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La Fórmula Política

La definición de esta temporada de Fórmula 1 en Abu Dhabi ni de lejos resultó una de las mejores puesto que a todas luces fue producto de una manipulación. Un espectáculo lamentable que se vendió al público como «emocionante» mediante la aplicación de artificios, una constante a lo largo de la temporada para distorsionar la competición y generar dividendos a todos los involucrados. En tal sentido, Mohammed Ben Sulayem, nuevo presidente de la FIA, afrontará a partir de ahora una tarea complicada porque asume la jefatura del ente federativo más cuestionado del deporte y además hereda los vicios políticos de la infame gestión de Jean Todt.

Conceder la mayor cuota de poder a los fabricantes y dejar que la política se imponga ante lo deportivo erosionó la credibilidad de la FIA. Criticables sanciones en cada gran premio y dudas acerca del desempeño de quienes supervisan que cada equipo respete el reglamento técnico resultan apenas unas manchas para lo que representa la FIA. La entrada en escena de Michael Masi como director de carrera, y la excesiva intromisión de los comisarios, propició una escalada de controversias porque jamás se advirtió uniformidad en las sanciones, un día se aplicaba el reglamento, otro el criterio personal y muchas veces no sucedía nada ante una misma acción. Por esa y otras razones, ahora mismo, la FIA no es creíble como ente que regula el deporte motor.

A estas alturas del juego se debe estar claro en algo, Todt le entregó la Fórmula 1 a Mercedes y allí están los resultados. Este cambio en la geometría política se empezó a gestar a partir de la temporada 2013, para entonces una fracción del público abucheaba las victorias de Red Bull Racing argumentando que las carreras eran aburridas y predecibles. Esa campaña orquestada por medios afines a poderosos intereses justificó lo que vino después. Se introdujo un reglamento que minimizó a un equipo cliente y concedió el poder a los fabricantes de motores cuyas escuderías oficiales, en teoría, asumirían el control político de la Fórmula 1. Pero no fue así, Mercedes, con Toto Wolff al frente, irrumpió en el escenario y ganó todos los títulos de constructores desde el 2014, registrando 111 victorias en ese período. En este caso no hubo abucheos ni quejas ante el dominio alemán, se reeditaba entonces la hegemonía de Ferrari con Michael Schumacher, pero ahora con Lewis Hamilton en el rol de piloto dominador.

Quitar el protagonismo a una escudería cliente para entregárselo a los fabricantes fue un error de Todt, pero él cuando fue jefe de Ferrari aprendió lo que se debe hacer para mantener a los poderosos contentos y con deseos de seguir invirtiendo en grande. Tanto los representantes de Mercedes como de Ferrari en varias ocasiones se han presentado como chantajistas en el sentido de amenazar con retirarse si no ganan títulos o más dinero, con el consecuente peligro de dejar a varios equipos sin motores, piezas y respaldo técnico. Sobre el papel la disputa por el control político sería un pulso entre Toto Wolff y Sergio Marchionne, presidente de Ferrari a partir de 2014, pero la inesperada muerte del italiano el mes de julio de 2018 despejó el camino para que Wolff asumiera todo el poder.

El Gran Premio de Canadá de 2019 representó un punto negro en cuanto al alcance de la gestión Todt y sus comisarios en la toma de decisiones. Ciertamente no es la primera ocasión que la política influye en los resultados, los antecedentes refieren a Jean-Marie Balestre en su época como presidente de la FIA, pero se supone que esos errores han debido ser erradicados, pero no. Ese día Gerd Ennser, Mathieu Remmerie y Emanuele Pirro dictaminaron que la victoria correspondía a Lewis Hamilton a pesar de que la maniobra de Sebastian Vettel no fue alevosa. Para entonces ya Michael Masi estaba encargado de la dirección de carrera. Los seguidores de la Fórmula 1 asistieron a otro show bochornoso impuesto desde las altas esferas de la política y peor aún resultó distinguir que en Ferrari no existió ni la menor intención de detonar un escándalo ante tal despojo.

