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El otro circo

Resulta desagradable que luego de realizarse un gran premio se hable más de las autoridades que representan a la FIA que de los verdaderos protagonistas que son los pilotos y las escuderías. A pesar de tantas críticas realizadas desde hace algún tiempo sobre la extralimitación de funciones, responsabilidades y atributos de los facultados para impartir justicia en las pistas, ya que han tomado una serie de decisiones cuestionables que empañan cada fecha y adulteran los resultados, no se observa un cambio en la actitud tanto del director de carrera como de los comisarios internacionales a la hora de aplicar el reglamento, sino al contrario, lo que se ve es una búsqueda permanente de la polémica para reclamar un mayor espacio en los medios y en las redes sociales, así sea por su mal proceder.

Cada fin de semana de gran premio suele transformarse en una jornada donde las quejas e inconformidades se manifiestan por cantidad. Una de las situaciones más preocupantes es que tras castigar injustamente, los responsables admiten que cometieron errores, caso Sebastian Vettel en Canadá 2019 o Kimi Räikkönen este año en Imola, pero de igual manera esos mismos comisarios vuelven a ejercer sus funciones sin recibir al menos una amonestación, así que sus garrafales pifias quedan como anécdotas. Ese escaso criterio, desconocimiento del reglamento, negligencia o nula capacidad para comprender que deben corregir su metodología, resulta perturbador. Ser un ex piloto o miembro de la FIA no garantiza conocer las reglas deportivas y eso ha quedado en evidencia muchas veces. Por más que el organismo rector señale que existe un Programa Internacional de Comisarios y que constantemente se realizan seminarios para actualizar conocimientos, no se advierte con claridad que exista una institución donde los aspirantes reciban instrucciones, capacitación y sean evaluados, tal como lo hacen las federaciones deportivas más serias con su cuerpo de árbitros.

En la FIA no existe una estructura sólida para seleccionar jueces, es el mismo grupo de personas actuando desde su propio Olimpo como una moderna inquisición. Algunas veces aplican su criterio, en otras acuden al reglamento y por supuesto pueden optar por dejar hacer y dejar pasar. Desconcertante que un campeonato de talla mundial donde está en juego mucho dinero y el prestigio de los fabricantes involucrados, el arbitraje permanezca sumergido en un lodazal y no haya voluntad para revertir la situación. Acaso ante la poca acción en pista y el dispar rendimiento de los equipos, la FIA intenta atraer la atención fabricando polémicas. Empujar a la Fórmula 1 hacia una parcela donde se parezca más a un baile de señoritas que a una feroz competición deportiva, donde en teoría se miden los más osados y talentosos pilotos del mundo, resulta muy desagradable.

La entidad que se encarga de hacer cumplir las reglas se sustenta sobre una credibilidad muy frágil, la peor entre las federaciones deportivas, porque cada gran premio se convierte en una reiteración de investigaciones y castigos. En Imola, a Sebastian Vettel se le sancionó en la vuelta 22 por un suceso ocurrido antes de ordenarse la salida. Aston Martin violentó las reglas y por supuesto que deben recibir una penalización, pero que se aplique a tales alturas de la carrera carece de sentido. Peor aún fue la explicación de Michael Masi, actual director de carrera de la FIA, quien indicó que primero el comisario que toma la decisión debe esperar por un informe físico que le entregará el delegado técnico encargado de denunciar la infracción, luego se revisa el reglamento y se estipula la pena. No me imagino otro deporte en el cual la acción siga adelante mientras las autoridades analizan si hubo una falta a las reglas y de ser así aplicar el castigo a un competidor. ¿Acaso el procedimiento no se simplifica al conocer el reglamento, establecer una sanción de inmediato y posteriormente realizar el informe?

Por tal razón es absurdo y resulta inexplicable lo que ocurre en la Fórmula 1 con las sanciones, sobre todo aquellas que se aplican luego de finalizar un gran premio, alterando el resultado original horas después. Si bien pueden existir casos en otros deportes donde una decisión arbitral incline la balanza hacia un competidor en una fecha posterior, lo cierto es que en la Fórmula 1 se ha convertido en un mal hábito la intervención de las autoridades a destiempo. Ese afán de robar protagonismo terminará por colmar la paciencia de los espectadores, tal como ocurre en otros deportes, y es que cuando un árbitro se erige como el protagonista es porque lo está haciendo muy mal.

El reciente caso de Kimi Räikkönen resulta vergonzoso, sin embargo no hay muestras de arrepentimientos ni de correctivos por parte de quién aplicó el castigo. El piloto finlandés fue sancionado con la suma de diez segundos a su tiempo final por una supuesta infracción que no se contempla con claridad en el reglamento. Así que quedó fuera de los diez mejores tras realizar una gran carrera, esos puntos eran muy valiosos tanto para él como para el equipo Alfa Romeo por la dificultad que experimentan para sumar unidades. Nuevamente Michael Masi y los comisarios no supieron cómo proceder en el momento y dejaron el procedimiento para después. Lo más cumbre del asunto es que Räikkönen ha debido reiniciar la carrera desde el octavo lugar y lo hizo desde el décimo por salirse de la pista. Y todavía lo penalizaron por ello.

Cierto, errar es parte de la naturaleza humana, pero la reiteración de equivocaciones es desconcertante, en este caso porque se distingue un alto grado de egocentrismo en las autoridades de la FIA y lo exhiben sin pudor. Se equivocan, piden perdón, no enmiendan sus errores y regresan para volver a equivocarse y proseguir con el círculo vicioso que les concede titulares en los medios y los convierte en tendencia en las redes sociales, aunque de la peor manera, pero al parecer son muy felices actuando de esa forma.

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