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¿Acertaremos nosotros? El futuro del transporte privado hace 70 años

No hace falta haberse leído todos los libros de Stephen Hawking. Si uno ha visto alguna vez “Regreso al Futuro” entiende que el porvenir  no está escrito sino que se construye minuto a minuto con los actos del presente.

¿Cómo podemos estar seguros de que nuestras previsiones sobre el futuro dentro de 30 años serán acertadas…? La respuesta es sencilla y desconcertante a la vez: no podemos.

Por eso, pese a lo interesante que resulta especular sobre él, las previsiones sobre el futuro a menudo mantienen su vigencia poco más de lo que lo hace la canción del verano. Cada domingo traigo a esta columna aproximaciones al mundo del mañana basadas en los avances técnicos en los que las marcas trabajan, y las previsiones de evolución de la sociedad. Pero, ¿Cómo podemos estar seguros de que nuestras previsiones sobre el futuro dentro de 30 años serán acertadas…? La respuesta es sencilla y desconcertante a la vez: no podemos. Como sucede en el presente, en el siglo pasado los mejores cerebros de cada generación y las compañías más potentes dedicaron grandes presupuestos a vislumbrar el futuro y no siempre lo consiguieron. ¿Acertaron? sólo en parte. Sin embargo diseñaron mundos que nunca llegaron y aunque volver la mirada a aquellos “otros futuros” no evitará que cometamos nuestros propios errores, su poder evocador está todavía intacto.

Vías de alta velocidad y conducción autónoma… ¿en 1940?

¿Conducción autónoma antes de la Segunda Guerra Mundial? Casi y la respuesta está en un nombre: Norman Bel Geddes. Entre lo más recordado de la Feria de Nueva York de 1940 está “Futurama”, la maqueta ideada por este diseñador en la que se mostraba el mundo del futuro, concretamente el de 1960. En ella destacaban unas autovías de alta capacidad diseñadas para velocidades de más de 160 km/h, en la que los dos sentidos circulaban separados y se cruzaban siempre a desnivel. La seguridad estaba garantizada por un sistema de comunicación entre coches que les permitía guardar la distancia entre ellos automáticamente, mientras que el diseño de la vía junto con otros controles automáticos mantenían el coche siempre dentro de su carril.

Los coches del futuro para Bel Geddes conducían prácticamente sólos y sin chocar entre sí por las autovías inteligentes.

Algo que se parece mucho a los actuales sistemas de conducción semi-autónoma que incorporan Mercedes, Volvo o incluso Opel, y que nos sitúan a las puertas de una conducción autónoma que aún no ha llegado pero lo hará pronto. Las vías rápidas de «Futurama», en cambio, si que llegaron apenas década y media después de 1940, pero el resultado no fue como el imaginado, y su diseño, pensado para penetrar hasta el corazón de las ciudades, causó más problemas de los que resolvió. Si bien el soterramiento del tráfico aportaba espacios a escala humana en las urbes y ofrecía zonas de uso peatonal, cuando las vías rápidas llegaron a las ciudades rompieron su trama, separaron barrios y mutiplicaron la dependencia del coche privado, convirtiéndolas en las modernas “junglas de asfalto”.

La solución de separar a diferentes niveles el tráfico rodado de los peatones también estaba presente en la visión de Ford del porvenir de la circulación. En su stand de la feria presentó un espectacular circuito de 800 metros al que llamaron “La carretera del futuro”, una vía de una sola dirección que tenía como característica principal el estar elevada sobre la calle, liberando espacio del nivel del suelo que se podía así destinar a usos recreativos o de otro tipo. Esta carretera futurista resolvía el conflicto coches – peatones dando además a los primeros la posibilidad de explotar su velocidad, además de evitar accidentes ya que los sentidos de circulación estaban separados. Si bien el proyecto parece un tanto ingenuo comparte ideas con modelos de transporte urbano actual como el diseñado para la futura ciudad de Masdar en Abu Dhabi o las “cápsulas de transporte” que operan en el aeropuerto londinense de Heathrow. Sin embargo el formato de vía elevada de Ford tenía un coste económico inasumible y requería prácticamente construir la ciudad de nuevo con edificios adaptados a una forma diferente de usar los coches y las calles. Algo que nadie estaba dispuesto a pagar por muy fascinante que resultase el futuro.

Coches para viajar a la luna

Como una continuación de las investigaciones de los años 30, en la década que siguió a la Segunda Guerra Mundial la abundancia de dinero y el comienzo de la “conquista del Espacio” disparó la avidez de la sociedad por las “visiones del futuro”. Los “coches del mañana” de los años 50 y 60 incorporaban motores y tecnologías de la era espacial en los que abundaban los controles por joystick, pantallas de radar y habitáculos acristalados en forma de burbuja.

El Ford Gyros tenía dos ruedas y se mantenía de pie mediante unos giróscopos, como la moderna Lit Motors C1

GM y Chrysler experimentaron con motores de turbina respectivamente con sus Firebird (3 prototipos entre 1953 y 1958) y Chrysler Turbine (1962 – 1964), si bien los Firebird eran un “escaparate tecnológico” mientras que el Turbine tenía un enfoque más próximo a la producción. Ford, por su parte, no sólo probó con turbinas en coches como el FX – Atmos de 1954, sino que se atrevió con proyectos radicales e innovadores. Uno de ellos es el Gyron de 1961, un pequeño vehículo de dos ruedas que se mantenía de pie gracias al efecto de unos grandes giroscopios, al estilo de la Lit Motors C1 de la que hablábamos hace unas semanas. El otro, quizá el proyecto automovilístico más disparatado de todos los tiempos, era el Ford Nucleon movido por energía nuclear y del que habló en Diariomotor mi compañero Oscar Miguel.

Diseñar el futuro en tiempos revueltos

En la década de 1930 los fabricantes de coches de todo el mundo libraron una gran batalla tecnológica que revolucionó el automóvil, la cual corrió en paralelo con una reinvención profunda del concepto de urbanismo y vivienda. En nuestros días el panorama es muy parecido en ambos campos, incluido el paralelismo entre la crisis actual y la “Gran Depresión” que se prolongó durante los años 30. Como hemos contado al hilo del Audi Urban Future Award, los fabricantes de coches se afanan en plantearnos sus visiones del transporte del futuro en función de un mundo repleto de megaciudades como los arquitectos dibujan para dentro de tres décadas. Posiblemente los Porsche ó Boulanger de nuestros días sean Fisker o Musk, mientras que los Le Corbusier o Lloyd Wright encuentren similitudes en los Foster o Ingels. Pero ¿acertaremos nosotros con el futuro donde aquellos fallaron? Seguramente no, pero una mirada a proyectos como el Nucleon de Ford o la autopista inteligente de Bel Geddes nos dará pistas sobre el camino a seguir.

Fuente: Car Of The Century | To New Horizons (www.archive.org) | Norman Bel Geddes designs America, Harry Ransom Center| Ciclo «Las Flores Azules» Museo Reina Sofía | «To new horizons», Futurama en la Feria Mundial de Nueva York 1940

Fotos: GM Media Center |  Ford Images |  Chrysler Media
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