Lo que vino después fue más indignante, con un Emanuele Pirro lamentando todo aquello porque, según su perspectiva, la gente no entendía la aplicación de la justicia. A partir de allí se queja de que nadie le recuerda como ganador en cinco ocasiones de las 24 Horas de Le Mans sino como una ficha para lograr un objetivo. Pirro ejerció como autoridad sin preparación alguna, es una ingenuidad de la FIA creer que un ex piloto conoce todo el reglamento deportivo. El daño a la Fórmula 1 estaba hecho, el ganador podía decidirse en los despachos, entre jefes y abogados, y no en las pistas. Acá es importante recalcar que Charlie Whiting había fallecido al inicio de la temporada y se le estaba concediendo a Michael Masi la función de ser director de carrera de forma provisional tras la deserción de Laurent Mekies y relegar a Scott Elkins a otras tareas.

Se puede entender que la presión de los jueces de un evento deportivo suele ser intensa y aún más si se trata de la Fórmula 1 que por tradición posee un alto índice de audiencia, pero repetir errores constantemente, algunos muy graves, sin mostrar la intención de enmendar es un indicio de que tal vez la actuación de las autoridades no fueron ni justas ni espontáneas. La gestión de Masi es la peor que yo recuerde, el ascenso a director de carrera desató su egocentrismo hasta el punto de querer imponer su figura como más relevante que la de los pilotos. Su actitud siempre fue absurda, tanto como creer que el público asiste a un partido para ver al arbitro. Lo ocurrido en el Gran Premio de Bélgica fue una muestra de lo torcido de su criterio al no afrontar con dignidad lo que sucedía en el circuito. Un público que perdió tiempo y dinero presenció un infame podio, una total vergüenza.

Durante varios artículos a lo largo de este año me referí a todos los exabruptos de Masi y sus comisarios como «El otro circo», al aplicar una exagerada cantidad de sanciones que a su vez eran acentuadas por una transmisión orientada hacia el morbo, las comunicaciones editadas que salen al aire y las constantes apariciones en pantalla de los jefes de equipo pretenden dejar en segundo plano el accionar de los pilotos y sus monoplazas. Creer que los seguidores de la Fórmula 1 buscan presenciar una historia de intrigas, venganzas, dolor y terror en lugar de observar carreras es lo que conduce hacia la manipulación que al parecer ha dado buenos resultados entre cierto público que considera que lo sucedido este año constituye una de las mejores temporadas de la historia, sin detenerse a pensar en cómo se llegó a tal definición.

La Fórmula 1 el año pasado arrojó pérdidas, el negocio de Liberty Media necesitaba un revulsivo y es evidente que entre todos los involucrados hubo un acuerdo para crear polémicas tras bastidores. El poder político estaba allí moviendo los hilos, había que generar audiencia y la FIA se encargó de implementar reglas para tal fin. Lo de amenazar a un piloto con suspenderlo por un gran premio si incurre en tantas faltas que pierde sus puntos de licencia constituye un irrespeto para un profesional. Cierto es que ya se ha suspendido a pilotos por imprudencia, caso Romain Grosjean en el año 2012, pero ir fabricando sanciones para originar falsas expectativas es ofender la inteligencia del público. La manipulación a este nivel constituye una burla, los pilotos se juegan la vida en cada lance de carrera y todos han egresado de las categorías de formación impuestas por la misma FIA, entonces qué sentido tienen las amenazas. Acaso estas autoridades serían capaces de prohibirle a Nikita Mazepin que compita en el Gran Premio de Rusia, o a Lando Norris en Gran Bretaña, o a Sergio Pérez en México. No lo creo.

Jean Todt le deja a Mohammed Ben Sulayem una Fórmula 1 sumergida en un pantano político, con Toto Wolff enquistado como figura principal al ser jefe y propietario de un tercio de la escudería Mercedes, con Red Bull como antagonista sin tener mayor peso en lo que respecta a la toma de decisiones. El nuevo presidente de la FIA también deberá lidiar con Stefano Domenicali y Ross Brawn, quienes desde el lado de Liberty Media seguirán presionando para que se les permita confeccionar espectáculos artificiales y así multiplicar lo invertido. Nada fácil revertir lo que sucede porque mientras llueva el dinero quienes hacen de comparsa difícilmente exijan un cambio.

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