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Una larga noche italiana

A principios de 2018 me atreví a señalar a la escudería Ferrari como firme candidata a alcanzar el campeonato de Fórmula 1, pensaba que había llegado el momento de que Maurizio Arrivabene y la plana mayor del constructor italiano ingresaran al juego de estrategias psicológicas que identifican a las disciplinas deportivas de élite. Pero no fue así, el entonces jefe de Ferrari evidenció un total desconocimiento de ciertas funciones que debe aplicar un dirigente de un equipo deportivo: intimidar, confundir, presionar hasta que los adversarios se equivoquen o desvíen su rumbo, además de proteger y motivar a sus dirigidos para que crean en la victoria, por más complicada que parezca.

Y es que a pesar de iniciar la pasada temporada adelante y tener oportunidades para intentar desmoralizar a sus rivales, Arrivabene prefirió la discreción. Mientras tanto en Mercedes, Toto Wolff y Niki Lauda; y en Red Bull, Christian Horner y Helmut Marko, todos provenientes de las carreras y con experiencias ganadoras, no perdonaron la candidez del jefe de Ferrari, quien demostró entender muy poco de deporte de conjunto y que además no advirtió las lecciones que le estaban impartiendo sobre cómo manejar un equipo de Fórmula 1 donde ganar es un hábito, ni tampoco comprendió una máxima del deporte: si no esperas ganar, ya perdiste.

Para este año, el panorama de los italianos luce muy complicado porque ese ciclo diseñado a partir de una estructura original conformada por Sergio Marchionne, Maurizio Arrivabene, James Allison, Sebastian Vettel y Kimi Räikkönen se ha desvanecido, hasta quedar solamente el piloto alemán. Si bien es muy pronto para juzgar el desempeño de John Elkann y Mattia Binotto al frente de la escudería, es de hacer notar que ninguno proviene de las carreras, así que los vicios de la gestión Arrivabene probablemente se van a mantener, pero ahora con nuevas caras.

Criticable es el hecho que tras el error de dejar libre a Allison para que se uniera a Mercedes, donde trabaja en conjunto con Aldo Costa, quien fue despedido de Ferrari porque no era Adrian Newey, la escudería italiana no ha contado en sus filas con un verdadero director técnico y los dos mejores que ha tenido en la última década diseñan los invencibles monoplazas de la competencia Ciertamente, el deceso de Sergio Marchionne trastocó los planes inmediatos de Ferrari, pero la prioridad ante ese imprevisto estaba en contratar de inmediato personal que entienda de las carreras y que además posea experiencia ganadora.

Con un antecedente no tan remoto, como fue la incorporación de Michael Schumacher y gran parte del equipo técnico y humano que le acompañó durante sus títulos mundiales en su pasantía por Benetton, resulta inexplicable que parte de esa misma fórmula no se repita, en el sentido de que Ferrari sea menos italiana en su gestión en aras de elevar su nivel de competitividad. Se entiende que es imposible regresar al pasado, pero todo ese esfuerzo sustentado en Schumacher, Jean Todt, Ross Brawn y Rory Byrne, entre otros importantes nombres, se desintegró muy rápido, desapareció a los pocos años y la generación que fue preparada para el relevo apenas pudo alcanzar el título de pilotos con Kimi Räikkönen en 2007 y casi lo reeditó con Felipe Massa un año después, logrando los títulos de constructores en ambas ocasiones, fue desmantelada ante un permisivo Luca Cordero di Montezemolo, quien también tiene parte de culpa en lo que ahora sucede.

Cuando Michael Schumacher desembarcó en Ferrari, la escudería italiana atravesaba un período de 21 años sin título de pilotos y 16 sin uno de constructores, una larga noche de constantes pesadillas y frustraciones. Pero si algo han debido aprender en todo ese tiempo es que un equipo no es un conjunto de individualidades. No tengo la más remota idea de dónde estaban Jhon Elkann, Maurizio Arrivabene y Mattia Binotto durante esos años, pero tal vez no advirtieron la dinámica de ese grupo ganador procedente de Benetton cuando se integró a Ferrari y conformaron una sola estructura capaz de poner en aprietos tanto a McLaren como Williams a los pocos meses.

Y es que ese equipo que trabajó en torno a Michael Schumacher lo apoyó y defendió en todo momento, con sus grandezas y bajezas, incluyendo sus cuestionadas maniobras antideportivas, allí nadie criticó públicamente las decisiones, órdenes o privilegios, cada miembro estaba en sintonía porque se sentía representados por quienes daban la cara por el equipo. De esta forma se confrontó a Mika Hakkinen, Damon Hill y Jacques Villeneuve, quienes casi pasaron de ganadores a perdedores. Una vez que Ferrari alcanzó el título en el año 2000 no hubo misericordia para con los adversarios, sobre todo en el apartado psicológico donde no se dudaba en intimidar y desmoralizar a los rivales, tal como se hace en cualquier deporte profesional de máximo nivel.

