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El peor día para enterarte de que no son únicamente cuatro aros de goma negra

Imaginad por un momento a ese chaval que acaba de sacarse el carné de conducir. Que conduce un viejo coche, de herencia familiar, por supuesto, de la década pasada. Ese chaval que acude a la universidad con un ojo puesto en el reloj, lamentándose de cada semáforo que se torna rojo a su paso, porque salir 5 minutos más tarde de casa significa pedir una tregua al despertador, 5 minutos más metido en la cama. Ese chaval que tumba la L en la bandeja sobre el maletero, para evitar que los veteranos se ensañen con él, y justifica ante los agentes que la ventosa se despega. Imaginad por un momento que comienza a llover, lo suficiente para que los profundos hoyos del mal pavimentado asfalto de los aparcamientos de la universidad se cubran con cuatro dedos de agua. Y en ese momento en el que gira la dirección se encuentra con que su coche no cambia de trayectoria, se mantiene en línea recta, y todo lo que ve delante de sus narices es el parachoques y la enorme bola, para el remolque, de un coche mal estacionado. Sin duda, el peor día para comprender la importancia de esos cuatro aros de goma de su coche.

Con un vetusto sedán económico, sin ABS, ni la mayoría de las ayudas que hoy damos por sentado ha de llevar un coche. Novel, pero aún aprendiendo a conducir. En tanto friki de los coches, vigilante del nivel del aceite, cuidadoso en el mantenimiento del motor, pero más preocupado por estrenar unos altavoces Pioneer en los que escuchar su música, que en la importancia de invertir en elementos básicos para su seguridad, como los neumáticos. A fin de cuentas, por aquel entonces, probablemente pensase – como la mayoría – que los controles de estabilidad no eran importantes, que para eso nada mejor que su habilidad al volante, y que el ABS era un bien prescindible.

En el fondo, tuvo la gran suerte de que ese pequeño susto tuvo lugar a baja velocidad. Nada que un trabajo de chapa y pintura no arregle. En cualquier caso, no existe ningún momento, ningún día, que sea bueno para aprender esta importante lección de seguridad. Al menos de esta forma. Por desgracia, muchos conductores no se preocupan de esa tendencia de su coche para perder tracción al salir de un semáforo, de ese extraño al pasar por un charco, o de cómo morrea su coche cuando entran una rotonda a velocidades a priori razonables. El problema está en que el momento en el que se percatan de que existe un problema ya es generalmente demasiado tarde para resolverlo.

Ese día aprendió que no bastaba con dar una patadita en el flanco para comprobar que los neumáticos estaban en buen estado. Y que no había que esperar a que un alambre sobresaliese de la carcasa para acudir al taller a montar unas gomas nuevas. La diferencia entre un neumático en buen estado, y otro con un desgaste mayor del recomendado, o incluso del legal, puede significar alargar la distancia de frenado en decenas de metros a velocidades de carretera. Puede significar la diferencia entre un pequeño susto y un accidente de importancia.

La llegada del otoño, el frío, las lluvias, y las nevadas, hacen que esos riesgos se multipliquen exponencialmente. Tal vez esa sea una de las razones por las que, en algunas de las grandes ciudades de España, la lluvia llega acompañada de atascos, de coches detenidos en el arcén, petos reflectantes, partes amistosos en las manos, y por desgracia – alguna que otra vez – un coche de la Guardia Civil distribuyendo el tráfico y una ambulancia atendiendo a los heridos.

Ese chaval podíamos haber sido cualquiera. Ese chaval era yo.

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