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Historias del Dakar: 1994, uno de los momentos más mágicos e injustos del automovilismo

El de 1994 fue uno de los Dakar más amargos y mágicos de la historia de la prueba. Es cierto que la prueba suele estar rodeada de numerosas polémicas, sin embargo, la de aquella edición fue una de las injusticias más recordadas del automovilismo. Discurría la 11ª etapa entre Atar y Nouhadibou, todo ello sobre suelo mauritano. Fenouil (Jean-Claude Morellet) era el hombre que ASO había elegido para dirigir el Dakar en su primer año al frente de la carrera y había decidido estrenarse dejando su seña de identidad: el triángulo de las dunas muertas.

Fenouil quería hacer que la prueba tuviera su sello, algo parecido a lo que está intentado Marc Coma en Sudamérica con los medios y posibilidades que tiene. En este caso, los más de 20 kilómetros de cordones de dunas parecían ser la clave de la carrera. Había un serio problema. Las dunas estaban demasiado blandas y los primeros pilotos de motos se encontraron con la imposibilidad de seguir adelante.

Los coches llegarían unas horas más tarde. Por el camino se habían encontrado a gran parte de los participantes sobre dos ruedas dando la vuelta para bordear las dunas. Los Citroën ZX Rallye Raid eran los primeros en encontrarse como las líneas dibujadas por las motos terminaban solo unos kilómetros después de adentrarse en el triángulo. El equipo francés abría la carrera entre los coches y también eran los primeros en quedarse atascado.

Lartigue encabezaba por aquel entonces la general de la prueba, mientras que Mitsubishi buscaba un golpe de teatro para darle la vuelta a la clasificación y repetir el triunfo cosechado un año antes, en el Dakar de 1993. La carrera se preparaba para hacer el viaje de regreso a París (en 1994 comenzaba y terminaba en la capital gala, concretamente en Disneyland), primera vez que se daba en la historia, por lo que la mayoría de los candidatos al triunfo empezaban a notar como la presión crecía exponencialmente. No estaba entre ellos Vatanen, el cual no participaba en aquella ocasión, al igual que Peterhansel tampoco lo hacía en motos.

Todo parecía propicio para que Mitsubishi recortara la diferencia con el piloto de la firma de los dos chevrones. Bruno Saby y Jean-Pierre Fontenay no tardarían en llegar a la altura donde ‘el africano’ Auriol y Lartigue se encontraban varados. No llegarían más lejos los Pajero Evolution. Sólo se podían avanzar unos metros hasta que las ruedas volvían a quedar enterradas en la arena. Tocaba bajar, pala y planchas en mano a repetir el proceso una y otra vez. De nada servía que los copilotos te indicaran qué camino seguir prácticamente desesperados.

Las dos tripulaciones de Citroën tuvieron una reunión de urgencia bajo el sol justiciero. El equipo francés decidió tirar la toalla. Estaban dispuestos a asumir las cinco horas de penalización por saltarse los controles de paso con tal de escapar de aquel infierno de dunas. Esto no impidió que Hubert Auriol fuera recriminado por Fenouil debido a la decisión tomada por el equipo, mientras que Lartigue, sabedor de que podía perder la carrera, reprochaba al director de la ASO que ni tan siquiera el equipo que abría pista de la organización había conseguido atravesar el triángulo de las dunas muertas. Los dos ZX terminarían llegando al vivac, pasadas las 4:30 de la mañana.

Mientras tanto, los Mitsubishi seguían intentando superar los apenas 10 kilómetros de cordones de dunas que les restaban. Dominique Serieys y Bruno Musmara caminan en calcetines por delante de sus coches, guiando a los pilotos para salir de allí. Las mecánicas empezaban a sufrir seriamente, había olor a embrague quemado y los motores se hacían más perezosos. La ASO manda un helicóptero a buscarlos, esperando encontrarse la imagen de unos hombres derrotados por el desierto, sin embargo, se encuentran con uno de los momentos más mágicos de la carrera, los copilotos dirigiendo a pie a cada coche.

Eran las 14:00 cuando al checkpoint número 8 llegaban los Mitsubishi, más de un día después de iniciar la etapa (30 horas). No era de extrañar que los comisarios e incluso el propio Fenouil abrazaran y elogiaran la muestra de tesón de estos cuatro hombres, los cuales llegaban completamente destrozados a meta, pero con una sonrisa en sus fatigados rostros. Llegaban las malas noticias. La clasificación ya era definitiva y ya que ningún otro equipo había conseguido superar dicha zona, la FISA decidía neutralizar dicha etapa en el kilómetro 246, dándole la victoria a Lartigue, por delante de Auriol, mientras que la acción heroica de Fontenay y Saby se quedaba sin premio, apareciendo la general sin tiempo.

Ulrich Bremer tomó la decisión de retirar a sus dos vehículos de la carrera para que sus pilotos y copilotos pudieran descansar, mientras que la estrategia de Citroën de tirar la toalla obtenía premio. A partir del minuto 12 tenéis las imágenes del que sin duda ha sido uno de los momentos más mágicos de la historia del Dakar, lamentablemente, quedó sin recompensa.

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