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El doctor y la medicina contra el aburrimiento. El maestro y su pasión por la Fórmula 1

En el año de 1985, por casualidad encontré en la televisión el Gran Premio de Holanda y allí me quedé, obnubilado por el atractivo de esos monoplazas coloridos. Desde entonces me volví un febril seguidor de la Fórmula 1 y hasta ahora esa pasión no ha mermado con el paso de los años. Para aquel entonces, investigar o acceder a información extra acerca de las carreras era complicado porque casi toda la prensa reproducía solamente lo que emitían las agencias de noticias. De cuando Internet era un atrevido anhelo de la ciencia ficción y las voces alternativas no estaban disponibles en todas partes. En ese tiempo era casi imposible aprender sobre Fórmula 1 más allá de lo que ofrecían los encargados de transmitir las carreras, quienes en su mayoría no manifestaban suficiente interés en las virtudes pedagógicas de narrar los grandes premios.

Tuve la gran dicha de observar íntegra la temporada de 1986, desde Jacarepagua hasta Adelaide permanecí junto a una pantalla. Con muchas preguntas, casi todas sin respuestas, seguía con fervor las carreras y sus verdaderos protagonistas: Alain Prost, Nigel Mansell, Nelson Piquet, Ayrton Senna, Gerhard Berger, Keke Rosberg, McLaren, Lotus, Ferrari, Williams, Benetton, TAG, Honda, BMW, Tyrrell, Cosworth, Brabham; eran parte de mi cotidianidad ya que vivía la Fórmula 1 de un modo obsesivo. Cada carrera resultaba impredecible y eso me mantenía en constante motivación. Pero también sentía curiosidad por saber el por qué cada circuito era distinto y no se corría dos veces allí, por qué hay motores turbos y aspirados, por qué Ferrari era el equipo más popular pero no ganaba, por qué solo hay dos pilotos por equipo, quién organizó la Fórmula 1, quiénes han sido los campeones más emblemáticos, cuáles son los récords más complicados de batir; y así una cantidad de interrogantes quedaban postergadas porque el narrador solo se limitaba a señalar lo que sucedía en pista, lo obvio para quien sigue las imágenes por televisión.

Tras esa fantástica temporada de 1986, se sucedieron dos muy distintas ya que fueron de pocas alternativas, la de 1987 signada por el dominio de los Williams ante unos rivales muy mermados en el aspecto técnico, y posteriormente ocurrió aquella cuando McLaren ganó 15 de 16 fechas. La Fórmula 1 en ese lapso de tiempo dejó de ser impredecible, aunque la generación de pilotos cuyo núcleo lo constituían Prost, Senna, Piquet y Mansell; se mantuvo en pista. La ausencia de competitividad provocó en los narradores un vacío ya que se asociaba los adelantamientos, o retiros importantes, con un grito u otra manifestación de euforia. Al estar condicionadas las carreras a una definición entre pilotos de un mismo equipo, la mayoría de las veces los narradores debían reservar sus arrebatos para otras ocasiones y dedicarse a hablar de las pocas variantes que observaban.

Es entonces cuando, el 16 de julio de 1989, con motivo del Gran Premio de Gran Bretaña, se invitó al Dr. Bruno Burger a la transmisión, un médico cardiólogo con estudios sobre Medicina en la Fórmula 1. Por caprichos del destino, en esa carrera el duelo entre Ayrton Senna, quien largó desde la pole, y Alain Prost, quien le acompañó en la primera fila, apenas duró 11 vueltas ya que el brasileño se salió de la pista y abandonó, dejando vía libre a su rival. Una vez apaciguados los gritos de sorpresa, se presentó la contingencia de las 53 vueltas sin supuesta emoción, así que cedieron espacio al Dr. Burger para que dijera algo que mantuviera el interés de la audiencia.

A partir de allí, esa transmisión se transformó en una excepcional cátedra de Fórmula 1. El nivel de conocimiento del Dr. Burger era asombroso y además comunicaba toda esa información científica de una manera sencilla. Enfocarse en el piloto como un atleta de alto rendimiento que es capaz de soportar elevadas temperaturas durante un prolongado lapso de tiempo sin desvanecerse. Hablar del alto nivel de pulsaciones, de las fuerzas de gravedad, de los cambios fisiológicos y psicológicos, la deshidratación, la dieta antes de competir, entre otros interesantes temas. Así que mientras Alain Prost hilvanaba sus vueltas para completar el recorrido, la audiencia disfrutaba de un contenido de calidad.

