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De qué hablo cuando hablo de Le Mans

Es la vieja historia de la razón y el corazón. Las carreras de coches son algo irracional. Una rara manifestación cultural que pone la más científica y precisa investigación al servicio de una primitiva idea: correr más que los rivales. Las 24 horas de Le Mans es la más primitiva entre las carreras. No porque carezca de reglas, sino porque su idea toma la referencia en el cielo, en una era anterior a la propia máquina: “Corramos sin parar hasta que el sol vuelva a estar mañana en este mismo punto” Ese es el trato. Por eso todo lo que sucede durante el reto está tocado por emociones primitivas, la épica, la extenuación, el miedo o el arrojo. En sus 91 años Le Mans ha sido a veces la fábula de la liebre y la tortuga, dando la victoria a la paciencia frente a la explosiva velocidad; otras veces los elementos han dado o quitado victorias, como los dioses de una tragedia griega; y muchas veces el circuito de La Sarthe ha premiado la humildad y ha castigado la soberbia; Le Mans es siempre una epopeya. Desde que empezó el año, en las últimas 24 semanas, me he asomado a las 24 horas a través de algunos episodios de una historia casi inabarcable. Cuando el próximo domingo a primera hora de la tarde baje la bandera a cuadros, se habrá escrito otra tragicomedia en forma de carrera, con héroes, con villanos, con dioses imprevisibles y con un final que sabe tanto a éxtasis como a derrota. Porque nadie puede ganarle al tiempo.
Esta es una muy personal visión de las 24 horas. Tomándole prestado el título a Murakami, de esto hablo, cuando hablo de Le Mans.

La escala de la historia


A casi todo el mundo le atrae una leyenda, y desde luego a mi, que he desarrollado parte de mi labor de historiador en el campo de la Edad Media, me atrae mucho. Pero, ¿cuales son los ingredientes para la leyenda perfecta? no hace falta ser Robert Graves para saber que unos orígenes inciertos y oscuros siempre hacen una buena historia. Por eso hay algo fascinante en el hecho de que Le Mans hunda sus raíces más allá de su propio inicio, en una carrera, la Gordon Bennett, que es casi tan antigua y épica como el propio automóvil. Tan antigua que una de sus ediciones la ganó el primer hombre en superar los 100 km/h en un coche, Jenatzy.

Las 24 horas de Le Mans, junto con las 500 millas de Indianápolis y un puñado de carreras más, son un vestigio de una época ya extinguida de las carreras

Le Mans es en el automovilismo como una especie animal ya extinguida, una reliquia viva de un tiempo casi olvidado en el que no existía la Fórmula 1 y las carreras eran batallas a vida o muerte. Un tiempo en el que Ferrari era nombre de piloto y Porsche nombre de ingeniero, y donde corrían pilotos cuyos nombres han bautizado curvas o marcas de coche. ¿Cómo no va a gustarme un ser mítico de esas características?

Y es que la Historia juega su papel. La competición más famosa del mundo, la Fórmula 1, celebra casi la mitad de sus pruebas en circuitos que tienen menos años que los pilotos que compiten en ella. Por eso carreras como las 500 millas de Indianápolis (1909), Pikes Peak (1916) o Le Mans (1923) representan mucho más que una simple competición, son un monumento vivo. Esas, y el Gran Premio de Mónaco (1929), que no es F1 sino otra cosa. Por eso la atracción de Le Mans es irresistible, porque es como una ventana a la historia. O a un futuro imaginario en el que aquellos coches de los años 30 se hayan transformado en los fabulosos bólidos híbridos de la edición de 2014.

Los números de la bestia


Como si se tratase de una enorme ballena o un perdido templo mesopotámico, parte del primitivo encanto que arroja Le Mans para mí está sus mareantes cifras. Cuando cualquier domingo a eso de las 17h se celebra el pódium de una carrera de Fórmula 1 los coches han recorrido apenas la distancia que separa Madrid de Zaragoza.

Un Gran Premio de Fórmula 1 se celebra sobre la distancia que separa Madrid de Zaragoza. Las 24 horas de Le Mans recorren la que separa Londres de Nueva York.

Este domingo cuando el ganador de Le Mans reciba los honores habrá recorrido aproximadamente la distancia que separa Londres de Nueva York. Eso significa ir muy rápido cada minuto de los que dura la carrera… incluyendo la noche. En 1967 el Ford GT40 de Gurney y Foyt ganó las 24 horas llegando a la meta con más de 5200 km recorridos a una astronómica media de 218 km/h. Era el tiempo de la era espacial, la víspera de la llegada del hombre a la Luna. El récord fue batido sólo 4 años después por el monstruoso Porsche 917K de Marko y Van Lennep, llegando 130 km más lejos, cronometrando 222 km/h y marcando una vuelta rápida que aún hoy no ha sido superada, 3:18’4. Pero no toda la gloria pertenece a un tiempo pasado. A pesar de las muchas modificaciones en el circuito para hacerlo más lento, en 2010 el Audi R15 de Rockenfeller / Bernhard / Dumas marcó un nuevo récord de distancia, 5400 km, lo que da una apabullante media de 225 km/h… incluyendo la noche y las paradas.
Pero a veces 24 horas corriendo pueden no ser bastantes. La de 2011 será para toda una generación la gran edición de Le Mans. En el duelo entre Peugeot y Audi, los alemanes perdieron dos de sus tres coches en terribles accidentes antes del ecuador de la carrera. Quedó en cabeza a medianoche el Audi de Treluyer / Fassler / Lotterer, el equipo menos experto, sólo ante los tres Peugeot. Por delante quedaban quince horas de persecución atroz en la lucha más hermosa que recuerdo haber visto en una carrera. A una hora del final, el Peugeot de Bourdais/Pagenaud/Lamy estaba a sólo 7 segundos del Audi… siete segundos después de 4500 km. 13’854 segundos separaron al primero del segundo en meta. ¿Quién dice que Le Mans no es emocionante…?

