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Aquellos maravillosos años (o quizás no tanto) en los que un menor conduciendo era habitual

Aún recuerdo como si fuera ayer mi primera clase práctica en la autoescuela. Tomar asiento en un Opel Astra G rojo, con más kilómetros que la maleta del Fugitivo, ajustar el asiento y el volante y escuchar al profesor decirme: «Ya has conducido alguna vez un coche, ¿no? Enciende el motor y comenzamos la clase». Evidentemente, un chaval con 18 años recién cumplidos, que acababa de aprobar el examen teórico, jamás debía haber conducido un coche. Pero entonces se asumía como algo completamente normal que un joven ya hubiera tenido oportunidad de conducir un coche mucho antes de aprobar el carné de conducir, e incluso de alcanzar la mayoría de edad.

Hubo un tiempo en que aprender a conducir sin haber cumplido los 18 años con la ayuda de nuestros padres era habitual, pero no legal, y una práctica que tiene sus pros y sus contras.

Estos días nos sorprendían dos casos muy llamativos de dos menores de 10 y 13 años, en Ceuta y Burgos, que fueron identificados por la Guardia Civil mientras conducían un coche, bajo la aparente supervisión de sus progenitores. Hablamos de un caso extremo, incluso si lo situáramos en un contexto más alejado en el tiempo, como el de hace una o dos décadas.

Hace años era habitual que zonas residenciales en construcción, y otras áreas urbanizadas no construidas, fueran conquistadas las tardes de los sábados y los domingos por padres enseñando a sus hijos a conducir, como el abuelo había enseñado muy probablemente al padre a conducir su coche varias décadas atrás.

Hace años en muchas localidades la mayoría de los jóvenes aspirantes a conductores ya habían conducido un coche con la supervisión de sus padres.

Hoy en día esta práctica probablemente siga vigente, aunque aquellos eriales de tierra, asfalto, y aceras vacías, en los que muchos aprendimos a conducir, con el boom inmobiliario se convirtieran en populosos barrios. Imaginamos que la crisis, que hizo que multitud de proyectos de urbanización se paralizasen, habrá creado otros muchos escenarios similares en los que las nuevas generaciones aún seguirán aprendiendo a conducir con sus padres.

Pero, en cualquier caso, el endurecimiento de la vigilancia policial del tráfico, y el temor a las consecuencias que puede tener que las autoridades intercepten a una persona sin carné conduciendo, y aún más en el caso del menor, imaginamos que habrán sido más que suficientes para que esta práctica no sea tan habitual como entonces, cuando me atrevería a decir que en muchas localidades buena parte de los jóvenes llegaban a la autoescuela tras haber pasado muchas horas conduciendo junto a sus padres. De ahí que la asunción de mi profesor de autoescuela en mi primera clase práctica tuviera sentido en aquel momento.

Habitualmente defendíamos esta práctica por el ahorro que podía suponer para el aspirante a conductor. Y es cierto que llegar a tu primera clase habiendo automatizado movimientos como accionar el embrague, cambiar de marcha, o incluso controlar la presión del pedal izquierdo para evitar que se te cale el coche en una pendiente, a muchos nos ayudó a hacer que nuestras clases prácticas fueran mucho más ágiles, y evitásemos la pérdida de tiempo que suponía ese proceso.

Que el primer contacto de los jóvenes con un coche tuviera lugar antes de cumplir los 18 años puede ser positivo, pero exige de un marco legal muy concreto que defina cómo se produce ese primer contacto.

El gran problema está en que nuestros padres, por mucha experiencia que tengan conduciendo, y por muy buena fe que pongan a la hora de enseñarnos a conducir, no son profesores de autoescuela. En algunos países existe la figura del aprendiz de conductor supervisado por su padre. En España, existe la figura del aprendizaje libre, es decir, la de designar a un conductor – que bien podría ser nuestro padre – para enseñarnos a conducir sin necesidad de suscribir los servicios de una autoescuela. El gran problema en este caso lo encontramos en que la ley exige, amén de otros trámites, el uso de un vehículo que disponga de doble mando, lo cual dificulta que esta solución sea factible para la mayoría de los conductores. En cualquier caso, y puesto que se trata de un tema muy complejo que ya abordaremos más adelante, nos olvidaremos de este asunto de momento.

Es posible que muchos, por nuestra experiencia, podamos hacer una valoración positiva del hecho de haber aprendido a conducir antes de llegar a la autoescuela, e incluso cuando aún no habíamos llegado a la mayoría de edad. Pero también es cierto que en estos casos, y al no haber contado con un profesional formado que nos instruyera, hemos podido incurrir en la adopción de malos hábitos, e incluso vicios, que después no es nada sencillo eliminar. Doy fe de ello.

Pero de nuevo estamos en un debate bien diferente, el de la conducción supervisada. Somos muchos lo que defendemos que, a pesar de todo, sería beneficioso para la sociedad que el primer contacto de un joven pudiera producirse mucho antes de alcanzar la mayoría de edad, y de obtener el correspondiente carné de conducir. Pero también estaréis conmigo en que eso exige de un marco legal concreto, algo de lo que actualmente carecemos.

Al hilo del tema de los menores conductores, estoy convencido de que muchos conoceréis casos de chavales que conducían sin haber llegado a los 18 años. Para muchos, nuestro primer recuerdo con un coche también fue girando el volante sentados en el regazo de nuestro padre. Acciones que hoy en día probablemente acabarían encabezando los telediarios…

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