un modelo poco convencional, sin embargo, a su lado en la lista de inscritos, con el #145 nos encontrábamos otro vehículo todavía más exótico: uno de los Citroën C6 Kégresse, las particulares semiorugas que se habían podido ver tomar parte de las expediciones y que partía en este caso desde la lejana Atenas con el objetivo también de llegar a Monte-Carlo.
El reto en este último caso parecía mayúsculo, pero la tripulación, con el propio padre de la criatura, el ingeniero militar Alphonse Kégresse entre los competidores, confiaba en que unas condiciones con mucha nieve permitieran el mejor avance del C6 aprovechando los esquís en parte delantera y la tracción de la semioruga atrás. Esa era la teoría, pero la meteorología tenía otras intenciones, y las condiciones más bien secas terminaron por pasar mucha factura a la montura hasta el punto que tuvo que abandonar.
El Citroën T45 de rallyes fue una maravillosa idea de marketing:
Mejor suerte corrió en este caso el Citroën T45, el cual sí pudo alcanzar la meta en la 90ª posición de 162 participantes (según la fuente se habla también del 98º puesto), completando el recorrido en 59 horas y 30 minutos con una unidad que se trataba de una versión preproducción con espacio para 30-40 personas y un motor que en principio debió ser muy similar al de 6 cilindros en línea, y 4.580cc que se utilizó en su variante definitiva. Unos 80 CV de potencia para mover lo que en vacío eran 4.950 kg y 9,25 metros de longitud.
Evidentemente, sus resultados en las pruebas de aceleración y frenado ya en el puerto del Principado iban a distar de los que podían conseguir el resto de vehículos, pero fue toda una heroicidad haber llegado a la meta con un vehículo de estas características, a buen seguro algo mucho más complicado si se hubieran dado las previsiones meteorológicas más adversas con nieve, pero lo suficientemente complejas al estar marcadas por las fuertes lluvias y el barro que marcaron el recorrido en los días previos al inicio de la prueba.
Un proyecto que fue todo un ‘show’, y así lo abrazaron todos los miembros del equipo, los cuales se vistieron sus mejores galas para posar al lado del T45 en la ceremonia de entrega de premios ante el Príncipe Louis II, precisamente después de haber sometido a una buena tarea de lavado al autobús de los dos chevrones.
Esa imagen con casi una docena de integrantes de copilotos y mecánicos que acompañaros al piloto de resistencia, François Lécot (precisamente uno de los gestores de la idea después de hablarlo con André Citroën) se convirtió inmediatamente en una de las imágenes más famosas de las primeras ediciones del Rally Monte-Carlo, tanto que incluso animó a otros rivales a seguir el mismo camino, con la participación del Mercedes Bus 10000, un modelo ya de tres ejes y mayor longitud que el Citroën que también logró completar el recorrido, en este caso desde Ámsterdam.
Según los registros, el autobús Citroën T45 hizo una gira por los concesionarios antes de ser llevado al SCF (grupo Verney) en 1936. Posteriormente, esas mismas informaciones apuntan a que sería requisado por el ejército de ocupación durante la Segunda Guerra Mundial, tras lo que desapareció para siempre. En pleno Siglo XXI sigue siendo todo un vehículo admirado por los amantes del mundo de la competición y del universo Citroën, hasta el punto de que ha formado parte de una de las recientes colecciones fabricada por IXO para conmemorar los modelos más importantes de la historia de la marca gala.