En sus intervenciones, también mencionaba estadísticas, historia, registros, pilotos, escuderías, circuitos, anécdotas personales; ganadores en cada edición del Gran Premio de Gran Bretaña y más. Hablaba con soltura sobre los cuarenta pilotos inscritos en esa temporada, incluso podía reconocer a lo lejos a algunos como Olivier Grouillard, Luis Pérez-Sala, Alex Caffi o Éric Bernard, mientras los habituales narradores debían esperar la información de la producción original para estar seguros de quién se trataba. El contraste resultaba sorprendente, el recién llegado era un ferviente seguidor de la Fórmula 1 en su totalidad. Ese día hubo un profesor en la pista y otro en la transmisión de la carrera que había sentado un precedente.

Fue tanto el impacto causado por aquel apasionado médico que dejó de ser un invitado y a partir del Gran Premio de Alemania se unió formalmente al equipo de narradores. Desde allí y durante 25 años se encargó de llevar las incidencias de los grandes premios, siempre con la misma educación, dedicación y enfoque profesional del primer día. Inclusive, desde 1995 hasta 2013, formó parte de la Comisión Médica de la FIA para la Fórmula 1, trabajando junto a Sid Watkins, actividad que desempeñó junto a su faceta de comunicador. Como se advierte, tuvo que presentar ante el público situaciones muy particulares durante ese período, como los Grandes Premios de Imola 1994, Austria 2002, Indianápolis 2005 y Alemania 2010; además de, por supuesto, todo el ciclo victorioso de Michael Schumacher junto a Ferrari.

La trágica muerte del gran Ayrton Senna, el arreglo de las carreras a través de las órdenes de equipo, Michael Schumacher rompiendo fácilmente récords que tenían décadas instaurados y un gran premio con apenas seis participantes; fueron algunas situaciones propicias para presentar a la categoría desde una perspectiva frustrante y pesimista, pero el Dr. Burger jamás lo hizo, tal vez porque era consciente de lo injustificable que resulta emitir un juicio basado en algunos episodios de excepción y más cuando él se encargaba de transmitir las imágenes al público. Cuestionar de alguna forma a la Fórmula 1 era cuestionar lo que hacía, así que en lugar de centrarse en esos puntos negros, prefería enfocarse en promover lo positivo.

En una ocasión, relató que siendo un niño observó en persona a Juan Manuel Fangio, eso fue durante el Gran Premio de Venezuela de 1955, fecha del Campeonato Mundial de Coches Deportivos, allí el piloto argentino ganó al volante de un Maserati 300, por delante de Alfonso de Portago y su Ferrari 750 y Luigi Musso con otro Maserati, carrera en la cual también participaron Luis Chiron y María Teresa de Filippis, entre varios célebres pilotos de la época. Fue a partir de ese momento cuando descubrió su pasión por todo lo que involucra a la competición, en particular la Fórmula 1, pero desde la óptica del seguidor del deporte y no de quien anhela emular la grandeza de Fangio.

Ese punto de vista siempre me pareció interesante porque tal anécdota involucra referirse al pasado pero no estacionarse allí ya que uno de sus objetivos siempre era enaltecer al automovilismo, que se actualiza rápidamente, y no a las individualidades, cuyas vigencias son limitadas. Con la certeza de que plantearse un retorno a aquellos años es imposible y que la Fórmula 1 significa constante evolución, prefería contemplar a la categoría como una extensión hacia el futuro y no como una reverberación de tiempos pasados.

A partir de esas reflexiones llegué a cuestionarme qué sucedería con mi interés por la Fórmula 1 cuando los últimos pilotos por los cuales sentí admiración desde niño dejaran de competir. Admito que la mente primero se hizo una idea sobre cómo será tal acontecimiento, las carreras sin Alain Prost, Ayrton Senna, Jean Alesi y Gerhard Berger; luego las cosas suceden y se genera la percepción de que lo imaginado no coincide con lo real. Allí estaba el Dr. Bruno Burger, narrando los grandes premios con la misma objetividad y clase de siempre, resaltando las cualidades de nuevos valores como Michael Schumacher, Damon Hill, Mika Hakkinen, Juan Pablo Montoya, Eddie Irvine, Ralf Schumacher, Jenson Button, Jacques Villeneuve, Kimi Räikkönen, Fernando Alonso, David Coulthard y Rubens Barrichello.

Es por tal razón que tiene mucho mérito mantener el mismo nivel de pasión por la categoría, con la convicción de que el tiempo pasado no fue mejor, sino que ayer éramos otras personas transitando en un mundo muy distinto al de ahora. Aunque el Dr. Bruno Burger se alejó de la televisión en el año 2015, todavía ejerce su noble profesión de médico, su legado como comunicador y docente especialista en la Fórmula 1 permanece vigente en las generaciones que crecieron bajo su influencia. De allí que me considere partidario de las transmisiones que más allá de presentar los grandes premios, eduquen, incentiven la investigación, inspiren y enaltezcan tanto al deporte como a sus protagonistas.

