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Conquistando el Infierno Verde asturiano con el MINI John Cooper Works

El Infierno Verde es el sobrenombre del Nürburgring Nordschleife, uno de los circuitos más técnicos y desafiantes del mundo y una de las mecas mundiales del automovilismo. No es el Infierno Verde que vamos a conquistar hoy. Hoy os hablamos del Infierno Verde de Asturias, el Puerto de L’Angliru. La prueba más dura de la Vuelta a España de ciclismo, un ascenso de más de 1.000 metros en poco más de 10 km. Por fortuna tenemos un aliado en esta batalla: el nuevo MINI John Cooper Works, recién salido del horno con 230 CV bajo el brazo.

El MINI John Cooper Works es la versión más deportiva de la gama MINI, ya en su tercera generación de la mano de BMW.

Suena el despertador. Es viernes, pero la alarma suena casi dos horas antes de lo habitual. Apenas son las 6 de la mañana, me hago un café bien cargado rápidamente y bajo a la calle, donde me espera el nuevo MINI John Cooper Works, aún oculto en la penumbra de la noche. Mi primer destino es un autolavado cercano a mi casa, donde le quito las legañas a base de manguerazos al MINI más potente jamás creado. Con el coche limpio, pongo rumbo a la cima de L’Angliru, mientras los despertadores comienzan a sonar en la mitad de las casas de Asturias.

Al situar el destino en el navegador del MINI, me quedo un tanto desconcertado. La cima del puerto está a sólo 61 kilómetros de mi casa, pero el tiempo estimado hasta la cima es de una hora y media, sin un solo atisbo de tráfico. Unos 30 minutos después entendería el porqué. Comienzo a circular por autopista, y desde el primer momento percibo que es un animal bastante diferente a la anterior generación del MINI. Construido sobre una nueva plataforma UKL de tracción delantera, es más grande, largo y pesado que su predecesor.

Me quito las legañas y se las quito al coche con un buen manguerazo. Cámara, varios objetivos, una sudadera y mucho café. No necesito más.

Su aplomo en autopista ha mejorado, así como su refinamiento. La autopista Y asturiana es famosa por su sonoro pavimento de cemento rayado, y el MINI es tan confortable como un compacto o un SUV mediano. Es inevitable que el ruido de rodadura penetre en el habitáculo, pero el confort a bordo es más que correcto a pesar del duro tarado de las suspensiones de este MINI deportivo. Aún en plena noche, el HUD que opcionalmente lleva esta unidad me permite no tener que apartar la vista ni un segundo de la carretera.

Paso por al lado de la central térmica de Soto de Ribera, que quema carbón y gas natural para abastecer de energía a la Cuenca Minera asturiana y a la capital, Oviedo. Por fortuna, el MINI lleva un motor de gasolina 2.0 TwinPower Turbo de origen BMW, por lo que no tengo que preocuparme tanto por los óxidos de nitrógeno. Bromas aparte, y tras unos pocos kilómetros, llego a la desviación de la carretera MO-1, que me llevará hasta la cima del puerto, a sólamente 25 kilómetros de distancia y unos 1.300 metros más arriba.

Entrando en la boca del Infierno Verde asturiano

El valle está completamente cubierto por la bruma. Realmente parece que me estoy adentrando en las puertas del infierno.

Comienza a aparecer un tenue resplandor tras la Sierra del Aramo, pero Asturias aún duerme. Estoy a punto de adentrarme en una de las zonas más rurales del centro de Asturias y varias vacas sueltas por una carretera que es poco más que una «caleya» me lo confirman. ¿Habría tenido en cuenta el GPS estos imprevistos animales en su cálculo del tiempo? Tras varios kilómetros en los que resulta imposible superar los 30 km/h, agradezco enormemente la iluminación full-LED de este MINI, al menos, veo lo que sucede en la carretera.

