En Diariomotor nos encanta probar coches, y en muchas ocasiones, lo hacemos fuera de España. El caso habitual es el de muchas presentaciones de producto, pero tampoco nos hemos cortado en hacer pruebas completas de coches en sitios tan diferentes como Irán (ver prueba del Saipa Tiba SX) o Estados Unidos (ver prueba del Dodge Durango SRT). En esta ocasión, nos hemos ido a descubrir los secretos de Escocia a lomos de un Mazda CX-5, cedido amablemente por la filial británica de la marca. Un viaje de 2.600 km descubriendo paisajes y carreteras muy especiales, “a lomos” de un coche con volante a la derecha. ¿Nos acompañas?
Nuestra ruta comienza en Londres, a donde habíamos volado la noche anterior sin sobresaltos. Antes de subirnos al coche ya habían pasado por nuestros gaznates unas buenas raciones de “fish and chips”. Antes de las 8 de la mañana el chófer contratado por Mazda me llama, avisándome de su llegada inminente con el coche. Es una mañana gris, plomiza y lluviosa, típicamente británica. El color Soul Red del Mazda CX-5 que aparca delante de la casa de mis amigos pone una nota vibrante de color a la mañana. La unidad que Mazda nos ha dejado está equipada con el motor diésel 2.2 Skyactiv-D de 175 CV de potencia. Para no ponerme las cosas tan fáciles, la solicité con caja de cambios manual.
Por supuesto, el volante estaba a la derecha y debía cambiar de marchas con la mano izquierda. No era la primera vez que conducía en Reino Unido… pero era solo la tercera. Cargamos nuestras maletas y el equipo fotográfico en el coche, llenando su maletero de casi 500 litros de capacidad. No nos gusta viajar ligeros, y el tiempo tan cambiante de Escocia nos hizo cargarnos de ropa de abrigo – algo que se revelaría como todo un acierto. Nos acomodamos en los asientos de cuero blanco, arranco el motor y emprendemos nuestro viaje. La primera parte del viaje no fue apasionante. Nuestro objetivo era llegar a Glasgow a media tarde, tomarle el pulso a su ambiente nocturno y pasar la noche en un asequible Airbnb.
Las autopistas de Reino Unido están muy bien asfaltadas, y la M6 no es una excepción. El precio a pagar son constantes remodelaciones y mantenimiento, con zonas de velocidad limitada a apenas 50 millas por hora y muchos radares. El tráfico era denso pero fluido, y los conductores de los demás vehículos, corteses y respetuosos. Nuestro CX-5 rodó a ritmos modestos hasta dejar atrás Manchester, cuando pudimos elevar nuestra velocidad de crucero a 65 o 70 millas por horas. Tras una breve parada para hacer unas fotos en la preciosa región de Cumbria, entramos en Escocia.
Bienvenidos a la fría y encantadora Escocia
En poco más de una hora aparcamos nuestro coche en un aparcamiento del centro de Glasgow, y nos vamos a descansar.
Un detalle sorprendente es que el coche logró un consumo según su ordenador de sólo 55,2 millas por galón, equivalentes a 5,1 l/100 km, en este trayecto inicial de casi 650 kilómetros. Al día siguiente repostaríamos el CX-5, tras el repostaje nocturno de nuestro estómago con unas buenas pizzas y cerveza artesana local. Glasgow es una ciudad con un fuerte pasado industrial, repleta de pubs y con un ambiente vibrante. No es bonita ni refinada, pero derrocha personalidad y se respira autenticidad en el ambiente. Nos tomamos la última en el mítico pub The Pot Still, que presume de tener la más abundante selección de whisky de toda Escocia. Tranquilos, nos portamos bien: no queríamos conducir con resaca al día siguiente.
Unas pocas fotos del coche en un callejón revelan los excesos ajenos: decenas de barriles vacíos de cerveza, cigarrillos y botellas de whisky barato rotas cubren como una alfombra este callejón. El lugar me anima a reproducir en el equipo de sonido el primer disco de los Arctic Monkeys: “When The Sun Goes Down” podría haberse compuesto perfectamente en este enclave decadente. Tras llenar el depósito – duele pagar el litro de gasóleo a 1,30 libras – ponemos rumbo a la isla de Skye, donde tenemos intención de pasar la noche. Las autopistas dejan paso a carreteras secundarias, que serán el denominador común de los días venideros.