La exposición anterior contrasta con la opinión de quienes ahora están al frente de un medio de comunicación dedicado a la Fórmula 1 y desde allí repiten constantemente que las carreras les resultan aburridas. En este punto es necesario comprender cómo funcionan los principios de Joseph Goebbels, por una parte, y por otra la lógica de Aristóteles, una de las bases del pensamiento científico. Aclaro este aspecto porque en un artículo anterior quedó de nuevo en evidencia la costumbre de preferir activar los mecanismos de negación antes que enfrentar un desengaño, con todo y que ahora se puede acudir a internet para disipar dudas en unos minutos.

Ubicarse dentro de la Fórmula 1 y desde esa posición manifestar aburrimiento por lo que se vive y más allá de ello proyectar un sinfín de aspectos negativos relacionados a la dinámica de las carreras, entre ellas menospreciar a quienes logran las victorias, es cuestionable desde todo punto de vista. En estos casos, no tengo plena certeza que se trate de ignorancia de quienes transmiten o escriben sobre Fórmula 1, o si obedece a una estrategia para adoctrinar a un público carente de criterio, que en lugar de reflexionar ante lo que observa repite de forma automática lo que dice el «experto».

El silogismo planteado por Aristóteles señalaría:

Premisa A: La Fórmula 1 es aburrida.
Premisa B: Tú eres parte de la Fórmula 1.
Conclusión: Tú eres aburrido.

La lógica indica que si el responsable de transmitir la Fórmula 1 expresa desagrado y aburrimiento por aquello a lo que se dedica, le está sugiriendo a su audiencia que se aleje e invierta tiempo y dinero en otros asuntos más interesantes. Ese mecanismo opera de forma similar en el plano de la escritura, si alguien se aburre escribiendo, el lector se aburre leyendo. En medio de una temporada realmente interesante, cuesta entender las manifestaciones de aburrimiento, sobre todo de quienes deberían atraer suscriptores a su causa. En lo personal, me resulta un tanto repulsivo escuchar a quienes tienen la dicha de viajar por el mundo, acudir a los circuitos, interactuar con pilotos y con el personal de los equipos; y además observar la acción en vivo, quejarse por haber malgastado su fin de semana presenciando un gran premio de Fórmula 1 donde no pasó nada digno de resaltar.

Se entiende que la televisión y la prensa son medios de comunicación unilaterales, así que no es posible confrontar opiniones, al contrario de las opciones que ofrece el internet, donde sí se puede debatir y disentir. De allí que, como he expuesto con anterioridad, no comulgue con determinadas matrices de opinión que suelen gestarse con fines determinados. Soy partidario de que la Fórmula 1 es una disciplina deportiva y por tal razón deben ganar los mejores. La misión de un piloto y su equipo será ser el más rápido en la clasificación y el día de la carrera intentar hacerse inalcanzable, jamás esperar a que los demás se aproximen y le superen con el fin de generar un dudoso espectáculo.

Estimo además que la responsabilidad de transmitir deportes no debe tomarse a la ligera porque allí se involucran acciones como informar, educar, persuadir y entretener. Enfocarse exclusivamente en los dos últimos puntos compromete la difusión y posible práctica de la disciplina si el comunicador no está consciente de que puede afectar a la audiencia de forma contraria a lo que pretende. No se debe considerar emocionante presentar a los pilotos como enemigos personales y cada gran premio como la ocasión para que liberen sus instintos agresivos. Debería evitarse este tipo de planteamiento en el ámbito deportivo para no inculcarle a los niños el impulso hacia la destrucción propia y la de los demás.

La formación que recibí a través de las intervenciones del Dr. Burger contribuyó a que forjara un criterio particular. He de agradecer su sobriedad, sencillez, sabiduría, respeto y educación hacia la audiencia; y esa invariable perspectiva de enfocarse en lo sustancial que es la Fórmula 1 y no en la búsqueda de fabricar hechos sensacionales donde no los hay, gritar, exagerar o deformar los sucesos para elevarse por encima de aquello que el público observa a través de la pantalla. Siempre consciente de que el universo de telespectadores no se debe subestimar, por si acaso quien observa las carreras posee tanto o más conocimiento que quien narra, acudía a cada compromiso preparado para hacer frente a cualquier eventualidad y así evitar improvisaciones.

De todos estos argumentos se desprende que la Fórmula 1 posee una dinámica distinta a cualquier otro deporte porque está en constante evolución, por tal razón no debería distorsionarse en aras de sumar audiencias ajenas. Aquí la emoción siempre estará del lado de quien viva la Fórmula 1 con intensidad, de aquellos que en medio de la multiplicidad de opiniones, se posicionan con firmeza para hacer comprender que si bien puede resultar aburrida para algunos, también representa una forma de felicidad para otros.

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