Y más me vale verlo, hay socavones por doquiera y algunas zonas de la carretera están a punto de desprenderse. La carretera desemboca en un falso llano, el llano de Viapará. El último respiro antes de la ascensión definitiva a la cima de L’Angliru. Apenas 7,6 kilómetros hasta la cima y un kilómetro de falso llano tras el que no hay piedad. La subida a L’Angliru es la etapa más dura de Vuelta a España de ciclismo – con diferencia – y una de las ascensiones más difíciles del ciclismo profesional de todo el circuito europeo. Poca broma.

El mundo del ciclismo conoce y respeta la subida a L’Angliru. El puerto más temible de la Vuelta a España, con diferencia.

Me pongo en marcha, apenas hay unos minutos hasta que salga en sol y quiero hacer una sesión de fotos en la cumbre del Angliru, aprovechando que estará absolutamente desierta. El MINI John Cooper Works con cambio automático deportivo que me han cedido tiene una aceleración de 0 a 100 km/h de 6,1 segundos sobre el papel, pero debe doblegarse ante Las Curvas de Les Cabanes y su pendiente de hasta el 22%. L’Angliru no es un puerto para subir rápido, y los ciclistas lo saben: el récord de velocidad media es de poco más de 18 km/h.

El MINI no tiene problema para subir a mayor velocidad, pero quiero disfrutar del paisaje y comprobar lo impresionante que es la subida. Enlazo pequeñas rectas con tremendas pendientes y horquillas muy cerradas. La bruma que había en el valle ha desaparecido, y tras girar dejar atrás un grupo de árboles emerjo por encima del mar de nubes que cubre Asturias. Un resplandor naranja asoma por detrás de la sierra. Una escena mágica que debo pararme a capturar con la cámara. La imagen apenas hace justicia a la sensación de pequeñez que sentí.

Con el modo Sport activado el escape petardea, ecos de rallye en una montaña asturiana completamente desierta y silenciosa.

Las dos torres de enfriamiento de la térmica de Soto de la Ribera rompen el mar de nubes, dos columnas que bien podrían pasar por el humo que sale de la boca de un dragón. Continúo mi ascenso, y dejo atrás La Cueña Les Cabres, una corta pendiente del 23,5%, la más dura de todo el ascenso. Les Piedrusines y su 20% marcan el final del ascenso, que desemboca en una ligera bajada de 400 metros, que termina en una braña muy bien asfaltada. El calvario ha terminado. Los ciclistas que son capaces de ascenderlo son verdaderos héroes, creedme.

El sol ya ha salido, y aprovecho «la hora dorada» para realizar la sesión de fotos exterior del MINI. Bajo la luz tamizada de primera hora de la mañana se aprecian mejor los cambios con respecto a la anterior generación. Ha crecido varios centímetros, concretamente 14. Con 3,87 metros de longitud, ya se aproxima a cifras estándar del segmento B. No es tan «MINI», en lo que a tamaño respecta. Pero sigue conservando la imagen de marca tan característica, así como sus ópticas redondeadas, ahora con un LED diurno de forma circular, rodeándolas.

Ha perdido algo de personalidad en su interior, donde muchos controles y mandos son idénticos a los que podemos encontrar en un BMW.

Su frontal es más bulboso, no tan compacto y achatado como su anterior generación. La toma de aire en el capó sigue siento primordial, pero por algún motivo su paragolpes me resulta más recargado. Las llantas negras que MINI ha elegido para esta unidad le sientan de maravilla al coche, aunque son propensas a ensuciarse muy rápidamente. Sólo con el polvo de los frenos ya parecen estar sucias. La elección de un color rojo intenso con franjas negras forma un agresivo contraste con la virginal alta montaña asturiana, verde y gris.

Por su doble escape central trasero – marca de la casa – emana un interesante gorgoteo. De eso os hablaremos pronto…

Vuelta a la civilización

El cambio automático Steptronic de 6 relaciones es de convertidor de par, pero es excepcionalmente rápido.