La verdadera Escocia nos recibe con intensas lluvias, mientras recorremos las orillas del Loch Lomond, el lago más grande de la región.
La temperatura no sube de los 13 grados y el firme empeora. Por suerte, el Mazda CX-5 digiere las imperfecciones del asfalto con aplomo. Siento que en ciertos tramos el coche es muy ancho -posiblemente tengo las referencias espaciales alteradas por conducir en el “lado equivocado” del coche – y que la carretera es muy estrecha. El pensamiento se me quita de la cabeza cuando veo como dos enormes camiones Volvo se cruzan, a centímetros de rozarse. De repente, encontramos una larguísima e inmóvil fila de coches parada en la carretera. Al parecer, un accidente bloquea la carretera unos kilómetros más adelante, como el navegador integrado del coche y Google Maps nos confirman. Hora de tomar un desvío.
Y posiblemente fue la mejor decisión que pudimos tomar. Tras abandonar el Loch Lomond comenzamos a ascender un pequeño puerto de montaña, coronando ante un cartel en el que podemos leer “Rest and Be Thankful”, “descansa y siéntete agradecido”. Este puerto es parte de una antigua ruta militar usada en el aplastamiento de las revueltas jacobitas por parte de Inglaterra, hace ya tres siglos. Detenemos el coche y contemplamos el increíble paisaje que queda a nuestros pies, cubierto parcialmente por nubes, cuajado de arroyos y pequeñas cascadas. Llueve ligeramente, mientras el sol brilla entre algunas nubes. Los claroscuros me brindan una excelente oportunidad fotográfica para el CX-5, cuya carrocería mojada reluce al sol.
Es el primer momento del viaje en el que de verdad aprecio el diseño del coche. La luz del momento de verdad hace relucir su silueta. Con respecto a la primera generación, este SUV ha crecido ligeramente (ahora mide 4,55 metros) y por dimensiones se ubica entre rivales como el KIA Sportage o el Honda CR-V. Su diseño frontal es especialmente bonito, el juego entre el marco cromado de la calandra y sus ópticas afiladas es posiblemente el más logrado de un segmento que suele pecar de conservador y soso. El frontal consigue ser estilizado, mientras que el resto de la carrocería presenta un aspecto más funcional y sobrio. La superficie acristalada es escasa y la línea de cintura alta, como mandan los cánones del segmento.
Tras un breve descanso, continuamos circulando por las carreteras de las Highlands. Un paisaje abierto, salpicado de lagos y rodeado por montañas, desnudas de vegetación y cuajadas de pequeñas cascadas. El tiempo empeora y el paisaje se cierra. Me imagino las emboscadas que los guerreros escoceses tendían a los ingleses, mientras suena el “Westwinds” de los Real McKenzies en el equipo de sonido Bose. Cada dos por tres me quedo asombrado con el paisaje, en constante transformación morfológica y metereológica. La carretera comienza a descender hacia el mar, no sin antes pasar entre tres enormes montañas que se alzan como gigantes en la niebla. Una gigantesca catarata vuelca agua turbulenta al fondo de un estrecho cañón.
El problema de parar cada dos por tres a disfrutar del escenario tan épico que te rodea es que pierdes la noción del tiempo. Una parada a comer en el apacible enclave costero de Inveraray se convierte en dos horas de paseo y comida a las orillas de un lago. Comienza a oscurecer y estamos a dos horas de Skye. Además, un servidor reservó incorrectamente el alojamiento de la noche. En plena temporada alta, ningún “bed & breakfast” tiene espacio para dos personas. Mi pareja sugiere que durmamos en un camping, en el coche. Parece la mejor opción, así que ni cortos ni perezosos compramos una manta y un par de esterillas en un supermercado e improvisamos una cama abatiendo los asientos traseros del coche.