El reino de la velocidad


Igual que el Rey Arturo necesita de Lancelot o Batman necesita Gotham, Le Mans debe desarrollarse en un escenario a la altura de la gesta. El circuito de La Sarthe, en la variante que recorren las 24 horas, tiene algo más de 13’5 km de largo. Dentro de esos kilómetros cada metro tiene su propia mística por diferentes razones. Empieza con una recta de meta en curva siempre marcada por la tragedia de 1955, pero también inmortalizada por la salida a la carrera que se celebró hasta los años 70. El puente Dunlop y la vertiginosa bajada que sigue es otro de los iconos del circuito y uno de los predilectos de los fotógrafos.

Casi la mitad del trazado de las 24 horas se compone de carreteras públicas: es un recuerdo de las carreras anteriores a la Fórmula 1 como la Targa Florio o las Mille Miglia

La curva de Terte Rouge, donde tristemente Simonsen perdió la vida el año pasado, es uno de los lugares con mayor importancia del circuito: hasta 1990 los coches salían de ella afrontando la larguísima recta de Hunaudieres en la que pasaban más de un minuto con el gas a fondo y en la última marcha, antes de la brutal frenada de la curva de Mulsanne, donde pasaban de 300 a menos de 80 km/h, para volver a lanzarse gas a fondo por el bosque durante más de medio minuto hasta llegar al tobogán de Indianápolis y la curva más lenta del circuito, Arnage. Esta atroz secuencia de rectas y curvas ha hecho que, a lo largo de sus 81 ediciones, Le Mans haya contribuido a la automoción con avances como los frenos de disco y los elementos aerodinámicos. La exigencia de esta sección del circuito es tal que para el limpiaparabrisas del Ford GT40 que ganó en 1966 se recurrió… al del Boeing 707. Desde Arnage el circuito afronta una larga sección muy técnica y exigente para pilotos y coches, las vertiginosas “eses de Porsche“, que terminan en la chicane Ford, la curva que da acceso a la meta. De la distancia que recorre el trazado casi la mitad corresponde a vías públicas que se cierran al tráfico el fin de semana de la carrera. Es decir, Le Mans es algo más que un circuito urbano: es la última gran carrera que emplea carreteras en su trazado, como se hacía antes de la Segunda Guerra Mundial. Las pruebas equivalentes están en los libros de Historia: Targa Florio, Mille Miglia, Panamericana…

La última gran carrera de coches


Quizá Le Mans me gusta tanto por el poder evocador de sus coches. Mientras que en la Fórmula 1 las máquinas parecen más bien cohetes sobre ruedas en Le Mans compiten coches de calle y prototipos cerrados cuyo aspecto recuerda a un vehículo convencional.

El Ferrari 330 LM fue, en 1962, el último coche de motor delantero que ha ganado las 24 horas. Ese año se introdujo la categoría “Prototipos”

La carrera nació precisamente como una prueba de resistencia para coches de calle, y la exigencia de la carrera hizo aparecer paulatinamente novedades técnicas que hoy nos suenan familiares: frenos delanteros, limpiaparabrisas, faros integrados, frenos de disco, cinturón de seguridad… La introducción de la categoría “Prototipos” en 1962 trajo a Le Mans máquinas fabulosas como el Ford GT40, el Porsche 917, el Mazda 787B rotativo o los Jaguar XJR9. El Ferrari 330 LM ganador de ese año fue el último coche de motor delantero que ha vencido en las 24 horas, pero los prototipos aún recibieron una derrota más: la de 1979 lograda por el Porsche 935 que derivaba del brutal 911 Turbo de serie.

Barnato, Nuvolari, Veyron, Lang, Shelby, McLaren, Ickx, Bell, Kristensen… Le Mans tiene su propio Olimpo. Bentley, Alfa Romeo, Bugatti, Aston Martin, Jaguar, Mercedes, Ford, Porsche, Audi… ninguna de estas marcas sería lo que es sin las 24 horas.
Le Mans es un disparate, una temeridad, una hipérbole. Una carrera relacionada con el arte (BMW Art Cars), con la literatura (Joyce) y con el cine (McQueen), que rebosa estética y simbolismo, y tiene un encanto único e inimitable. Le Mans no se puede contemplar, hay que amarla hasta el tuétano.

Fuente: www.lemans-history.com
Fotos: Fiat – Chrysler | BMW | Mazda | Porsche | Jaguar | Audi
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