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Historias del Dakar: “Prohibido dormir”

Todos pudisteis leer la historia sobre el majestuoso DAF de Jan De Rooy. Entre todos los que comentasteis, hubo una de las respuestas que me hizo estremecerme, al menos a nivel emocional. Se trataba de Alfonso Cano, uno de los que vivió aquellos Dakar africanos de los ochenta y que lamentablemente también asistió a la dureza e incluso la pérdida de algunos conocidos en el que hemos llamado en más de una ocasión como el rally-raid más duro del planeta.

Alfonso, que entre otros copilotó a Raoul de Raymondis en el impresionante Range Rover V8 Proto de más de 300 CV en el Dakar de 1988 (terminaron 14º tras algunos problemas y algún que otro encontronazo con un camión), me relató cómo se encontraron en medio del desierto a lo lejos el baquet del copiloto de Theo Van de Rijt, Kees Van Loevezijn y que en aquellos momentos no acertaron a comprender de qué se trataba.

Tras un rato de agradable charla, Alfonso decidió cedernos uno de sus relatos para nuestra sección de ‘Historias del Dakar’ para tratar de trasladarnos lo más fielmente posible hasta aquellos años del Dakar africano, con etapas nocturnas incluidas. Una historia extraída de su participación en la edición de 1986, año en el que fallecía Thierry Sabine, mente de la que salió toda esta locura.. Espero que la disfrutéis igual que yo y de nuevo agradecer a Alfonso, una de las voces autorizadas de los raids, que comparta con nosotros sus vivencias en una de las pruebas más mágicas del automovilismo.

8º RALLIE PARIS–ALGER-DAKAR 1986:

Pensamos a veces que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero cuando veo en televisión las imágenes del Dakar actual, creo firmemente que cualquier tiempo pasado fue peor.

Corrían los primeros días de enero de 1986 y el Rallie Paris-Alger-Dakar, como se llamaba entonces, había llegado ya a Tamanrraset (Argelia). Esa fría noche en la meseta de Tam a los pies de la cordillera del Hoggar a casi 1000 m de altura, hacíamos cola a 1º de temperatura, escudilla en mano para conseguir nuestra cena, sopa y lata de ración de comida militar, antes de que cerraran los del camión-cocina de Africatours.

Sucios y agotados, por los 3.539 km. que ya llevábamos a nuestras espaldas, incluido el helador enlace Paris-Sete, una travesía del Mediterráneo de pesadilla con un temporal de invierno en un ferry argelino, el lento desembarco en Argel con la desagradable sorpresa de un robo en nuestro camión y cuatro duras etapas del desierto, habían causado ya estragos entre los participantes.

Engullimos la frugal cena y corrimos, todo se hacía corriendo, a montar las tiendas, porque sabíamos el madrugón que nos esperaba para el briefing-desayuno y la salida de la especial del día siguiente.

Dormir en el campamento, era y supongo sigue siendo, muy difícil por el ensordecedor ruido de generadores, motores de moto y voces de los mecánicos que trabajaban frenéticamente.
De madrugada, aun en la obscuridad y después de un corto descanso, nuestro despertador que era la voz metálica de Thierry Sabine volvía a resonar en nuestros oídos a través de un megáfono.

“Briefing, briefing”…

La etapa del día 7 de enero constaba de 549 km. hasta Iferouane en el norte de Níger, sin embargo cuando llegamos al lugar sobre las diez de la noche la oscuridad reinaba por la ausencia de luz eléctrica y el campamento era caótico. Las pocas casas de adobe y las tiendas de los touaregs le daban un aspecto fantasmagórico y lo que creíamos un pueblo, Iferouane la capital del Aïr, era solo un enclave del fin del mundo desprovisto de aeródromo que los aviones habían eludido, con la arriesgada excepción de dos DC3 de la segunda guerra que en un llano del terreno, llevaron a cabo un acrobático aterrizaje entre saltos, para garantizar al rallye las comunicaciones y los médicos y por supuesto, el omnipresente helicóptero de Sabine, nuestro dios, como le llamábamos, pues se decía que siempre nos vigilaba desde el cielo.

Iferouane, era el lugar idóneo para lo que luego se llamó una etapa maratón y el laboratorio ideal para otro “sádico” experimento de Sabine, que creo, nunca jamás ha vuelto a llevarse a cabo en el Dakar. Una etapa nocturna.

Así que, al poco de llegar ya nos tocaba volver a salir, justo a las doce en punto arrancaba de nuevo la carrera. De dormir, nada.

Los 279 km. de etapa, de los que las motos fueros relevadas, fueron literalmente un infierno de polvo y de falta de visibilidad entre las bajas acacias espinosas, que nos obligaba en ocasiones a abrir la puerta y mirar al suelo para saber por donde iba el camino. Las pistas de fesh-fesh, el terrible polvo blanco de olor inconfundible e inolvidable, se separaban, se volvían a juntar y a veces tropezabas literalmente con otro participante. Las colisiones fueron numerosas, aunque afortunadamente leves por la baja velocidad y cuando llegamos a Agadez ya día 8 por la mañana completamente destruidos y después de repostar, nos dirigimos al “Depart” para tomar la salida de la siguiente etapa. El cruce del desierto del Teneré, el desierto de los desiertos, todo una especial de 645 km. hasta Dirkou, allí, suponíamos descansaríamos después de 1.475 km. de una tacada.

Pero esa, es otra historia, otra del Dakar de las miles que habrá en sus treinta y siete años de vida.

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