Se forma una superficie casi plana en la que pasamos la noche todo lo bien que los 7 grados de temperatura y las esterillas baratas nos lo permiten. Por cierto, si os quedáis dentro de un Mazda CX-5 cerrado a dormir, al cabo de un tiempo detectará “intrusos” en su interior y la alarma sonará, despertando a todo el camping. Por fortuna, tras un par de sustos desactivo la alarma volumétrica desde el mando a distancia y dormimos sin más sobresaltos y miradas inquisitivas de otros campistas. Al día siguiente partimos muy pronto con rumbo a la isla de Skye. A las siete de la mañana las carreteras están desiertas y aprovecho para dar rienda suelta a los 175 CV del motor diésel, en una carretera desierta de curvas amplias que recorre la orilla de un lago.
Un motor con el que los adelantamientos a camiones y autocaravanas se ejecutan con garantías – adelantamientos que la estrecha carretera exige sean rápidos y precisos. Un desayuno escocés, con bacon, morcilla, huevos fritos, tostadas con mantequilla y haggis – una especialidad local consistente en vísceras especiadas – nos dará suficiente energía para todo el día. Lo sentimos, pero Escocia no es el paraíso de los vegetarianos ni los amantes de la dieta mediterránea. Antes de irnos del pequeño diner a orillas del Loch Lochy contemplamos un tétrico pedestal coronado por siete cabezas, que según cuenta la historia, conmemora la matanza y decapitación de siete miembros del clan de los McDonald en el siglo XVII.
Dejamos atrás las hordas de turistas que rodean el castillo de Eilean Donan – famoso por presidir las etiquetas de incontables whiskys – y nos adentramos en la isla de Skye cruzando un puente de casi una milla de longitud. Skye puede considerarse una especie de Escocia en miniatura, una isla repleta de caprichos geológicos, azotada por los constantes vientos del Mar del Norte. Fría, húmeda e inhóspita, pero de una belleza arrebatadora. No esperes playa, sol o temperaturas amables: está a la misma latitud que Estocolmo. Portree es su capital, un pequeño puerto pesquero de apenas 4.150 habitantes permanentes. Lejos de Portree las carreteras pasan a tener un único carril y pierden su señalización horizontal, pero siguen siendo de doble sentido.
Carreteras como las que nos llevan al majestuoso faro de Neist Point, en la que no caben dos coches al mismo tiempo. Sin embargo, cada aproximadamente 30 metros cuentan con pequeños apartaderos a ambos lados de la carretera, marcados como “Passing Point”. Sólo en estos puntos el ancho de la calzada permite que puedan cruzarse dos coches. Sólo hay una regla para utilizarlos correctamente: cuando están a tu lado de la carretera, debes usarlas para ceder el paso a otros coches. Cuando estén al otro lado, los demás coches te cederán el paso. Una ráfaga de largas es cortesía común para el otro conductor, indicándole que pase. Por fortuna, son vías en las que se alcanza poca velocidad y los conductores son muy respetuosos.
Tras el paseo de rigor, aderezado con llovizna y rachas de viento, conduzco por pequeñas carreteras hasta Portnalong. Apenas 25 millas se convierten en más de una hora al volante. El Skyewalker Hostel es nuestro destino, donde dormiremos en una “cabaña jedi”. Una curiosa mezcla entre elementos tradicionales escoceses y Star Wars, que sorprendentemente, funciona. Una cabaña privada repara nuestro cansancio, tras degustar en el pub local el mejor pastel de carne que posiblemente vaya a devorar en el resto de mi vida. Un remanso de tranquilidad donde el tiempo parece no pasar y todo es más lento. Esa aparente soledad y esa sensación de comunión con la naturaleza son los principales atractivos de la parte más salvaje de Escocia.
Al día siguiente ascendemos al Old Man of Storr, tres farallones de roca, un capricho de la naturaleza que es hoy en día uno de los principales reclamos paisajísticos de Skye. Este paisaje extraterrestre ha sido usado en películas como Prometheus, la precuela de «Alien» de Ridley Scott. El Quiraing es nuestra última parada en la isla, un macizo montañoso a escasos kilómetros de la costa, que nos brinda la mejor oportunidad fotográfica de todo el viaje. Extenuados, conducimos del tirón hasta las orillas del Lago Ness, donde pasaremos la noche en un pintoresco hostal a orillas del lago. Allí conocemos a Tim, un escocés con falda que conduce un autobús turístico.
