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La dualidad y la máscara

El carnaval, el uso de disfraces y máscaras, suele expresar extremos complementarios de una misma pasión, en el sentido de proponer la dualidad para asombrar o parodiar. La máscara ha pervivido durante siglos porque en diversas culturas se acostumbró a conceder otra identidad a los elementos, principalmente para asociarlos con un sentido mítico o teológico. En el caso de los coches, ha sido la ficción, la literatura, el cine y la televisión, los que han concedido tal identidad, diferente a la asignada por los fabricantes, de allí que en la cultura popular se conozca a algunos coches por sus máscaras, es decir por sus nombres y rasgos ficticios.

Por supuesto que el choque con la cruda realidad suele ser frustrante, como observar a Cristina y al General Lee no ganar en la NASCAR, a Eleanor en Daytona, a Bandido en la SCCA o a KITT en la Trans Am Racing Series, pero tal particularidad no ha podido disminuir la obsesión por los elementos enmascarados ya que si se analiza, lo carnavalesco siempre ha estado presente en lo popular, más allá de la celebración instaurada desde la Edad Media y el Renacimiento. La dualidad de la percepción del mundo y de la vida ha originado también el sentido paródico al que se hace referencia cuando el héroe, en este caso el coche, se desplaza desde un mundo hasta otros.

Entiéndase carnaval al sentido de disfrazar u ocultar la auténtica identidad para exteriorizar una diferente, situación que, como estoy tratando de argumentar, bien puede suceder en el mundo de los coches. Y es que para muchas personas existe la necesidad de que lo falso, y de lo que representa, sea auténtico para ser parte de lo diferente, de lo sobrenatural y de la locura planteada desde la ficción en el mundo real. También se debe resaltar la selección de los coches que fueron inmortalizados, porque al asignar determinadas características, o incluso personalidad, les concedieron esa dualidad que se exterioriza e intensifica durante el carnaval.

¡A que no me conoces!



Esa proyección del otro propiciada por los medios ha creado esa doble naturaleza ya que es más que común asociar la marca y el modelo del coche con el nombre y las características del ser ficticio, así que la máscara pasa a ser la sustancia. Fury Cristina, Aston Martin 007, Mustang Bullit, Trans Am Bandido, Falcon Mad Max, Monaro Interceptor, Charger General Lee, Torino Starsky y Hutch, Camaro Bumblebee, Mustang Eleanor y GTO xXx, son apenas ejemplos. Demás está decir que todos han sido vistos «disfrazados» de coches de carreras, en cierta forma representando una parodia de sí mismos, tomando en cuenta las destrezas y habilidades de sus referentes en la ficción.

En tal sentido, la máscara concede un valor agregado a los coches porque el público, al identificarse con ellos, los transforma en objetos de culto. De esta forma, la expresión de lo lo sobrenatural, lo mágico, lo heroico, lo científico y hasta lo maligno, radica en esa máscara, esa dualidad que proyecta una expresión profunda de lo fantástico. También es de destacar que esa máscara, y por lo tanto la fama, fue asignada a muchos coches algunos años después de sus respectivos lanzamientos y con tal fenómeno se ganaron un lugar en la posteridad.



La identidad asignada desde la ficción y su desempeño en las pistas constituyen una expresión carnavalesca ya que el héroe, en este caso el coche que asume el protagonismo en la literatura, el cine y la televisión, se desplaza de un plano a otro. Al cruzar la frontera se transforma en un reflejo del pasado y del futuro y, así como en el carnaval, participa en un sistema lúdico de verdades y mentiras. Entiéndase que los coches mencionados acá son venerados más allá de papel que desempeñan en la ficción. Un ejemplo de ellos es Eleanor, el único coche cuyo nombre ha aparecido en los créditos de una película, en este caso se habla del Mustang Mach 1 de 1971 que se observa en Gone in 60 Seconds de 1974, para aquel entonces el piloto Mickey Thompson había demostrado el extraordinario rendimiento del ícono de Ford en el desierto de Bonneville.

La relación entre el enmascarado coche de la ficción y el real también presenta cierta analogía con los festejos del carnaval en el sentido de esa segunda vida por la que se suele transitar en un momento determinado. Cuando ese héroe deja de ser invencible, indestructible y glorioso para transformarse en uno más dentro de un circuito de carreras, se vuelve, en cierta forma, cómico o trágico ya que sufre una metamorfosis hasta devenir en una figura paródica, así como sucede con los héroes durante el carnaval. No obstante, la esencia de la naturaleza dual se mantendrá por siempre ya que los coches han sido inmortalizados y podrán ir y venir de lo real a lo no real, desde una ficción que pretendió, o pretende, ser reflejo de algo tangible o de una que intenta establecerse desde un ámbito distinto. Pero como se puede apreciar, ambos mundos se comunican y enriquecen prestándose sus elementos así que la irrupción de un ámbito en otro seguirá traspasando el límite que los separa.



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