Recuerdo pocas sesiones de fotos tan tranquilas y cómodas como esta. Un día laborable a las 9 de la mañana L’Angliru es un lugar completamente desierto. Sólo me encuentro con un fotógrafo haciendo un timelapse, al que saludo. Termino mi ronda y comienzo el descenso hasta una Asturias ya llena de vida, a plena luz del sol. Paro en un bar de carretera y me tomo otro café, definitivamente lo necesito. El madrugón ha merecido la pena, y este bar está al principio de una de mis carreteras de pruebas favoritas de la zona, bien revirada.

Una carretera solitaria en cualquier momento del día, de perfecta visibilidad y maravillosas curvas. Es hora de dar rienda suelta a los 230 CV del motor 2.0 TwinPower Turbo, que vienen acompañados de un par máximo de 320 Nm entre las 1.250 rpm y las 4.800 rpm. Un par más propio de un turbodiésel de 150 CV. Activo el modo Sport del coche y la esfera del reloj central se enmarca en color rojo, «Go-Kart feeling» máximo, reza la pantalla. El sonido del escape se hace más grave y la respuesta al acelerador es mucho más intensa, más directa.

Los acabados interiores del MINI y la enorme cantidad de opciones apenas tienen rival en su segmento. Sólo el Audi A1 se acerca.

Donde el MINI ha mejorado mucho con respecto a la anterior generación es en el tacto de la dirección. A un ritmo fuerte, es mucho más informativa y tiene un tacto pesado muy agradable. De lo mejor de su segmento. El sonido del MINI John Cooper Works es venenoso, adictivo… pero no tanto como el de su anterior generación. Aunque la melodía del escape es deliciosa, creo que MINI ha cometido un error canalizando parte del sonido por los altavoces del coche, no resulta tan realista como debiera y resta emoción a la experiencia, en mi opinión.

Tras varias curvas rápidas, comienza un tramo lento y revirado, una pequeña subida a un alto cercano. Donde el motor 1.6 THP de origen BMW/PSA era explosivo y bruto, el motor BMW es mucho más progresivo, menos apretado. Tiene patada y contundencia, pero no es tan atómico como el anterior propulsor. Es un comportamiento más refinado el de este John Cooper Works. Más plantado, más eficaz e informativo… pero algo menos juguetón, algo menos «macarra». Eso sí, podemos seguir jugando con la zaga del coche, haciéndola deslizar a nuestro gusto.

El aumento de su batalla también ha mejorado el acceso y tamaño de sus plazas traseras y su maletero por fin supera los 200 litros.

Pero el incremento de peso se nota. Con cambio automático pesa la friolera de 1.295 kilos en orden de marcha, y rivales como el Ford Fiesta ST son casi 150 kilos más ligeros. Me gustaría haberlo probado con cambio manual y comparar sensaciones con otros rivales, pero en esta ocasión no ha sido posible. Donde sí atestiguo una clara evolución es en su interior: ha solucionado los acabados mejorables de su predecesor, ahora sí tiene un verdadero feeling premium. Sus terminaciones y calidades están al nivel del Audi A1, la referencia en este aspecto.

Su ergonomía es sobresaliente con los bacquéts deportivos, y aún tras 500 km de viaje mi espalda no se resintió. La mejora en el aislamiento y el tarado de la suspensión también contribuyen enormemente a ello. Su precio no es asequible, arranca en 33.700 euros en su versión automática y a base de opciones, unidades como la probada se van bastante por encima de los 40.000 euros. Es un coche de capricho, pero que tiene más sentido que sus antecesores para un uso cotidiano. Un coche que certificamos como capaz de conquistar el Infierno Verde asturiano.

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Sergio Álvarez

Aunque es técnico en comercio internacional de formación, los coches han sido su pasión (incluso obsesión) desde que apenas levantaba un metro del suelo y sus padres le regalaron un Ferrari rojo a pedales. Su afición se ha profesionalizado en Diariomotor, donde está presente desde 2008. Seguir leyendo...

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