Una conversación regada con cerveza Brewdog en la que filosofamos sobre la vida y el futuro, que desemboca en una recomendación: “cruzad el Cairngorms National Park de camino a Edimburgo”. Dicho y hecho, Tim. Posiblemente fue la mejor recomendación de todo el viaje. La ruta desde Inverness a Edimburgo discurrió por este gigantesco parque natural – el mayor de Reino Unido – en cuya entrada nos encontramos a una docena de Aston Martin en comitiva. ¡Buena señal! La variedad de paisajes continuaba siendo apabullante, y ante mis ojos comenzaron a aparecer las carreteras que durante años han protagonizado pruebas en EVO y en Top Gear.
Lugares inspiradores para cualquier aficionado al motor, pero también desafiantes. Carreteras que fluyen entre el paisaje, en las que un estado del coche impecable no es un capricho. Superficies irregulares, cambios de rasante complejos, muchas pendientes y la presencia constante de la lluvia, que va y viene…
En estas carreteras tan exigentes el CX-5 brilla con un control de los balanceos excepcional, y un rodar que no se ve alterado por las irregularidades del firme. Podemos afirmar que tiene un comportamiento más dinámico que la media del segmento, siendo todo lo ágil que puede ser un SUV de más de 1.700 kilos de peso sin maltratar al pasaje. El motor no flaquea, y empuja con una fuerza descomunal – estamos hablando de 420 Nm de par motor máximo – para tratarse de un “simple” turbodiésel de cuatro cilindros. Su corte de encendido se sitúa a casi 5.500 rpm, una cifra excepcionalmente elevada para un motor de ciclo Diesel. Nos regala esos instantes extra que te permiten completar un adelantamiento con garantías.
Tras las montañas rusas de los pasos de montaña del Cairgorms National Park llegan otra vez las llanuras, y antes de que nos demos cuenta, estamos cruzando el gigantesco puente colgante que comunica Edimburgo con el frío norte. Edimburgo pasa en un suspiro, quedándose el coche aparcado casi todo el tiempo: el festival de teatro hace que la ciudad sea agobiante a nivel de turistas y tráfico. Con todo, captamos su esencia y entendemos qué inspiró a J.K. Rowling a la hora de escribir la saga de Harry Potter. Me quedo con las preciosas casas pintadas de Victoria Street, su imponente castillo y las elegantes calles del New Town, repletas de Range Rover y coches de lujo – en las que hice las fotos que acompañan a estos párrafos.
Abandonamos Escocia y tras varias horas de autopista volvemos a hacer una parada de unas pocas horas en Liverpool, antes de emprender rumbo a Londres, donde terminará nuestro viaje. Tras una Liverpool un tanto decepcionante, que parece haber dado la espalda a su pasado humilde e industrial – ahora todo es demasiado moderno y la beatlemanía se concentra en una sola calle – ponemos rumbo al pequeño pueblo de Bibury. Este pequeño pueblo de los Cotswolds está a apenas dos horas de Londres y es la última parada del viaje. Un enclave pintoresco, en el que se encuentran algunas de las viviendas más antiguas del Reino Unido, algunas de las cuales siguen habitadas pese a haber sido construidas hace más de 800 años.
Es el pueblo donde reside el anciano cuyo coche – un llamativo Vauxhall Corsa amarillo – fue vandalizado por “estropear fotos de postal”. Su Corsa fue declarado siniestro total por el seguro, y ahora se mueve en un Corsa gris, mucho más triste y “sensato”. Pese a todo, un desfile de coches amarillos le rindió homenaje al poco de saltar su deleznable incidente a la palestra pública. Nuestro viaje termina en un Londres colapsado de tráfico, tras 1.605 millas recorridas, 2.583 km. Nuestro Mazda CX-5 ha sido un compañero de aventuras infatigable, al que hemos cogido cariño tras una semana conviviendo a diario con él.
Aunque es un momento agridulce, el balance de las experiencias vividas a bordo es rotundamente positivo.