Lo complicado de reeditar algo de eso en la actualidad es que no hay en Ferrari experiencia ganadora, con Kimi Raikkonen se fue el último bastión de una época, y Sebastian Vettel logró sus títulos en otra escudería, con otros jefes y personal; así que es imposible que unos directivos que no han ganado transmitan aura ganadora, es como pretender enseñar algo que se desconoce. Maurizio Arrivabene desaprovechó todas las oportunidades para hacer daño a los rivales y Mattia Binotto ni siquiera va por el mismo camino, puesto que tomó otro muy distinto al permitir que su autoridad se tambalee apenas inició la temporada. Al parecer, no posee el carácter para encausar el esfuerzo de todo un colectivo hacia un objetivo en común.

Es obvio que esta escudería Ferrari es muy distinta a la de Michael Schumacher y su gente, aquella no tuvo que confrontar a una estructura tan poderosa como Mercedes AMG y un equipo tan eficiente como Red Bull Racing. La aparición de estas escuderías representó un trauma para los italianos, que estaban acostumbrados a luchar contra McLaren y Williams, sus tradicionales rivales históricos que en los últimos años se han transformado en constructores intrascendentes. Tras una década de ensayos y errores, todavía, a estas alturas del juego, Ferrari no posee una gerencia de altura capaz de atacar psicológicamente a sus rivales y mantenerse allí hasta ganar.

Entender que el equipo son todos debería ser la base para construir un liderazgo. En Mercedes da igual cuál de sus pilotos gana las carreras o se alza con el título, eso quedó claro con la dualidad Lewis Hamilton-Nico Rosberg y ahora se observa con Hamilton y Valtteri Bottas. Lo importante es que gane Mercedes, que cada miembro del equipo se sienta orgulloso de su trabajo y de sus representantes. En tanto Red Bull Racing está apostando en grande junto a Honda, por primera vez la escudería austriaca tiene carácter oficial y al ser un grupo ganador van a ir hacia arriba porque ya conocen el camino a la cima. En apenas cinco carreras han demostrado tener la capacidad para escoltar a Mercedes y además cuentan con un Max Verstappen cada vez más sólido y brillante. Desde que el piloto holandés apareció en escena, Red Bull lo ha apoyado y defendido tras sus controversias y sanciones, tal como debe hacerse con un miembro del equipo.

Esta situación afecta la percepción, el control interno y la toma de decisiones de los jefes de Ferrari ya que sin duda el factor psicológico precipita los errores y compromete la cohesión grupal, sobre todo cuando la dirigencia tiende a buscar culpables por las derrotas para enviar un mensaje al resto del grupo. Acá es donde los proyectos se truncan porque quedan a medio camino, al salir personal de puestos importantes se inicia otro ciclo, pero a partir de un fracaso. Esto suele ser frustrante si se vuelve rutina y en Ferrari acumulan varios años con la misma mala costumbre.

Por otra parte, la estrategia mediática que Ferrari aplicó el año pasado, esa de no conceder espacio al periodismo amarillista no sirvió de mucho porque resulta que los rivales si acudieron a la prensa y se aprovecharon de la inocencia y el mutismo de Arrivabene para desestabilizar y minar la confianza de los italianos, que terminó de desplomarse tras lo ocurrido en Monza . Ahora el ambiente es más tenso y oscuro en el apartado mediático puesto que Kimi Räikkönen no está y en su lugar aparece un Charles Leclerc ávido de protagonismo, quien no se mide a la hora de exponer sus pensamientos e inclusive se atreve a cuestionar públicamente la selección de privilegios y estrategias. Esta situación crea un mal precedente porque se supone que un equipo no debe admitir divisiones internas y si existen no deberían ser de dominio público, al menos hasta que la fractura no se pueda disimular. Acá Mattia Binnoto no ha hecho mayor cosa por contener las pasiones y tampoco por motivar al personal, es obvio que los rivales se aprovecharán de esta otra muestra de debilidad.

En cualquier disciplina deportiva, el deber ser de un líder, jefe o director de un equipo es motivar y proteger a sus dirigidos, si esto no se aplica, simplemente no existe tal equipo. También es deber fomentar un espíritu de cooperación común para que la convivencia y la cotidianidad apunten hacia la unión y si el objetivo es grande creer en que se puede alcanzar a pesar de la adversidad. Si algún miembro del equipo está en problemas, es agredido o amenazado por los adversarios, el líder debe defenderlo. Ese desafiar y ser desafiado es parte del juego, de una regla no escrita que siempre está presente en la mayoría de los deportes colectivos. El detalle está en que no todos los líderes, jefes o directores de equipos poseen esa formación ya que ésta proviene del conocimiento del deporte y de la práctica, y en el caso de Ferrari, ni Maurizio Arrivabene, cuando ejerció de líder, ni Mattia Binotto, ni Jhon Elkann lo van a entender por esa misma razón.

La noche suele ser larga para quien tiene hambre o está en un hospital, pero también para quien lo tiene todo y decide apostar a las cartas sin saber jugar y sin saber mentir.

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