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Sebastian Vettel ha renovado con Ferrari hasta el final de 2020 y es casi seguro que Lewis Hamilton haga lo mismo con Mercedes, asegurando con ello el pleno dominio de la Fórmula 1 de este tiempo. El alemán y el inglés continuarán en la cima, sumando poles, victorias y títulos a sus destacadas estadísticas y lo más probable es que dejen atrás casi todos los registros históricos. En apenas diez años ambos se han elevado a otra dimensión y aunque desde algunos medios de comunicación se aferren en la negación y en otras patologías psicológicas para intentar desmeritar lo que vienen realizando este par de pilotos, no hacen más que exponerse, quedar en evidencia de que no poseen el mínimo respeto hacia un deporte. Quienes deberían responsabilizarse por presentar ante el público la Fórmula 1 con la mayor objetividad posible, en aras de respetar cada una de las preferencias de los espectadores, lo que hacen es compartir pesares, frustraciones y padecimientos porque Hamilton y Vettel continúan ganando donde habían pronosticado que fracasarían.

Lo grandioso del internet es que conserva archivos audiovisuales que pueden ser consultados en cualquier momento, así que los anhelos de observar el desempeño de Lewis Hamilton fuera de McLaren y alejado de Ron Dennis, y de igual manera ver a Sebastian Vettel sin Adrian Newey y sin el apoyo de Red Bull; permanecen allí, a un click de distancia. Los supuestos «entendidos» en la materia, periodistas y aventureros, mitómanos y maromeros, apostaron a que el inglés hundiría su carrera al llegar a Mercedes, quinto equipo en la clasificación de 2012, para reemplazar a un Michael Schumacher que ni siquiera pudo ubicarse entre los diez mejores de la temporada.

Con Sebastian Vettel se aplicó el mismo guión. El alemán salió de Milton Keynes para asumir el reto de impulsar a Ferrari, cuarta escudería de 2014, y un equipo convulsionado en todas sus áreas. Llegó a predios de Maranello para sustituir a Fernando Alonso y las voces agoreras adelantaban que Vettel sin Adrian Newey no tendría mayor trascendencia porque según la base de sus criterios, el diseñador fue quien prácticamente ganó los campeonatos de Red Bull Racing. A estas alturas habrá que preguntarse qué pasó entonces con la genialidad de Adrian Newey y por qué ahora no es capaz de concebir un coche ganador a partir de un motor que no es el más potente del campeonato.

Hamilton y Vettel salieron de su zona de comodidad para asumir el reto de ganar donde otros pilotos de renombre fracasaron. Desembarcaron en escuderías que no eran las mejores y que atravesaban por evidentes derivas en los departamentos técnicos y de alta gerencia. Allí están los resultados, ambos pilotos permanecen en la cima con otros equipos y no se percibe un declive ni en sus ambiciones ni en sus cualidades. Mercedes y Ferrari ahora son las dos fuerzas que dominan la Fórmula 1, eso es una realidad irrebatible, y tanto Hamilton como Vettel deben considerarse piezas fundamentales del proceso que originó tales cambios.

La dualidad Vettel-Hamilton ha signado este campeonato desde el principio y ha sido la demora del alemán en renovar con Ferrari y el amago del inglés de consagrarse a otras actividades las ocasiones propicias para que las fábricas de fantasías, fábulas y cuentos de caminos insinuaran que ambos pilotos deberían ceder sus lugares a otros más capacitados… Sin dejar de mencionar la más que trillada expresión «dos gallos en el mismo gallinero», que a decir verdad resulta obstinante de tan tediosa y repetitiva que se ha vuelto, para intentar autoconvencerse de que son los pilotos los que evitan confrontaciones y no los máximos jefes de las escuderías.

Lo cierto es que tanto Lewis Hamilton como Sebastian Vettel prosiguen su ritmo victorioso y se presentan como grandes protagonistas del presente y del futuro inmediato de la Fórmula 1. Ya el inglés comanda las estadísticas de poles y casi con seguridad dejará un registro histórico complicado de batir. También es muy probable que uno de los dos se quede con el título de pilotos de esta temporada, agregando otro cetro a sus vitrinas y aproximándose cada vez más a los récords absolutos en poder de Michael Schumacher. De esa marcha triunfal van diez años y contando, sin embargo aún persisten en algunos responsables de narrar las carreras vía televisión, y de informar sobre la Fórmula 1, la negación y la supresión de lo que está sucediendo.

No puede ser verdad, todos se han equivocado, no sucederá, no es cierto que lo haya logrado, no es el mejor y otros mecanismos de defensa para rechazar todo atisbo de realidad se manifiestan sin tapujos ante la audiencia, incluso dejando entrever que Sebastian Vettel y Lewis Hamilton han sido abiertamente beneficiados ya que les han «regalado» un coche dominador mientras sus rivales han sido castigados con material de menor nivel. También se advierte la tendencia a suprimir, evadir conflictos emocionales evitando enfocarse intencionadamente en todo lo que les origina frustración, por tal razón es fácil captar que en sus percepciones el pasado siempre será venerado porque nada de interesante ha sucedido en la última década.

He sido fiel seguidor de la Fórmula 1 desde que tengo uso de razón y bajo ninguna circunstancia considero que una disciplina deportiva es comparable a un juego de envite y azar. Acá no hay suerte sino trabajo y ciencia aplicada, gana quien se haya desempeñado mejor durante toda una temporada. Por ello rechazo argumentos tan vacíos y absurdos como los que sostienen que en el automovilismo los ingenieros son los que corren, los coches se sortean en una especie de lotería, Vettel y Hamilton ni trabajan ni desarrollan nada y otras tantas posturas que suelen utilizarse cuando la preferencia de quien narra o comenta no es capaz de ganar.

Tras la negación, la supresión y el autoengaño, sigue la búsqueda de los culpables por la desilusión, idear fantasías para intentar cambiar la realidad. La aceptación es el último paso y ya cuando se han recorrido las etapas previas para superar la pena. La cuestión es que no todas las personas avanzan, algunos prefieren estacionarse en la negación y vivir allí, sumidos eternamente en su pasado alternativo. En este punto indico que dejé de seguir la Fórmula 1 en castellano hace varios años por esta misma razón. Jamás advertí, ni en narradores ni en comentaristas, intenciones de rectificar hacia su cuestionable política de imponer criterios y preferencias. Suponen que el público estará de acuerdo con las maneras de expresar sus fanatismos y con la forma de desprestigiar el deporte. Se mantienen sumergidos en el desequilibrio, creyendo que sus fobias, envidias y complejos deberían ser aprobados y compartidos porque no hay otras opciones.

Ciertamente, quienes transmiten las carreras tienen derecho a idolatrar a sus fetiches, incluso quienes utilizan el internet para informar o expresar sus pensamientos también, pero de allí a insistir en que sus creencias, sustentadas en negaciones y a un perenne conflicto con la realidad, deberían ser apoyadas por cuestiones de nacionalidad, cultura o idioma, pues no, conmigo no cuenten. En lo personal estoy disfrutando de lo que sucede. Si Lewis Hamilton y Sebastian Vettel superan los récords de Ayrton Senna, Michael Schumacher, Alain Prost, Juan Manuel Fangio u otros inmortales del Olimpo de la Fórmula 1 quiero alegrarme de ello, ser parte del momento y no voltear la mirada o cerrar los ojos porque unos mezquinos sugieran que no se debe conceder valor al presente ni méritos a tales pilotos.

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