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Los coches eléctricos y su aceptación en el mercado: usabilidad y practicidad reales

En un momento en el que muchos pronostican una electrificación del parque móvil como un hecho casi indiscutible, las barreras a las que se enfrentan los coches movidos por baterías siguen siendo realmente grandes. Una vez analizado el problema del coste para el usuario, entraremos hoy en el problema de la usabilidad real de este tipo de vehículos.

La pregunta a responder en este caso es si los coches eléctricos puros son prácticos para su utilización en la vida real a día de hoy

La pregunta a responder en este caso es si los coches eléctricos puros son prácticos para su utilización en la vida real a día de hoy. Se trata de una pregunta sencilla y vamos a intentar responderla centrándonos en las particularidades que implica conducir con este tipo de mecánicas, prestando especial atención a las importantes barreras que quedan aún por superar.

Conducir un coche eléctrico es esencialmente igual que conducir un gasolina en lo que a su operación se refiere. En todo caso, de existir alguna diferencia, sería más bien el silencio total de funcionamiento y la perfecta suavidad de marcha (claras ventajas). Desde este punto de vista, son perfectos para ciudad y totalmente válidos (con la potencia suficiente) para cualquier otro uso… mientras dure la carga, claro.

Y es aquí donde empiezan los problemas fundamentales de practicidad que plantea todo coche eléctrico: la autonomía real, la red de recarga y el tiempo de recarga.

La autonomía real de un coche eléctrico cuyo precio se pueda considerar remotamente razonable, se sitúa en el entorno de los 150 km. El coste prohibitivo de las baterías, junto a su enorme peso por kWh (baja densidad energética) impiden que las cosas sean de otro modo.

Los fabricantes mantienen la tesis de que esto es más que suficiente para un enorme porcentaje de la población en sus desplazamientos diarios, y no tengo ninguna duda de que esa afirmación es cierta. Si embargo, me temo que resulta un argumento débil para que un particular se decida a comprar con su dinero un coche eléctrico. La cuestión es que, aunque no lo hagamos normalmente, tampoco queremos renunciar a la posibilidad de viajar con nuestro coche, ni tan siquiera hasta el límite provincial.

Se parece en cierto modo a ir en barco, si se me permite la analogía, y puede llegar a tener un punto de aventura

Llegados a este punto conviene recordar que, prácticamente, no existe una red de recarga. No podemos repostar durante un trayecto cualquiera y, quien ha conducido un eléctrico, sabe que tiene que llegar a su destino necesariamente con la carga disponible. Se parece en cierto modo a ir en barco, si se me permite la analogía, y puede llegar a tener un punto de aventura… ¿llegaré o no llegaré?

Normalmente, esa duda no es agradable para ningún conductor y pronto acaba adoptando forma de angustia; existe incluso una expresión en inglés acuñada a tal efecto para este caso range anxiety o «ansiedad de autonomía». No es agradable porque la penalización por «perder» en este pequeño juego de supervivencia es llamar a una grúa y perder horas y euros (pocas cosas duelen más) en lugar de llegar al destino pretendido.

La penalización por «perder» en este pequeño juego de supervivencia es llamar a una grúa y perder horas y euros

Finalmente, incluso si las autonomías fuesen algo mayores (no lo serán en el corto plazo) y hubiese una red de recarga (no la habrá en el corto plazo), todavía tendríamos que estar horas conectados a un cable para reponer la carga completa de una batería, o muchos minutos mediante recargas rápidas, siempre mucho más de lo que lleva rellenar un depósito de combustible líquido.

Las recargas rápidas penalizan la vida de nuestras valiosas baterías, y el cable de conexión es un auténtico incordio, al menos en algunas de sus primeras versiones, en las que incluye un horrible transformador que queda literalmente tirado en el suelo. Esto sí que es fácil de mejorar, con recargas inalámbricas (tipo cepillo de dientes eléctrico) o con cables mejor concebidos.

En definitiva, vivir con un eléctrico implica (a día de hoy) utilizar un vehículo que está virtualmente atado a nuestro garaje con un cable de 70 km de largo si nos portamos bien con el acelerador. En invierno y con temperaturas muy bajas, podríamos estar hablando de hasta un 30% menos.

Como segundo coche puede ser, pero, ¿quén se anima a comprar uno como coche único?

Fuente: «Global autos: don’t believe the hype – analyzing the costs & potential of fuel-efficient technology» – Bernstein Research & Ricardo – Informe impreso
En Tecmovia: Vehículo eléctrico: ventajas, inconvenientes y perspectivas de futuro [estado de la tecnología del automóvil] | Viviendo con un coche eléctrico (I): amor, curiosidad, Prozac y dudas | Viviendo con un coche eléctrico (II): vértigo

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